Capítulo IV (narrado por Sabela)

domingo, 31 de enero de 2010






Me pasé buena parte de la noche leyendo “Hamlet”, mi libro favorito desde siempre. Quise encerrarme en la lectura, dejar que el relato me atrapase para no pensar más en todo aquello, en la niña, en los asesinatos. Y lo peor es que no tenía a nadie a quién llamar. Me había convertido en una Ofelia, marcada por un amor que no pudo llegar a cuajar, destrozada para siempre, ahogándome en un mar de soledad. Quizás Amy también lo era, y había dejado que su fama la anegase. O ni siquiera la fama, sino algo más complejo. Algo que escapase a mi comprensión, a la suya propia.

Heikki me llamó, por ahí de las 5 de la mañana.

-¿Sí?-pregunté.

-¿Estabas dormida?

-No he logrado dormir en toda la noche. ¿Por?

-¿Tú tampoco?

-¿Qué querías?-desvié el tema.

-Helena me acaba de mandar un mensaje al busca. Verónica, ¿te acuerdas? La chavala que entró en la escena del crimen.

-Sí, me acuerdo. ¿Cómo no me voy a acordar?

-Ha vuelto a casa. Y parece ser que se aloja en la casa de la señora que nos alertó.

-¿Ha asumido la tutela?

-Ya tenía la tutela. Es su abuela.

Ladeé la cabeza.

-Curioso.-dije.- ¿No crees que la nieta también vería algo?

-Eso es lo que quería que hiciésemos, preguntarle.

-Pero Heikki, son las 5 de la mañana.

-Por lo menos salimos de casa. Y podemos salir a dar un paseo por Buño, que parece ser que es precioso.

-Está bien. ¿Dónde te recojo?

-En la comisaría. Tengo la casa a un paso.

-Ok, voy ahora.

Me vestí, bastante abrigada, y me fui hacia donde él me había dicho, donde me esperaba tiritando.

-Por fin estás aquí.-bramó al verme.

-Chico, es que sólo a ti se te ocurre salir a las 5 de la mañana con una gabardina tan fina.

-Pero… ¿mola o no?

-Anda, sube.-le ordené, riéndome.

Partimos entonces hacia Buño en la fría noche, dejando que las ruedas de la moto se deslizasen en una carretera prácticamente congelada por el rocío.

-¿Qué hacías, en vez de dormir?-me preguntó Heikki, gritando.

-¿Qué iba a hacer? Romperme la cabeza.

Llegamos al pueblo por lo menos una hora después. Todavía estaba oscuro, pero en el horizonte, marcado por el apodado “Campo da Culpa”, relucían unos reflejos ambarinos que indicaban la inminente salida del Sol. Paseamos un rato por el bosque, a pesar de lo oscuro que estaba.

-¿Qué es ese monte que está ahí en lo alto?-preguntó él, señalándolo con la cabeza.

-Se llama “Buenavista”, pero por aquí le llaman “Campo da Culpa”.-respondí, sin sacar las manos de los bolsillos, al igual que mi compañero.

-Vaya nombre. ¿Crees que habrá alguna leyenda o algo chungo detrás?

-Probablemente. La verdad es que tiene toda la pinta.

De repente, y como si fuese el destino el que nos guiase, nos vimos enfrente de la mansión de las Castro. Nos detuvimos, mirando su majestuosa fachada, corroída por los años. En una de las ventanas que poseía, había un cartel que ponía “Se vende”. Las enredaderas estrangulaban las vallas que cercaban su vasto jardín y el moho se escondía entre las piedras, alimentándose de la humedad de la noche. Al igual que nuestros sueños rotos. Y nuestra curiosidad.

-La verdad es que no encontramos los brazos de la víctima.-dije.

-¿Sugieres que entremos?

-No sugerí nada, pero si te empeñas.

Empujé un poco la puerta, la cual estaba ya abierta, aunque con papeles puestos por la policía que impedían la entrada. Estaba todo completamente oscuro, tanto que no se podía distinguir dónde estábamos. Saqué de mi bolso un mechero y lo encendí.

-Con esto podremos guiarnos. ¿Tú no tienes ninguno?

-S…Sí, uno de propaganda de un bar.

-Valdrá.

Subimos despacio unas escaleras que había cerca de la entrada. El piso de arriba todavía no había sido examinado.

“Ñec”

-¿Qué ha sido eso?

-Tranquilo, fue es una escalera que crujió.

-¿Segura?

-S…Segurísima.

-Has titubeado.

-No he titubeado. Deja de decir chorradas.

-¿Y si el asesino sigue aquí?

