Capitulo III [Narrado por Heikki]

sábado, 30 de enero de 2010

Me levanté a las 11:00 de la mañana, tenía la mañana libre, asique decidí ir a la piscina municipal a nadar, el único deporte que practicaba y que disfrutaba haciéndolo, había sido campeón varias veces en estilo mariposa y braza cuando era niño y nunca había parado de entrenar. Desayuné, me puse un chándal y salí a despejar mi cabeza y a intentar relajarme, el día anterior había tenido demasiadas sorpresas como para asimilarlas todas de una vez. Cuando llegué no había casi nadie, todo estaba tranquilo, entré en el vestuario en el que había dos ancianos de una edad no muy avanzada que debían de venir a algún curso para la tercera edad, parecía que estaban discutiendo sobre algo pero no hice caso y me comencé a cambiar.

Al acabar, me dirigí a la ducha al otro lado se podía oír a los viejecitos y escuchaba perfectamente lo que estaban hablando:

-¡A dónde vamos ir a parar!- soltó uno de ellos que llevaba unas bermudas rojas-la gente ahora está loca, en nuestros tiempos no pasaban estas cosas.

-Y que lo digas-respondió el otro lucía un slip como si tuviera dieciséis años mientras me dirigía una mirada inquisitiva-los jóvenes de hoy en día ya no tiene respeto por nada, han perdido muchos valores, ni siquiera van a misa.

-Lo que me pregunto es porqué un crimen así solo salió en el periódico y no en el telediario.

-Pues no sé, la verdad es que es demasiado extraño- respondió el segundo haciéndose el detective- Dicen que en Buño ha causado mucha expectación y que el ayuntamiento ha tenido que dejarlo en manos de la diputación.

¡¿Buño?! ¡No podía ser! Como había llegado esa información a un periódico si los únicos informados del suceso eran la familia, la policía y algunos vecinos de Buño que habían prometido no decir nada para respetar la voluntad de la familia. Quizás alguno se había ido de la lengua y le estaba filtrando información a la prensa.

-Está todo bajo secreto de sumario hasta que la policía resuelva el caso-comentó el primero-Que pena… una chica tan joven, en la flor de la vida, asesinada de esa manera.

-Primero al asfixiaron con un pañuelo por la garganta y luego la descuartizaron con al parecer una moto sierra…

Dejé a aquellos hombres charlando sobre la información del caso que supuestamente solo conocía la policía y me dirigí al agua para deshacerme por un momento de aquel caso que parecía perseguirme por todos los sitios.

Salté con ímpetu desde el trampolín mientras bajaba a gran velocidad sentía como mi alma se liberaba de mi cuerpo y se hundía en el agua creando un nuevo vínculo y reforzando el antiguo, era como un soplo de aire fresco en medio del desierto, sentía un relax y un placer al mismo tiempo que me puso la piel de gallina, comencé a mover los brazos y las piernas al unísono mientras ponía la mente en blanco. Hice unos 3.000 metros luego entré en el baño turco donde casi me quedo dormido. Salí de allí medio mareado de tanto tragar vapor de agua, pasé de nuevo al lado de la piscina en dirección, mientras caminaba miraba la gente que nadaba de un lado al otro de la piscina, estaba distraído cuando de repente choqué con alguien acto seguido resbalé y caí de cabeza al agua.

Salí rápidamente a la superficie para ver quién había sido el artífice de mi caída y me encontré la mano de una mujer ofreciéndome ayuda:

-¿Te encuentras bien?-preguntó una voz.

Yo alcé la vista y le mire al rostro a la muchacha, era una de las monitoras, tenía el pelo largo y negro, era guapísima y en su cara sobresalían unos llamativos ojos azules, sus labios encarnados completaban aquella celestial figura con una sonrisa; sus senos grandes y enhiestos se marcaban con el bañador.

-S…si-titubeé

-Tienes que perdonarme, no estaba mirando hacia delante.

-No, perdóname tú también yo tampoco iba atento. Me llamo Heikki, encantado de conocerte.

-Yo soy Aldara, encantada.-dijo mientras me tendía la mano, una mano delicada y blanca pero al mismo tiempo firme y segura.

