Suena el despertador. Es un sonido estridente, estentóreo, taladrador, pero acabas acostumbrándote a su continua amenaza de destrozar mis sueños ya rotos. Sólo a través de ellos puedo volver a estar contigo, poder sentirte otra vez entre mis brazos, hasta descubrir que todo era un espejismo, y que las cosas están como lo estaban antes.
Me levanté aquella mañana como si fuese otra cualquiera. Me preparé un café bien cargado y me lo bebí, todavía sin cambiarme de ropa. Magnus y Lucifer ronroneaban frotándose a mis piernas, que colgaban de la encimera en la que estaba sentada. Sonó entonces mi móvil. Lo reconocí al momento, pues soy la única de mi edificio, de mi trabajo y, por supuesto, de mi casa, que tiene la canción Going Under de tono de llamada. Me estremecí al ver que en la pantalla ponía “jefe”. Temí lo peor.
-¿Diga?
-¿Señorita Suárez?
-La misma.
-Ha habido un asesinato. Debe desplazarse hasta Buño, en el concello de Malpica. ¿Sabe dónde está?
-Tonta no soy. Si no sé, pregunto.
-De acuerdo.-ya estaba bastante acostumbrado a mis contestaciones, así que no le dio importancia.- Allí le presentarán a su nuevo compañero.
Dudé un poco antes de responder.
-Heikki, ¿me equivoco?
-Exactamente. Pórtese bien con él.
-Esté tranquilo, no lo mataré por ahora.-ironicé.
Acto seguido, opté por colgar. Buño estaba bastante lejos, y me llevaría algo de tiempo en ir en mi moto, mi único medio de transporte. Me vestí apresuradamente, sin ni siquiera pararme a escoger la ropa adecuada que debería llevar a un pueblo. Me puse una camiseta negra y roja con un dibujo de Heidi que rezaba “Heidi metal”, unas botas negras de tacón, un pantalón negro, una cazadora negra con una calavera de metal en un pecho y mi collar de pinchos. Cogí el casco de la entrada y me fui.
La moto me esperaba en el garaje. Era negra, con un tentáculo blanco en un lateral. Mi casco era del mismo color, y poseía el mismo símbolo. Me gusta, es la perfecta armonía entre la mitad masculina y femenina, el Ying y el Yang paganos, la belleza y el amor sexual. Así es como alimentaba mi propio amor, a base de sexo. Desde que había pasado aquello, años atrás, me dedicaba a buscar mi amor en la barra de la Agnus Dei Gothic Club. Esperando que un galán hermoso y siniestro ataviado de cruces me susurre alguna canción bonita, alguno de mis poemas favoritos de Bécquer, y pueda brindarle el calor de mis besos. Pero sólo durante una noche. Después serán otra vez completos desconocidos para mí.
Me costó más de media hora llegar a Buño. Era un pueblecillo pequeño y acogedor, vislumbrado fugazmente desde la moto, hasta que opté por parar al ver revuelo enfrente de una casa. La muchedumbre no engaña. Me bajé y llevé el casco debajo del brazo, después de quitármelo y volver a dejar suelta mi melena larga y negra. Una casa era el centro de la atención de la gente. Una majestuosa mansión vieja y destartalada, pero que parecía atraerte con un aura de misterio. Conseguí abrirme paso hacia la puerta, escuchando los susurros de las viejas:
-Tan joven y ya de luto.
Pero el luto estaba por dentro, y no podía verse. En la puerta, me esperaba un chaval alto y rubio, con traje azul marino y corbata. Parecía estar algo intimidado.
-Heikki, supongo.-dije.- Mi nombre es Sabela Suárez, y voy a ser tu compañera.
Él, ajeno a mis palabras, respondió:
-¡Guau! Tienes un collar de perro.
Torcí el labio. Él se dio cuenta de mi gesto de rabia y se asustó un poco.
-Ponme en antecedentes, ¿quieres?-le ordené.
-Sí, eh… Parece ser que por la noche, una señora oyó unos ruidos fuertes que procedían de esta casa…
-¿A qué hora, exactamente?-interrumpí.
-Después de acabar el “Luar”, parece ser.
-¿Y de qué tipo de ruidos estamos hablando? ¿Un disparo? ¿Un grito?
-No especificó.
