Capítulo V (narrado por Sabela)

domingo, 16 de mayo de 2010


Luces bermejas como la sangre. El resto solo era oscuridad. Gárgolas de cartón piedra, con aspecto amenazante, se apiñaban en las paredes, advirtiéndonos que aquel no era un buen lugar. “Our Solemn Hour” de Within Temptation sonaba en el ambiente, cargándolo de misterio y convirtiendo aquel en un lugar más inquietante todavía. Las frases en latín que salían de los labios de la cantante, despedidas con ira, parecían introducirse en mis oídos, haciendo que una extraña sensación se asentase en mi mente. Supuse que aquel sería el miedo. Mujeres melancólicas, ataviadas con vestidos y corsés, y hombres siniestros y un tanto inquietantes vagaban como almas en pena por la estancia. Y yo era una de ellas.



Me senté en una silla enfrente a la barra, con cuidado de no arrugar demasiado mi falda negra. Se acercó a mí la atractiva Diana, camarera del garito, y clavó en mí sus lentillas rojas, apoyando sus pechos embutidos en una camiseta de cuero en el mostrador, como si fuese una sensual vampiresa.

-¿Qué te pongo, cielo?-preguntó, con aquella voz grave que la caracterizaba.

-Lo de siempre.-respondí, sonriendo forzadamente.

Miré fijamente cómo se alejaba para preparar mi bebida. Giré la cabeza un instante y vi a mi lado a un chico aproximadamente de mi misma edad bebiendo una copa de vino tinto. Tenía el pelo rubio, más o menos por la cintura, la piel pálida y los ojos blanquecinos; supuse que serían lentillas, al igual que las de Diana. Me miró, nos miramos. Al ver que tenía algo de interés en él, se acercó lentamente a mí, hasta el punto de llegar a escuchar su respiración en medio del barullo que había en el local.

-Hola guapa.-dijo, sin más rodeos.

-Hola guapo.

-Te noto muy pensativa, ¿te pasa algo?

-No, solamente estaba dándole vueltas a lo efímera que es la existencia humana.

Era cierto, el asunto de Amy me había hecho pensar en ello.

-Estoy de acuerdo contigo.-respondió.

Me di la vuelta, para poder verle con mayor claridad. Sabíamos que ambos estábamos allí por lo mismo: Pillar. ¿De qué serviría demorar lo evidente? Me agarré a su cuello y se lo mordí, dejando que él me acariciase las caderas. De repente, estando abrazada a él, abrí los ojos a su espalda y lo que vi se me quedó eternamente gravado. Un hombre. Estaba sentado detrás de la barra, en una de las mesas. Sus ojos profundamente verdes parecían querer atraparme en su interior, ahogarme sin piedad. Mechones de su cabello oscuro caían sobre sus hombros como fuentes de agua turbia. Emanaban grácilmente humo sus sensuales labios, protegidos por un bigote y una perilla. Un irrefrenable impulso me ordenaba acudir al encuentro de su piel mortecina, blanca como la Muerte, pero no debía. Tenía que acabar lo que había empezado con Blade; de lo contrario, quedaría como una vulgar puta delante de aquel bello desconocido, que me miraba fijamente. Sonrió, y en aquella sonrisa perfecta no existía ningún tipo de tara. Cerré los ojos. No podía caer en la tentación. Aquel Adán, que estaba buscado una Eva con la que compartir toda su vida, se había encontrado con una descarriada Lilit con la que compartiría una noche. O quizás él era el afortunado. Volví a abrirlos. Necesitaba volver a verle otra vez. Al hacerlo, comprobé que había desaparecido, se había desvanecido, como un hermoso espíritu, una ilusión, un delirio. ¿Sería solamente producto de mi imaginación? Eso temí.