Yo se la estreché y creo que me puse colorado, pero intenté disimularlo diciendo:

-Que calor hace aquí…

-¿De verdad tienes calor? Estamos a 18 grados… -Dicho esto se echó a reír.

Yo la imité.

-Bueno tengo que irme el deber me reclama, hasta otra.

-Yo también, hasta pronto.

Tan pronto dije eso di media vuelta, rojo como un tomate, y me volví a los vestuarios.

Al salir de la piscina me fui a la comisaría, allí pregunté a un policía por Sabela que me informó de que aun no había venido, asique decidí ir a esperarla a su despacho.
Las paredes rojas estaban cubiertas de posters de grupos de metal y rock, me fijé en uno en el que aparecía un ovni y ponía “Quiero creer” y que recordaba a Expedientes X, supuse que sería por eso. Me apoyé en su mesa a esperar mientras ojeaba algunos de los dibujos hechos ,seguramente, por Sabela. Unos 10 minutos después entró ella con cara de ajetreada.
,
-¿Qué haces en mi despacho?-preguntó

-Esperando por la señorita a la que le dio por llegar tarde al trabajo. ¿Dónde estabas?-dije mientras bajaba de la mesa.

-Estaba atendiendo a unos asuntos personales.

-¿Asuntos personales?-pregunté Heikki, con curiosidad.

-No es de tu incumbencia, así que cierra el pico.

-Aún por encima de que tardas.-mientras decía esto, me volví a sentar en su mesa.

Con una de mis manos palpé algo redondo similar a una pelota pero muy dura. La miré, para descubrir qué estaba tocando, y vi una calavera humana, del susto le di un golpe con la mano, tirándola al suelo. En el instante antes de que chocara contra el suelo, Sabela logró cogerla ágilmente.
-¿Eres idiota? ¡Casi la rompes!-gritó

-Una…una calavera…-tartamudeé.

-¡Es de cerámica! ¿Tú crees que guardaría mis bolis en un cráneo humano de verdad?

Callé durante un momento esperando a que se le pasara el enfado pero al poco tiempo comencé ha hablar de nuevo:
-¿Tienes la autopsia de Julia?

-Sí, la tengo.-me confirmó
Abrió un cajón de, en el que había una pegatina de un gatito. Comenzó a rebuscar.

-Aquí está.-clamó

-¡A ver, a ver!-dije impaciente.

-Tampoco te pongas así, hombre, que solo es un informe.

-Es que nunca había visto el de una autopsia.-comencé a ojearlo entonces, curioso. Aunque había palabras de médicos que no entendía pude comprender el informe:

“…La hora de la muerte fue entre las 7 y las 9 de la tarde de ayer, según revela la temperatura de su hígado. Los brazos y las piernas le fueron arrancados brutalmente, probablemente con una sierra eléctrica…”

-¿Descubriste algo sobre el gimnasio?-preguntó Sabela.

-Eh…sí, sí. Estaba apuntada en uno que está en las afueras, “Strong Bodies” se llama.

-Entonces vamos. Te llevo yo… Porque tendrás un casco, ¿no?

-Un… ¿casco?

-No querrás ir a pie, supongo.
Luego me llevó a una tienda de motos. Allí compramos el casco, el que primero me llamó la atención fue uno que tenía un Basset Hound retratado.
-¡Se parece a Cuca!-exclamé.

-¿Cuca?

-Mi perra; una basset hound. Es tan mona.

-Es que yo soy más de gatos, gracias.-dijo, riéndose-¿Quieres ese? Venga, te lo regalo.

-R… ¿Regalo? No tienes por qué, de verdad.-dije sorprendido, era la primera vez desde que era mayor de edad que alguien me regalaba algo.

-No me digas lo que tengo que hacer, anda.

Desconcertado y por no llevarle la contraria a la iracunda Sabela dejé que me regalara aquel bonito casco.

-Cada vez que vengas en mi moto, lo llevas, que no te pienso comprar otro.

-Gracias, de verdad. Si pudiese darte algo a cambio…

-Con tal de que no vuelvas a entrar en mi despacho, me doy por satisfecha.-respondió

-¡Hecho!-dije sonriente.