-Podrías haberle preguntado. Te lo perdono porque es tu primer caso, pero para la próxima vez, ya sabes.-después de una pausa, añadí.- Prosigue.
-Bueno, el caso es que notó un olor nauseabundo en cuanto se acercó a la casa. Encontró el cadáver de una mujer en la entrada. No lo tocó, avisó a la policía sin más preámbulos.
-Por lo menos la vieja actuó con cautela. Aún así, necesitamos sus huellas; quieras que no, el escenario del crimen ha sido contaminado. Por cierto, ¿lo has examinado?
-La verdad es que no.-titubeó Heikki.
-¿Cómo que no?-pregunté, indignada.
-Es que… es la primera vez que veo un cadáver. Ya el olor es insoportable, imagínate el resto.
-Bueno, entramos y lo examinas.
Heikki tragó saliva dificultosamente. Abrí la puerta, utilizando uno de mis guantes de látex para no dejar huellas, y nos metimos dentro, esquivando a la muchedumbre.
El escenario era horrible. Una mujer joven yacía en el suelo, sin brazos y sin piernas, chorreando sangre. Su cuerpo podrido indicaba que llevaba allí bastante tiempo. Tenía los ojos en blanco y su vestido rosa chicle estaba roto, a la altura de la cadera, dejando su sexo al descubierto. La observé con frialdad, acercándome a ella y arrodillándome a su lado.
-A simple vista, parece que murió desangrada.-dije, palpándola.- Tengo que mirar la temperatura de su hígado, para determinar cuánto hace del momento de la muerte.
Giré la cabeza para poder mirar a Heikki. El pobre hombre vomitaba en una esquina, agarrándose la corbata para no mancharla.
-¿Pero qué haces? No hace falta vieja ninguna para contaminar el lugar del crimen, que ya lo haces tú por los dos.
En cuanto pareció que amainaban sus nauseas, pudo responderme:
-Es que… yo… los muertos…
Antes de darle tiempo a contestar como era debido, volvió a vomitar de nuevo. Lo agarré por los hombros y lo conduje a la habitación contigua.
-Va a ser mejor que investigues por aquí. Yo me ocupo de esta parte, ¿de acuerdo?
Él asintió con dificultad. Con todo, fue capaz de salir de la habitación por su propio pie, dándome total libertad para examinar el cadáver. Observé con detenimiento la cara de aquella joven. Tendría aproximadamente veinti-pocos años. Su semblante mostraba un implacable sufrimiento, un dolor sobrehumano, aún después de muerta. Los cortes de los brazos y las piernas, a juzgar por su irregularidad, daba a sospechar que habían sido hechos con una sierra eléctrica. Recuerdo el escalofrío que recorrió mi columna, imaginándome el martirio que tuvo que sufrir aquella pobre mujer. Sus chillidos agudos y atronadores parecían flotar aún en la entrada de aquella mansión, abandonada desde hacía tanto tiempo, destartalada, rota, olvidada. ¿Qué loco malnacido pudo haberle hecho aquello?
Al cabo de un rato, escuché unos ruidos fuertísimos procedentes del exterior, que hacían dificultoso mi trabajo. Pude distinguir un claro “¡Brutalidad policial!” con una voz de mujer. Heikki salió de la habitación en la que estaba, tapándose la nariz con la manga del traje.
-¿Qué son esos gritos?-preguntó.
-A mí que me registren.
De repente, y bajo la mirada sorpresiva de varios policías, se coló en la casa por la puerta principal una chica. Su pelo granate estaba mal peinado y tenía un aspecto desaliñado. Sus ojos pardos casi se salían de las órbitas, en un deseo de huir de sus sucias cuencas. Estaba tan delgada aquella pobre mujer que semejaba un muerto viviente.
-¡Lo sabía!-gritó, en cuanto vio el cadáver.- ¡¡Lo sabía!!
Se tapó la cara con las manos y comenzó a saltar de felicidad.
-¡¡Todos me decían que estaba loca cuando afirmé que esta casa olía a muerto! Y ahora ¿quién tiene razón? ¿Eh? ¡¿Quién la tiene?!
Me levanté, decidida a proseguir con mi trabajo, y me acerqué a ella, en un tono bastante pacífico.
-Oiga, señora, usted no debería estar aquí.
-Estamos investigando un homicidio.-añadió Heikki, decidido, mas amedrentado a la vez.