Antes de que me diese cuenta, me encontraba en la entrada de mi casa, sintiendo las manos de Blade acariciar todo mi cuerpo y desabrochar, poco a poco, la cremallera de mi corsé. Cerré la puerta con un golpe seco de mis caderas y nos dirigimos a la habitación, dejando en el aire un sendero de besos. Me tumbó en la cama bruscamente y se situó encima de mí, en actitud dominante. Le desnudé, lo más rápido que pude, y dejé que me poseyera. Aunque, en cierto modo, no era él el que lo estaba haciendo, sino aquel misterioso desconocido de la Agnus Dei. No había dejado de pensar en él ni un solo momento desde que lo había visto, mirándome fijamente con aquellos ojos verdes. Me había obsesionado enfermizamente con una persona de la que desconocía mismo su propia existencia. Sentí que era él aquel que me acariciaba, me besaba, y mi placer se multiplicaba al hacerlo. Quise gritar su nombre, decirle lo muchísimo que lo necesitaba. Al no saberlo, de mi boca solamente se escapó un alarido, con el que parecía estar llamándole desesperadamente, sin obtener ningún tipo de respuesta. Luego, calma. Silencio.

Me desperté, sin necesidad de despertador. Estaba acostumbrada a levantarme a la misma hora siempre, aunque remolonease el fin de semana. Aparté las sábanas y me puse de pie, completamente desnuda. Giré la cabeza. Joaquín, Blade, dormía plácidamente. Sonreí levemente. Salí de la habitación, con el albornoz en la mano, provocando un sordo ruido al cerrar la puerta.

Me metí en la ducha. El agua que golpeaba mi piel estaba tan caliente como el fuego que con tanta fuerza había ardido aquella noche. Quise traer a mi mente, desnuda y lúbrica, la imagen de aquel hombre misterioso, mirándome fijamente con aquellos ojos verdes. Me había obsesionado enfermizamente con una persona de la que desconocía mismo su propia existencia. Sentí que era él aquel que me acariciaba, me besaba, y mi placer se multiplicaba al hacerlo. Quise gritar su nombre, decirle lo muchísimo que lo necesitaba. Al no saberlo, de mi boca solamente se escapó un alarido, con el que parecía estar llamándole desesperadamente, sin obtener ningún tipo de respuesta. Luego, calma. Silencio.

Me desperté, sin necesidad de despertador. Estaba acostumbrada a levantarme a la misma hora siempre, aunque remolonease el fin de semana. Aparté las sábanas y me puse de pie, completamente desnuda. Giré la cabeza. Joaquín, Blade, dormía plácidamente. Sonreí levemente. Salí de la habitación, con el albornoz en la mano, provocando un sordo ruido al cerrar la puerta.

Me metí en la ducha. El agua que golpeaba mi piel estaba tan caliente como el fuego que con tanta fuerza había ardido aquella noche. Quise traer a mi mente, desnuda y lúbrica, la imagen de aquel hombre misterioso, mirándome con aquellos ojos hechizantemente verdes, fumando con suavidad. ¡Y quien fuese humo para estar dentro de él, aunque solo fuese el breve instante que dura coger y expulsar aire! Rozar sus labios, deslizarme por su tráquea, acariciar sus pulmones grácilmente. Lo que habría dado por haber pasado con él la noche. Lo habría envuelto en mis brazos y le brindaría todos los placeres que pudiera imaginarse. Como si me tratase de una sensual diosa de la oscuridad. Sería el dueño total de mi cuerpo; mis ojos, mis labios, mi cuello, mis pechos, mi vientre, mi sexo… Le pertenecerían plenamente, y con ellos podría hacer lo que le antojase. Poco a poco, mi alma se iría convirtiendo en otra de sus muchas propiedades, y también podría jugar con ella. Podría excitarla, podría amarla, podría destrozarla, sin obtener por mi parte ni la más mínima queja. Todo mi ser, todo lo que soy, le pertenecerían, y ciertamente le pertenecían, a él. A mi fruto prohibido, a mi fantasma, a mi mayor tentación, a mi desconocido… A mi Adán.

-¡Aaaah!-un grito.

Me sobresalté. Era de un hombre, claramente. Al no escuchar más chillidos pensé que podrían haberle hecho algo a Blade. Salí de la ducha apresurada y me tapé con una toalla, a modo de vestido. Lo único que vi al llegar a la entrada, fuente de aquel ruido, fue que Blade se encontraba enfrente de la puerta abierta, completamente desnudo. El que estaba al otro lado era Heikki, que temblaba, con las mejillas pálidas.

-Heikki, ¿qué haces aquí?-le pregunté, tapándome con recelo.

-Ha… Ha habido otro asesinato.