-Sí, hombre, como en una peli de terror, no te jode. Está esperando para cogernos desprevenidos y…¡¡Ah!!

-¿Qué pasa, Sabela?

-Me han tocado… La muñeca…

-Fui yo. Es que me da un poco de yuyu estar en este sitio.

-Vuelve a ponerme la mano encima y te arreo. ¿Entendido?

-Vale, vale.

Entramos en una habitación, la primera que vimos, a mano izquierda al terminar las escaleras. Allí encontramos las dos piernas y un brazo cortados en una esquina, con el suelo todo manchado de sangre.

-Ahí están.

-Joder, Sabela, qué puto asco. ¡Y qué olor! Creo que voy a vomitar…

-¿Pensabas que iba a oler a flores silvestres? Anda, respira hondo.

“Uf, uf, uf”

Avanzamos, intentando no volver a alumbrarlas con el mechero. Heikki, en un impulso, lo hizo.

-Vámonos, esto no me gusta.

-No seas gallina. Falta el otro brazo. Seguramente ahora nos tiene preparada alguna sorpresita.

-¿S…Sorpresita?

-¿Por qué crees que lo ha aislado?

Entramos en otra habitación. Lo único que había en ella era un piano de madera, prácticamente destrozado por la carcoma. Encima de él había unos papeles, roídos por las ratas, las cuales todavía seguían con su trabajo, mirándonos con aquellos ojos negros y brillantes.

-Sabela, vámonos antes de que sea demasiado tarde.

-Tiene que estar cerca, Heikki, lo huelo.

-Yo también lo huelo, por eso vámonos. Además, esto está infestado de ratas.

-Tienes fuego, asústalas con él.

Fue en la habitación contigua donde lo encontramos, a la par que un charco de vómito, en el que se podían apreciar unos chorros de sangre.

-Esto es vómito. Parece llevar aquí años.

-La madre que me parió.

-Dudo que sea del asesino. No creo que le hiciese mucho asco todo esto, sino no lo habría hecho. A él lo que le causa es placer.

-¿Y de quién es?

-Deberíamos llevar una muestra al laboratorio; podríamos sacar el ADN de la sangre.

Me di la vuelta. El brazo arrancado estaba allí cerca. Me fijé con horror que no tenía dedos: habían sido separados. Recordé lo que ponía en la revista que había leído sobre la muerte de Amy; uno de los rumores que circulaban sobre su muerte era que no tenía dedos en la mano izquierda. La mano del lado del corazón. ¿Coincidencia? ¿Rumor? Comencé a dudarlo.

-¿Te pasa algo, Sabela? Estás pálida.

-No, estoy perfectamente.

¿Realmente lo estaba?

-Ahora soy yo la que quiere largarse de aquí.

-Pero mira. Le han quitado los dedos.

-Llamaremos ahora a la poli. Ahuecando.

Salimos de allí rápidamente. Heikki moría de miedo. Yo moría de terror. Si realmente era cierto el estado en el que se encontraba el brazo de Amy, no sólo significaría que fue asesinada, sino que por el mismo tipejo que estábamos intentando pillar. Las personas obsesivas suelen llevarse “premios” tras cometer los asesinatos, y una ristra de dedos de una pianista famosa me parece realmente irónico. El asesino en sí era irónico, la forma en la que mató a Julia. La deportista se quedó sin piernas para correr y sin brazos para levantar pesas. ¿Y el pañuelo? Para ahogarse en su propia sangre, probar su propia medicina, infectarse con su propio veneno. Quizás Julia le había hecho algo malo; aunque, sin lugar a dudas, lo peor que hizo fue ir a esa fiesta.

Seguimos paseando por Buño, intentando calmar los latidos de nuestro corazón. La verdad es que había salido buscando tranquilidad, y me había encontrado con más inquietud. Llamamos a la policía en cuanto comenzó a hacerse de día, la cual llegó pronto para recoger los miembros, que creíamos desaparecidos, de la víctima para que yo pudiese examinarlos en la sala de autopsias más tarde. Cuando terminaron de hacerlo, ya eran las 7 y media, por lo que Heikki y yo optamos por ir a casa de la señora que encontró el cuerpo, para poder hablar con Verónica.