Clavó sus ojos en nosotros y se acercó a mí, como intentando olisquearme. Luego, volvió a observar el cuerpo.
-¿Quién es la finada?-me preguntó.
-Lárguese.-respondí, en un tono autoritario.
Al ver que estaba distraída, un policía se le acercó por detrás y la amordazó, para poder echarla fuera del recinto.
-¡¡Brutalidad policial!!
Todavía resonaban minutos después aquellos gritos sordos en mi cabeza.
Poco después, unos policías trasladaron el cuerpo de la joven a comisaría, junto con las pruebas que había recogido Heikki.
-¿Qué tienes?-me preguntó él.
-No mucha cosa. No he encontrado rastros de huellas ni fibras en el cadáver. Ni semen.-añadí.
-Así que no la violó.
-Tengo que hacerle aún la autopsia, pero no, parece que no.
Antes de que Heikki pudiese decir nada, murmuré:
-Estamos ante un cabrón sádico al que sólo le importa ver sufrir. La gente de esa calaña da asco.
Heikki me miró extrañado. Yo ni siquiera quise cruzar una sola mirada con él. Simplemente, no me apetecía. Los casos como ese me ponían enferma. De repente, una señora se metió entre los dos, a la cual miramos con interés.
-No le hagáis caso a la chiquilla,-dijo, gesticulándolo todo con sus manos arrugadas y huesudas.- es que a veces se le va. No le harán daño, ¿verdad?
-No creo.-respondió Heikki.- Aunque quizás le pongan una multa por escándalo público…
-O la metan en un manicomio.-añadí a regañadientes.
-Verónica es una buena niña. Ella fue muy bella en otro tiempo, cuando era más jovencita, y muy lista, pero no se sabe por qué razón se volvió loca.-miró hacia la mansión mientras hablaba.- Comenzó a obsesionarse con la maldición de la casa de las Castro, con que las chicas que iban allí sin permiso de los espíritus se morían, y no sé qué más chorradas. Su familia la abandonó, y ahora forma parte del pueblo.
Después de decir eso, y como si fuese una gramola, simplemente soltó su discurso y se fue, como si tuviese esa versión de ala vida de Verónica gravada en su mente, inamovible.
-¿Qué piensas de todo esto, Sabela?-preguntó Heikki.
-¿Qué voy a pensar? Que va a ser una mañanita muuuuuy larga.
Me levanté aquella mañana como si fuese otra cualquiera. Me preparé un café bien cargado y me lo bebí, todavía sin cambiarme de ropa. Magnus y Lucifer ronroneaban frotándose a mis piernas, que colgaban de la encimera en la que estaba sentada. Sonó entonces mi móvil. Lo reconocí al momento, pues soy la única de mi edificio, de mi trabajo y, por supuesto, de mi casa, que tiene la canción Going Under de tono de llamada. Me estremecí al ver que en la pantalla ponía “jefe”. Temí lo peor.
-¿Diga?
-¿Señorita Suárez?
-La misma.
-Ha habido un asesinato. Debe desplazarse hasta Buño, en el concello de Malpica. ¿Sabe dónde está?
-Tonta no soy. Si no sé, pregunto.
-De acuerdo.-ya estaba bastante acostumbrado a mis contestaciones, así que no le dio importancia.- Allí le presentarán a su nuevo compañero.
Dudé un poco antes de responder.
-Heikki, ¿me equivoco?
-Exactamente. Pórtese bien con él.
-Esté tranquilo, no lo mataré por ahora.-ironicé.
Acto seguido, opté por colgar. Buño estaba bastante lejos, y me llevaría algo de tiempo en ir en mi moto, mi único medio de transporte. Me vestí apresuradamente, sin ni siquiera pararme a escoger la ropa adecuada que debería llevar a un pueblo. Me puse una camiseta negra y roja con un dibujo de Heidi que rezaba “Heidi metal”, unas botas negras de tacón, un pantalón negro, una cazadora negra con una calavera de metal en un pecho y mi collar de pinchos. Cogí el casco de la entrada y me fui.