Salimos entonces de la tienda y volvimos al exterior de la comisaría, donde Sabela tenía aparcada su moto. Lo que no sabía ella era que le tenía pánico a las motos.

-Sube.-me ordenó a la vez que se montaba en ella.

-Es que no me gustan las motos.

-¡Venga! Acabo de regalarte un casco. Pudiste habérmelo dicho antes.-dijo indignada.
Como no me quedaba otra suspiré y me monté de mala gana.
-Iré despacio, verás cómo no es nada.

Dicho esto, arrancó. Llegamos un poco más tarde de lo previsto, pero por lo menos Sabela no había ido demasiado rápido. El gimnasio parecía bastante pequeño visto desde fuera, y encima de la puerta tenía un cartel luminoso en el que figuraba el nombre.
¡Por fin hemos llegado¡-exclamé

-Parece un puticlub.-comentó Sabela.

Entramos sin más preámbulos. Montones de tíos cachas y mujeres forzudas se dejaban el alma ejecutando sus duros ejercicios y un desagradable olor a sudor cargaba el ambiente ; también había un grupito de personas gorditas, en las cintas de correr y en las bicicletas, intentando bajar de peso. Y se veía a un grupo de mujeres, ya entradas en carnes, sentadas en estirillas haciendo yoga y ejercicios de relajación.

-¿Y ahora cómo sabemos quién es el hermano de la víctima?-pregunté.

-Fácil.-dicho esto, Sabela cogió aire y comenzó a gritar:- ¿Alguno de ustedes es el hermano de Julia Figueroa? Julia Figueroa, ¿alguien la conoce?

Sorprendido por aquel ridículo comencé a ponerme colorado por la vergüenza. De repente, un hombre, en muy buena forma, rubio con los ojos verdes, se acercó a nosotros.

-Soy yo.-dijo.- Samuel Figueroa Martínez.

-Somos Sabela Suárez y Heikki Waltari,- respondió Sabela.- de la policía. Queremos hacerle unas preguntas acerca del asesinato de su hermana.

-¿Saben algo ya de ese bastardo? ¡Juro que como lo pille…!

Sin llegar a terminar la frase, le propinó un puñetazo fortísimo a una columna del gimnasio, haciéndola retumbar en el acto. Todos los que nos encontrábamos allí, nos quedamos perplejos.

-Esta visita comienza a ser bastante surrealista.-le susurré a Sabela.

-Y que lo digas.-respondió.

La cara de Samuel enrojecía, y estaba a punto de volver a golpear la columna, pero Sabela lo interrumpió intentando tranquilizarle:

-Lo pillaremos nosotros, no se preocupe. Ahora, nos gustaría que nos respondiese a unas preguntas.

-De acuerdo.

Parecía que se había calmado algo.

-¿Qué relación guardaban usted y su hermana?-comenzó Sabela el interrogatorio.

-Nos llevábamos muy bien. Veníamos todos los días al gimnasio juntos. Yo le ayudaba a estirar los tríceps, sus delicados pero definidos tríceps, y ella me ayudaba con los deltoides. Todavía añoro esos momentos.

Estaba bastante obsesionado con sus músculos, hasta el punto de ser desesperante.

-¿Había alguien que quisiera hacerle daño?-pregunté.

-En absoluto. Ella era una pianista muy respetada. Obtuvo un Grammy y todo. La adorábamos. En sus actuaciones, todos aplaudían, y yo lo hacía tan fuerte que mis bíceps temblaban. Hasta era amiga de la mismísima Amy Cargill, que en paz descanse.

-¿Amy Cargill? ¿Quién es esa?-dije.

-¡Mira que no saber quién es Amy Cargill!-bramó Samuel.- ¡Ignorante! Era una pianista excepcional, la mejor de todos los tiempos. Murió hace dos años, aquejada de una enfermedad muy grave. Mi hermana era una gran fan, además de una de sus mejores amigas. Yo también era fan suyo. Esa mujer hacía mover un músculo muy especial de mi cuerpo.

-¿El corazón?-pregunté sin pensar en que el hombre era salido.

-No precisamente.-contestó Sabela.

Acabé comprendiendo las fantasías de aquel individuo e hice una mueca de asco.

-¿Tenía pareja estable?-preguntó mi compañera.