La casa era bastante bonita, de piedra. Tenía unas macetas a cada lado de la puerta, con hortensias plantadas. Parecía construida hacía mucho tiempo, sobre todo por los materiales utilizados, pero el exterior de la casa era soberbio. Golpeamos la puerta, pues no tenía instalado ningún timbre. “¡Xa vai!”. La voz de una señora. Escuchamos entonces unos pasos sordos que se dirigían a la entrada. Abrieron. Efectivamente, era la mujer que había descubierto el cadáver. Tendría aproximadamente 70 años, aunque se conservaba como si tuviese 50. Tenía una larga melena gris, como si fuesen hilos de plata los que coronasen su cabeza. Su piel era pálida y cadavérica, aunque apenas surcada por arrugas. Su cuerpo, aunque envejecido, era esbelto y delgado. Lo que más llamaba la atención de su apariencia, sin embargo, eran sus ojos profundamente verdes.

-¿Desean algo?-preguntó, con un acento gallego bastante marcado, al igual que el mío.

-Somos Heikki Waltari y Sabela Suárez, de la policía.-respondió él.

-Ya he hablado con la policía.-dijo, de malas maneras.

Seguramente estaba cansada de que estuviesen preguntándole una y otra vez sobre el horror que había visto.

-La verdad es que no queríamos hablar con usted, señora.-aclaré.- Queremos ver a su nieta Verónica.

En cuanto le mencioné a la chica, la ira de su rostro se convirtió en una gran preocupación. Abrió la boca, con intención de decirnos alguna excusa para no verla, pero pude argumentar antes:

-Si no nos deja interrogarla, no tendremos más remedio que llevarla a la comisaría, y ninguno de nosotros quiere que pase, ¿no es cierto?

La señora no supo qué decir. Miró hacia los lados, como intentando buscar a su nieta en la niebla. Bajó entonces la cabeza.

-Síganme.

Nos condujo entonces por su largo pasillo, empapelado por una alfombra azul, hacia una habitación con la puerta de madera barnizada. El nombre “Verónica” estaba pintado en un cartel, adornado con mariposas de acuarela. Golpeó un par de veces la puerta sin llegar a obtener respuesta. La abrió sin más dilación.

La habitación era rosa, con las paredes coronadas de posters de películas de dibujos animados. Había una cómoda, en cuyos cajones se encontraría la ropa de la joven, y encima de ella había unas cuantas muñecas de porcelana, prácticamente destrozadas, y una fotografía. Supuse que había vivido en aquella casa desde pequeña. Quizás sus padres habían estado instalados allí. Verónica se encontraba sentada en la cama, acurrucada en una esquina, hecha una bolita, mirando fijamente un póster de “Alicia en el País de las Maravillas”. Sí, ella vivía también en un mundo extraño y paralelo, rodeado de incertidumbre, de rarezas, de elementos fantásticos y de locura. En cuanto percibió nuestra llegada, nos miró asustada y comenzó a gemir.

-Tranquila, cariño, son amigos míos. Vienen a hacerte unas preguntas.

Me acerqué a ella en un impulso, sin pensar en qué podría hacerme. Me senté a su lado.

-¿Cómo estás, Verónica?-pregunté, para intentar ganarme su confianza.

La joven volvió a contemplar el póster.

-Quiero ser como Alicia.-dijo.- Alicia es bonita, es tan guapa…-comenzó entonces a tocarse la cara y a retorcerse las mejillas.- Es tan, tan, tan, tan, tan guapa…-entonces, y sin más previo aviso, se bajó de la cama y se arrastró como si fuese un gusano hacia Heikki, gritando:- Pero yo también lo soy, ¿verdad? ¿Lo soy? ¿¡Lo soy!?- se agarró entonces a su pierna, sin dejar de mirarlo a los ojos.- ¡Tengo que serlo! ¡Si no lo soy, me pisarán! ¡Dime que soy guapa! ¡¡Dime que soy guapa!!

Su última frase sonó con un tono casi amenazante. Heikki estaba completamente amedrentado, lo noté enseguida. La señora, que no se había ido de la habitación, agarró a Verónica por los hombros y la condujo a su cama de nuevo.

-Ya hemos hablado de esto.-le susurró.- Nadie es más guapa que tú.

-Lo sabía.-murmuraba ella.- Lo sabía.

En cuanto se hubo sentado, opté por saltar al tema del asesinato, aún con el riesgo de que me saltase a la cara.

-Mira, sabes que hubo un asesinato aquí al lado. ¿Recuerdas? ¿Viste algo?

-Yo no vi nada, nada, nada, nada.-negó con la cabeza.

-¿Estabas con tu tía en casa aquel día?-preguntó Heikki.

-No… Sí… No…Sí… No sé…Bien.