La moto me esperaba en el garaje. Era negra, con un tentáculo blanco en un lateral. Mi casco era del mismo color, y poseía el mismo símbolo. Me gusta, es la perfecta armonía entre la mitad masculina y femenina, el Ying y el Yang paganos, la belleza y el amor sexual. Así es como alimentaba mi propio amor, a base de sexo. Desde que había pasado aquello, años atrás, me dedicaba a buscar mi amor en la barra de la Agnus Dei Gothic Club. Esperando que un galán hermoso y siniestro ataviado de cruces me susurre alguna canción bonita, alguno de mis poemas favoritos de Bécquer, y pueda brindarle el calor de mis besos. Pero sólo durante una noche. Después serán otra vez completos desconocidos para mí.
Me costó más de media hora llegar a Buño. Era un pueblecillo pequeño y acogedor, vislumbrado fugazmente desde la moto, hasta que opté por parar al ver revuelo enfrente de una casa. La muchedumbre no engaña. Me bajé y llevé el casco debajo del brazo, después de quitármelo y volver a dejar suelta mi melena larga y negra. Una casa era el centro de la atención de la gente. Una majestuosa mansión vieja y destartalada, pero que parecía atraerte con un aura de misterio. Conseguí abrirme paso hacia la puerta, escuchando los susurros de las viejas:
-Tan joven y ya de luto.
Pero el luto estaba por dentro, y no podía verse. En la puerta, me esperaba un chaval alto y rubio, con traje azul marino y corbata. Parecía estar algo intimidado.
-Heikki, supongo.-dije.- Mi nombre es Sabela Suárez, y voy a ser tu compañera.
Él, ajeno a mis palabras, respondió:
-¡Guau! Tienes un collar de perro.
Torcí el labio. Él se dio cuenta de mi gesto de rabia y se asustó un poco.
-Ponme en antecedentes, ¿quieres?-le ordené.
-Sí, eh… Parece ser que por la noche, una señora oyó unos ruidos fuertes que procedían de esta casa…
-¿A qué hora, exactamente?-interrumpí.
-Después de acabar el “Luar”, parece ser.
-¿Y de qué tipo de ruidos estamos hablando? ¿Un disparo? ¿Un grito?
-No especificó.
-Podrías haberle preguntado. Te lo perdono porque es tu primer caso, pero para la próxima vez, ya sabes.-después de una pausa, añadí.- Prosigue.
-Bueno, el caso es que notó un olor nauseabundo en cuanto se acercó a la casa. Encontró el cadáver de una mujer en la entrada. No lo tocó, avisó a la policía sin más preámbulos.
-Por lo menos la vieja actuó con cautela. Aún así, necesitamos sus huellas; quieras que no, el escenario del crimen ha sido contaminado. Por cierto, ¿lo has examinado?
-La verdad es que no.-titubeó Heikki.
-¿Cómo que no?-pregunté, indignada.
-Es que… es la primera vez que veo un cadáver. Ya el olor es insoportable, imagínate el resto.
-Bueno, entramos y lo examinas.
Heikki tragó saliva dificultosamente. Abrí la puerta, utilizando uno de mis guantes de látex para no dejar huellas, y nos metimos dentro, esquivando a la muchedumbre.
El escenario era horrible. Una mujer joven yacía en el suelo, sin brazos y sin piernas, chorreando sangre. Su cuerpo podrido indicaba que llevaba allí bastante tiempo. Tenía los ojos en blanco y su vestido rosa chicle estaba roto, a la altura de la cadera, dejando su sexo al descubierto. La observé con frialdad, acercándome a ella y arrodillándome a su lado.
-A simple vista, parece que murió desangrada.-dije, palpándola.- Tengo que mirar la temperatura de su hígado, para determinar cuánto hace del momento de la muerte.
Giré la cabeza para poder mirar a Heikki. El pobre hombre vomitaba en una esquina, agarrándose la corbata para no mancharla.
-¿Pero qué haces? No hace falta vieja ninguna para contaminar el lugar del crimen, que ya lo haces tú por los dos.
En cuanto pareció que amainaban sus nauseas, pudo responderme:
-Es que… yo… los muertos…
Antes de darle tiempo a contestar como era debido, volvió a vomitar de nuevo. Lo agarré por los hombros y lo conduje a la habitación contigua.
-Va a ser mejor que investigues por aquí. Yo me ocupo de esta parte, ¿de acuerdo?