-No, no la tenía. Estaba perdidamente enamorada de su cuerpo y su piano; no necesitaba a nadie más.

-¿Qué hizo usted anteayer a las 7 de la tarde?-proseguí.

-¿¡Creen que yo la maté!?-Samuel comenzaba a alterarse de nuevo.-¡¡No podría hacer algo semejante!!

-Son preguntas rutinarias, señor Figueroa. No le estamos culpando de nada.-dije calmadamente.

-Todos los días a las 7 de la tarde me dispongo a hacer abdominales durante media hora, y flexiones la otra media. No me moví del gimnasio hasta las 10, como siempre.

-¿Le dice algo la mansión de las Castro, en Buño?-interrogó Sabela.

-¿Buño? ¿Qué es eso?

Se notaba que aquel hombre no ejercitaba mucho su cerebro a diferencia de sus otros músculos.

-Déjelo entonces.-dijo Sabela dándose por vencía

-¿Y qué me dice de la frase “Abyssus abyssum invocat”?-pregunté.

Samuel levantó la vista, como si hubiera revivido algo.

-Me suena.-contestó.

Siguió pensando, y este acto le llevó a comenzar a tararear una canción entre dientes, vagamente. Sabela yo nos miramos, diciéndonos uno al otro con los ojos: “Este tío quiere tomarnos el pelo”. Cerró los ojos como si tuviera migrañas y se llevó una mano a la cabeza como si estuviera buscando en su memoria.

-No recuerdo… de qué… pero me suena.

-Antes de irnos, señor Figueroa, me gustaría hacerle una última pregunta.-dijo Sabela.- ¿Su hermana había ido a algún tipo de cena el día en que fue asesinada?

-Sí, sí que fue. Acababa de sacar su nuevo disco “Diamonds”, y su equipo y ella decidieron hacer una fiesta, por los éxitos futuros. No asistí, pues esas cosas engordan, ya sabe, pero parece ser que había de todo: empanadas de todas las clases, tortillas, churrasco… En fin, un paraíso de calorías.

-Gracias por su colaboración. Si recuerda algo más no dude en llamarnos-concluyó cortésmente.

Acto seguido, salimos del gimnasio, un poco aturdidos.

-¡Vaya espécimen!-exclamé.- Pensé que personas así sólo existían en los dibujos animados.

-Dudo que fuese él.-afirmó Sabela, con tono seguro.

-¿Por? Recuerda que no se debe excluir a nadie sin estar tremendamente seguros.

-¡Oh, vamos! ¿Es que no lo has visto? Se preocupa más de sus músculos que de su hermana, contando que ni sabe dónde está Buño.

-Podría estarnos mintiendo.

-El asesino al que no enfrentamos es tremendamente meticuloso, Heikki. Meticuloso y sádico. Una persona de ese calibre no es tan transparente. Aunque tienes razón, será mejor no precipitarse.

Nos volvimos a la comisaría de nuevo en su moto, allí me dejo Sabela y luego se marchó. Entré en la comisaría y para recoger los archivos del caso, de camino a mi despacho me encontré con Elena que se disponía ha marchar.

-¿Donde te has metido hoy chiquillo? No se te ha visto el pelo en todo el día.

-Es que tenía la mañana libre y tuve que hacer un interrogatorio durante toda la tarde.

-Ha pues ha venido una chica muy guapa preguntando por ti. Estas hecho todo un rompecorazones ¿eh?- dijo mientras me guiñaba un ojo.

-¿Una chica? ¿Y que quería?- pregunté intrigado.

-Pues que te habías dejado olvidada la cartera en la piscina. ¡Eres un desastre! Aquí tienes anda.

Dicho esto me despedí y cogí la cartera. Seguramente había sido la chica con la que había chocado, que atenta había sido al molestarse en traerme la cartera. Seguí andando hasta el despacho cogí mi maletín y el diario que habíamos encontrado y decidí parar en una pizzería cercana para cenar, luego cansado me dirigí a mi piso subí le heche de comer a Cuca que me esperaba hambrienta, me duché y me tumbé en la cama mientras sonaba la canción de “Vivi nell aria” de Gabry Ponte. Así me quede enfrascado en mis sueños.

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