Yo no presté apenas atención a esta pregunta. Me paré a observar la fotografía de la cómoda, medio escondida entre las muñecas. Me levanté para acercarme e ir a observarla mejor. En ella aparecía Verónica, con un aspecto jovial y saludable, mucho más hermosa que ahora, vestida con un lujoso vestido largo de color rojo. La otra mitad de la foto estaba rota, seguramente arrancada, y lo único que se conservaba de la persona de la foto que la acompañaba era una mano, la cual estaba posada en uno de los hombros de la joven.

-Vero, ¿quién está contigo en esta foto?-pregunté inocentemente.

-Conmigo.-repitió.- Conmigo no hay nadie.

-No pasa nada porque me lo digas. No se lo voy a contar a nadie.

Comenzó entonces a hiperventilar. Vi que tenía las mejillas encarnadas y los ojos inyectados en sangre. Se aferró a aquella afirmación, como si fuese el cabello al que se aferraban entonces sus manos.

-¡Conmigo no hay nadie!-chilló.

La señora fue a socorrerla, pues parecía ahogarse. Giró la cabeza y cerró los ojos, como para no verla.

-¡Váyanse!-nos ordenó la anciana.

Obedecimos. No teníamos nada que hacer allí. Al salir, éramos nosotros los que estábamos sonrojados.

-Recuérdame que no volvamos a interrogar a alguien así, anda.-dijo Heikki.

-No lo hice con mala intención, solo fue curiosidad.

-No es por ti, es por ella. Esta loca.

-No, si eso ya se nota.

Se hizo un momento el silencio, mientras volvimos a echar a caminar.

- Seguramente era la madre quién aparecía, o algo similar.-sentencié.

-Supongo.

Nos encaminamos hacia la moto. Ansiábamos escapar de aquel lugar.

-¿Quieres paras a comer por el camino?-preguntó Heikki.- Hay cerca de aquí un restaurante que es para chuparse los dedos.

-¿El restaurante? ¡Qué dieta tan rara tienes!-dije, riéndome.

-No finjas que no me entendiste.-respondió él irónicamente.

Después de comer, volvimos a Coruña. Un viaje largo, pero bastante gratificante. Adoro viajar en moto, sentir el viento golpear contra mi cara, mis brazos, mi pecho, y hacerme sentir como si estuviese luchando con él. Quizás disfruté tanto este viaje porque sabía lo que me encontraría al llegar a mi destino.

Dejé a Heikki en la comisaría y me encaminé al hospital. Todavía eran las 5 de la tarde, aún así, no iría a trabajar. Seguramente no. Ya había tenido demasiadas emociones. Aunque tenía que pasarme a examinar las extremidades de la víctima, pero lo haría más tarde. Lo único que deseaba era quitarme el asunto de Olvido de encima. Poder verla al fin, estar con ella y olvidarme de la muerte de Amy. Olvidarme de los asesinatos, de Julia, de su hermano, de todo, aunque fuese durante un solo instante; en el que pudiese sentirla, moribunda, débil y falta de cariño, en mis brazos. Aparqué la moto en la entrada. No tenía demasiadas ganas de caminar. Andar hacía que mis pensamientos pastasen libremente por mi mente y me atormentasen.

-¿Cuál es la habitación de Olvido Costa-Cargill?-le pregunté a la enfermera que se encontraba en la recepción. La verdad es que me lo sabía, pero en aquel momento no lo recordaba.

-Es la 358.-me miró de arriba abajo, mascando con ahínco un chicle, y añadió:- ¿Tú eres la chica de la fundación, por casualidad?

-Sí, por casualidad.

-Ah…

Seguramente en su cerrada y limitada mente no cabía la posibilidad de que una mujer gótica pudiese estar haciendo una buena obra, sólo por el mero hecho de gustarle lo que le gustaba y de ser lo que era. Me dirigí entonces a donde me había indicado. Me movía en aquel hospital como si fuese la palma de mi mano. Entré.

Asomé un poco la cabeza por la puerta y me mantuve quieta. Olvido estaba acostada en la cama, mirando hacia la ventana. ¿En qué estaría pensando? ¿Qué se le pasaba por la cabeza al mirar la hierba, los coches pasar, los árboles? Su mirada estaba orientada hacia el cielo. Su expresión mostraba mucha seriedad. Quizás la inmensidad del firmamento le recordaba a su madre, quien fue un ángel en vida y sería un ángel en la muerte. Su cabecita, en otro tiempo coronada por una hermosa melena rubia, se encontraba desprotegida ante el frío del invierno, y sus ojos, grises como un cielo repleto de nubes, me recordaban a los de Amy. Opté por acercarme a ella, ya que no había percibido mi presencia. En cuanto lo hizo, me miró con curiosidad.

-Hola, Olvido.-le dije, encorvando ligeramente la espalda para poder mirarla a los ojos.