-¿Dónde?-aquellas palabras me despertaron más que cualquier ducha o cualquier despertador del mundo.

-En la mansión de las Castro de nuevo. Dicen que vayamos de inmediato.

-De acuerdo, me voy a vestir enseguida.

-Y yo.-respondió esta vez Blade.

Nos dirigimos ambos a la habitación. Él se puso la ropa que había traído la otra noche. Yo, simplemente, me atavié con un pantalón negro con el símbolo del grupo HIM en un bolsillo trasero y el de Evanescence en el otro y una camiseta negra con unos gatitos. Salí apresurada, acompañada por los dos, y nos metimos en el ascensor. Heikki no le quitaba ojo a Blade, un poco horrorizado. Yo no me podía quitar aún de la mente a aquel desconocido, y clavaba la imagen en el espejo, como si su reflejo se me fuese a aparecer de un momento a otro.

Fuimos en el coche de Heikki a Buño. La verdad es que no me gusta mucho viajar en coche, pues me mareo, aunque abrí un poco la ventana. Vi como Blade se alejaba en dirección contraria al coche en marcha, con algo de resaca. Apenas hablé con Heikki en todo el viaje, solamente le pregunté cómo sabía dónde estaba mi casa.

-Me lo dijo Helena.-respondió.- Tuvo que mirar en tu expediente.

Luego, me puse los cascos y me perdí en la atmósfera de Evanescence. La cantante, con voz dulce, casi llorosa, me parecía relatar aquello que yo quería oír.



"Someday
We’ll be together again.
All just a dream in the end.
We’ll be together again."

Volveremos a estar juntos… Cerré los ojos. Quizás si lo deseaba con la suficiente fuerza… Me llamé a mí misma ingenua mil y una veces. Pero, ¿qué tenía de malo soñar?

Llegamos a Buño en poco más de media hora. Otra vez, la gente se aglomeraba en las calles, alrededor de la mansión, en busca de respuestas y cotilleos frescos. En la acera de enfrente había aparcada una ambulancia, en cuyo interior se encontraba una mujer de unos 40 y tantos años, vestida con ropa de deporte, temblando y rompiendo a llorar cada poco tiempo. Nos bajamos del coche, el cual aparcamos detrás de la ambulancia, y nos acercamos a la testigo.

-Señora,-dije- somos Sabela Suárez y Heikki Waltari, de la policía. ¿Puede contarnos cómo descubrió el cadáver?

Temí haber sido algo brusca, pero necesitaba saberlo cuanto antes. Dos muertes, en el mismo lugar y en tan poco tiempo era algo demasiado casual. Ella, sin mirarnos a los ojos, nos respondió entre lágrimas:

-Estaba paseando y la vi en la ventana…-señalaba hasta la parte más alta de la casa.-En la ventana….-volvió a echarse a llorar.

-¿Vio a alguien sospechoso por los alrededores?-intervino Heikki.

-Estaba yo sola. La vi a las 7 de la mañana. No había nadie despierto por aquí.

-¿Recuerda algo que le pareciera extraño, aparte de lo del cadáver?

-No…No lo sé, estoy confusa…


-No se preocupe.-dije, entregándole una tarjeta- Si recuerda algo más, llámenos a este número.
Ella aceptó mi ofrecimiento y la guardó en el bolsillo del chándal. Sonreí levemente, mientras me daba la vuelta, acercándome al lugar del crimen, seguida de Heikki, con mi maletín en la mano. Después de mostrarles nuestras identificaciones a los policías que custodiaban la puerta, nos dejaron entrar. Subimos las escaleras casi corriendo. Intacta se encontraba la escena del crimen. Una mujer pelirroja miraba por la ventana.

Al aproximarnos, vimos que sus manos se encontraban atadas a un par de clavos con dos hilos finos. Su cabeza se encontraba ladeada, cubierta de cabellos cobrizos que caían sobre la cornisa. Llevaba puesto un vestido de flores y encaje, estilo lolita. En sus pies, unos calcetines largos cubrían sus piernas, y relucían unos zapatitos negros, como de niña. Estaba de puntillas. La moví un poco. Grácilmente, como una princesa que luce su baile, la cuerda se estiró y la mujer nos mostró su rostro.