Él asintió con dificultad. Con todo, fue capaz de salir de la habitación por su propio pie, dándome total libertad para examinar el cadáver. Observé con detenimiento la cara de aquella joven. Tendría aproximadamente veinti-pocos años. Su semblante mostraba un implacable sufrimiento, un dolor sobrehumano, aún después de muerta. Los cortes de los brazos y las piernas, a juzgar por su irregularidad, daba a sospechar que habían sido hechos con una sierra eléctrica. Recuerdo el escalofrío que recorrió mi columna, imaginándome el martirio que tuvo que sufrir aquella pobre mujer. Sus chillidos agudos y atronadores parecían flotar aún en la entrada de aquella mansión, abandonada desde hacía tanto tiempo, destartalada, rota, olvidada. ¿Qué loco malnacido pudo haberle hecho aquello?
Al cabo de un rato, escuché unos ruidos fuertísimos procedentes del exterior, que hacían dificultoso mi trabajo. Pude distinguir un claro “¡Brutalidad policial!” con una voz de mujer. Heikki salió de la habitación en la que estaba, tapándose la nariz con la manga del traje.
-¿Qué son esos gritos?-preguntó.
-A mí que me registren.
De repente, y bajo la mirada sorpresiva de varios policías, se coló en la casa por la puerta principal una chica. Su pelo granate estaba mal peinado y tenía un aspecto desaliñado. Sus ojos pardos casi se salían de las órbitas, en un deseo de huir de sus sucias cuencas. Estaba tan delgada aquella pobre mujer que semejaba un muerto viviente.
-¡Lo sabía!-gritó, en cuanto vio el cadáver.- ¡¡Lo sabía!!
Se tapó la cara con las manos y comenzó a saltar de felicidad.
-¡¡Todos me decían que estaba loca cuando afirmé que esta casa olía a muerto! Y ahora ¿quién tiene razón? ¿Eh? ¡¿Quién la tiene?!
Me levanté, decidida a proseguir con mi trabajo, y me acerqué a ella, en un tono bastante pacífico.
-Oiga, señora, usted no debería estar aquí.
-Estamos investigando un homicidio.-añadió Heikki, decidido, mas amedrentado a la vez.
Clavó sus ojos en nosotros y se acercó a mí, como intentando olisquearme. Luego, volvió a observar el cuerpo.
-¿Quién es la finada?-me preguntó.
-Lárguese.-respondí, en un tono autoritario.
Al ver que estaba distraída, un policía se le acercó por detrás y la amordazó, para poder echarla fuera del recinto.
-¡¡Brutalidad policial!!
Todavía resonaban minutos después aquellos gritos sordos en mi cabeza.
Poco después, unos policías trasladaron el cuerpo de la joven a comisaría, junto con las pruebas que había recogido Heikki.
-¿Qué tienes?-me preguntó él.
-No mucha cosa. No he encontrado rastros de huellas ni fibras en el cadáver. Ni semen.-añadí.
-Así que no la violó.
-Tengo que hacerle aún la autopsia, pero no, parece que no.
Antes de que Heikki pudiese decir nada, murmuré:
-Estamos ante un cabrón sádico al que sólo le importa ver sufrir. La gente de esa calaña da asco.
Heikki me miró extrañado. Yo ni siquiera quise cruzar una sola mirada con él. Simplemente, no me apetecía. Los casos como ese me ponían enferma. De repente, una señora se metió entre los dos, a la cual miramos con interés.
-No le hagáis caso a la chiquilla,-dijo, gesticulándolo todo con sus manos arrugadas y huesudas.- es que a veces se le va. No le harán daño, ¿verdad?
-No creo.-respondió Heikki.- Aunque quizás le pongan una multa por escándalo público…
-O la metan en un manicomio.-añadí a regañadientes.
-Verónica es una buena niña. Ella fue muy bella en otro tiempo, cuando era más jovencita, y muy lista, pero no se sabe por qué razón se volvió loca.-miró hacia la mansión mientras hablaba.- Comenzó a obsesionarse con la maldición de la casa de las Castro, con que las chicas que iban allí sin permiso de los espíritus se morían, y no sé qué más chorradas. Su familia la abandonó, y ahora forma parte del pueblo.
Después de decir eso, y como si fuese una gramola, simplemente soltó su discurso y se fue, como si tuviese esa versión de ala vida de Verónica gravada en su mente, inamovible.
-¿Qué piensas de todo esto, Sabela?-preguntó Heikki.
-¿Qué voy a pensar? Que va a ser una mañanita muuuuuy larga.
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