La estructura de un hilo negro cerraba sus dos labios rojos, impidiéndole soltar la menor expresión de dolor. Sus ojos eran de cristal brillante, azules. Era como si una muñeca de porcelana se los hubiese prestado, para saber cómo se veía a través de ellos. Una de sus manos no tenía dedos, al igual que con las otras víctimas. Su piel, extremadamente blanca, aún no había sido del todo presa del rigor mortis. Y permanecía mirándonos fijamente, esperando una respuesta, una frase, una palabra que resumiera su macabra belleza. Fue Heikki quien la pronunció, torciendo la cabeza:

-Es horrible.

Llamé al resto del equipo para bajarla de allí, después de sacarle unas cuantas fotografías. En cuanto estuvo acostada en el suelo, aun conservando los brazos levantados y los pies de puntillas, examiné su rostro.

-Parece que las suturas de la boca y la implantación de los ojos de cristal ocurrió pre-mortem, por lo que sugieren las heridas de alrededor.

-Ay, madre.-se quejó Heikki, dándose la vuelta.

-Oye,-le dije.- si ves qué tal, vete a otra habitación. Lo que faltaba ahora era que contaminaras esta escena del crimen también.

Me obedeció, en contra de lo que podía pensar. En cuanto me vi sola, le tomé la temperatura de hígado al cadáver. Había fallecido aproximadamente entre las 11 y 12 de aquella misma noche. La miré a los ojos. Vi en ella una expresión de dolor infinita, después de haber sufrido tan fatal tortura. Fue, por una noche, títere de un malnacido, y le dio vida a sus crueles perversiones. Aún así, era bella aquella especie de marioneta de la muerte. Ordené que se llevaran el cuerpo y examiné la habitación. Ni huellas, ni ADN. Solamente un rastro de sangre que había sido limpiada, y que pude apreciar con ayuda del Luminol, que me llevaba a la habitación contigua, donde estaba Heikki.

-¿Qué haces aquí?-me preguntó.

-Vine siguiendo un camino de sangre.-sonreí- Como Hansel y Gretel.

Le expliqué mi teoría. El asesino la había torturado en aquella habitación y la había arrastrado hasta donde había sido hallado el cuerpo. Posteriormente, aun con vida, fue atada a la ventana, donde murió.

-La causa de la muerte aún no la he determinado.-le confesé.- Aunque probablemente, y guiándome por la cantidad de sangre que había en el suelo, murió desangrada.

Nos dirigimos a la comisaría. Al llegar, me metí con diligencia a la sala de autopsias. Quería examinar el cadáver cuanto antes, a aquella hermosa Jane Doe. Cogí la grabadora y la acerqué a los labios.

“Desconocida número 1.174. Mujer de raza blanca de unos 20 años. La hora de la muerte se produjo entre las 11 y las 12 de la noche de ayer. Sus ojos han sido arrancados y sustituidos por unos de cristal. Sus labios se encuentran cosidos con un hilo negro, al igual que una herida producida por un objeto punzante en el pecho. Me dispongo a abrir con cuidado la boca de la víctima…”

Eso fue lo que hice. Cogí unas tijeras y comencé a cortar despacio, observando cómo se desprendía el hilo suavemente. Las pequeñas desgarraduras que había alrededor de los labios sugerían que la víctima había intentado gritar con la boca cosida. Contemplé horrorizada lo que había en su interior. Eran inconfundiblemente trozos de un músculo. ¿Le había hecho comer su propia carne? Le abrí el pecho posteriormente y allí hallé la respuesta: era su propio corazón el que residía en su boca. En su lugar, había una especie de agüilla nauseabunda y ensangrentada. Reelaboré mi hipótesis:

El asesino había torturado a la víctima en la habitación contigua, arrancándole los ojos y cosiéndole la boca, después de haberla vestido como una muñeca de porcelana. Quizás allí mismo le quitó el corazón, matándola en el acto, y se lo introdujo por los orificios que dejaban las puntadas. Luego, le cosió el agujero y la colocó en la ventana en aquella posición, a propósito para que la viésemos. Era como una provocación.

Cuando terminé de ejecutar la autopsia, era ya hora de comer. Me senté en el despacho, llamé a un restaurante chino que estaba cerca del Materno Belén, cuya publicidad me encontré en mi buzón, y pedí por teléfono unos tallarines con gambas, un rollito de primavera y ternera con bambú y setas. Esperando por la comida, me senté a releer el informe de Julia Figueroa, y a darle vueltas a la nueva víctima. Heikki dijo que se llevaría sus huellas digitales y una muestra de su ADN para cotejarlo con la base de datos. La comida llegó bastante pronto. Me la trajo la recepcionista, una chica bastante agradable llamada Raquel, de pelo castaño y piel morena. En cuanto tuve entre mis manos aquella humeante y sabrosa carne, depositada en un recipiente de plástico, volvió a mí parte del calor que había perdido en la sala de autopsias. Aquel lugar siempre lograba que descendiese la temperatura de mi cuerpo, como intentando que yo también me muriese. Cogí los palillos que había dentro de la bolsa y comencé a comer. Volví a pensar en aquel desconocido de nuevo. Deseé tenerle allí para calmar mi frío. Quise escuchar su voz por primera vez. ¿Cómo sería aquella voz? Seguramente acariciaría mi ser haciéndome vibrar como las cuerdas de un violín tocando su melodía más dulce. Esbocé una sonrisa. Tenía que ir a la Angus Dei de nuevo para reencontrarme con él. Le hablaría, le preguntaría qué tal está, su vida, su pasado. Compartiría con él vivencias y alcohol. Con suerte, Adán se rendiría a los encantos de la tentadora Lilit y podría pasar toda la noche a su lado, sintiendo su cuerpo caliente, palpitante, escuchando los latidos de su corazón, atentamente, rítmicos, potentes, suyos…

-Sabela… ¿Sabela? ¿Me oyes? ¡E-o!

-¿Eh?

Era Heikki. Por algún momento llegué a pensar que mi fantasía se había cumplido, pero no. Él ni se le parecía. Suspiré.

-¿Qué tienes?-pregunté, asqueada.

-Solo venía a decirte que ya he dejado todo en ADN. Me dijeron que cuando estuviera nos avisarían.

-Vale.-aparté la vista hacia el plato de tallarines.- ¿Quieres?-le ofrecí.

-¿Qué es?

-Tallarines con gambas. Están muy buenos, y apuesto a que no has comido.

-No, gracias. Es que a mí, la comida de los chinos…

Me encogí de hombros.

-Como quieras.-continué comiendo.

-Aunque gracias de todas formas.

-¿Cuántas veces piensas repetirlo?-sonreí.

Él también lo hizo. Aunque no tardó en cambiar de tema.

-Por cierto, Sabela. ¿Quién era el tipo aquel que estaba en tu casa esta mañana?

-Un ligue. No le des importancia.

-¿No tienes novio?-parecía sorprendido.

Recordé aquel día. La sangre. El cuerpo. El dolor. Palidecí.

-No, hace tiempo que no tengo novio. Aunque tampoco me interesa.-quise desviar el asunto. Pero Heikki insistió.

-¿Y por qué?

-Porque no.-le miré mal.

-Pues deberías, en lugar de andar por ahí con cualquiera, como una puta.

-¿Qué me has llamado?-dejé la comida en la mesa de un golpe.

No se atrevió a repetirlo.

-Por lo menos yo he follado, no como otros. Impotente.

-¿Impotente? ¡Que sepas que a mí se me pone tiesa cuando yo quiero!

-Eso no te lo crees ni tú.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Bueno,-interrumpí.- ¿Y si dejamos de discutir como críos?

-Podríamos hacer una cosa…

-¿Qué tienes en mente?

-Verás. Tú coges a una de tus amigas y yo a uno de mis amigos que creamos que nos viene mejor de novio y nos presentamos en una cena. ¿Qué te parece?

-Una cita a ciegas, vaya.

-Sí, algo parecido.

No sé por qué demonios accedí a hacer una gilipollez semejante.

-De acuerdo, pero si yo encuentro a tu chica ideal, me debes 50 euros.

-Lo mismo te digo.

-¿Este fin de semana entonces?-pregunté.

-Eso es pasado mañana.

-Cuanto antes, mejor.

-Hecho.

Con un buen apretón de manos sellamos nuestro trato. Era oficial: no podía caer más bajo.

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