-¿Quién eres?

-Voy a ser tu compañera de juegos.

Sonreí. Ella también me sonrió. Su inocente dulzura infantil me calentó el corazón. Volvió a mirar hacia la ventana.

-¿Qué miras?

-Las nubes. Tienen formas raras.

Observé yo también aquellos pequeños fragmentos de algodón ficticio.

-¡Mira!-gritó Olvido, señalando con el dedo.- ¡Ahí hay una princesa y un príncipe!

Era cierto. En el cielo flotaban dos figuras antropomorfas. Una parecía realmente una mujer, con un vestido blanco largo y vaporoso, como si perteneciese a la época victoriana. El otro, que semejaba un hombre, era como un auténtico galán de película. Ambos se acercaban lentamente uno al otro, como si fuesen a estrellarse. Primero, su cara, y luego sus cuerpos, se fundían y se convertían en una sola nube, que comenzó a surcar el cielo.

-Se han casado.-dijo ella.

-Pues sí, e irán a vivir a su castillo de nubes.

-¡Mira allí, un barco!-señaló entonces a otro cúmulo que hacía exactamente aquella forma.

-Ya comprendo. Eso es que el príncipe y la princesa se fueron a un crucero por su luna de miel.

Olvido se rió, y esa risa resonaba en mi cabeza como si fuese una amorosa caricia.

-¿Y esa ovejita?-ahora unas nubes cercanas lo parecían.

-Ah, ¿eso? Verás, es que a la princesa le gustan mucho las ovejitas, y por eso el príncipe, por cumplirle el caprichito más que nada, se la compró, como regalo de bodas.

-¿Y la tienen en el castillo?-preguntó, riéndose a carcajadas.

-¡Claro! Y le tienen una cestita donde duerme en la habitación. Aunque lo malo de la ovejita es que no deja de comerles el tapizado de los sofás, pensando que es hierva.

Olvido se moría de risa. Pensé que no me la encontraría así. Aunque su rostro cambió radicalmente, y volvió a tornarse serio, cuando me dijo:

-Hace mucho tiempo que no me cuentan cuentos.

-¿Tu mamá no te los contaba? ¿Ni tu papá?

Lo negó con la cabeza.

-Papá siempre está ocupado y nunca me hace caso.-bajó la mirada.- Mamá me cantaba. Cantaba muy bien. Por mi cumpleaños me regalaron un MP3 y tengo en él todas sus canciones. Cuando las enfermeras no me ven, las pongo. Es como si volviese a estar aquí.-susurró.

Comenzó ella entonces a entonar una canción con un tremendo virtuosismo en la voz. Sonaba cristalina, clara, melancólica, triste. Reconocí al instante aquella canción. Era “Sweet Breath”.

You’re blood of my blood.
You’re bones of my bones.
You’re life of my life.
My child, I want to hear
Your sweet, sweet breath.
‘Cause I’ll be always by your side.

Me quedé impresionada, nunca, salvo a Amy, había oído cantar a nadie de aquella manera. Y eso que muchos fans versionaban sus canciones en youtube, pero su actuación había sido sencillamente sublime. Olvido se echó a llorar. La abracé.

-No llores, mi vida.

-Quiero ver a mamá.-sollozaba.- Quiero ver a mamá.

-Ella siempre estará contigo, Olvido. ¿No lo has oído en la canción? Nunca te va a abandonar.

Seguramente su padre la había engatusado con cosas como “mamá está en el Cielo”, y no era plan de no seguirle la corriente. Yo, la verdad es que no comparto la visión dualista del ser humano ni, desde luego, la concepción de Cielo e Infierno; pero es cierto que Amy estaba allí. Su presencia era claramente perceptible. Desde que había comenzado aquella investigación me parecía tenerla siempre a mi lado, rogándome ayuda. ¿Ayuda? ¿En qué podía ayudarla? La niña siguió abrazada a mí, apoyada en mi pecho, agarrándome, con toda la fuerza que sus frágiles dedos podían alcanzar, la chaqueta.

-Era de noche aquel día.-comenzó a relatarme, con voz temblorosa.- Tuve una pesadilla muy fea. Tenía mucho miedo, y quise ir a la cama de papá y mamá. Estaba oscuro. Intenté llegar tocando las paredes y procurando guiarme por mis ojos. Pronto me vi allí, enfrente de la cama. Dormían. Papá roncaba. Me acerqué a mamá. La miré. Tenía los ojos cerrados, la boca cerrada. La moví por un brazo. Le dije “mamá”, pero no me dijo nada. Volví a decirle “mamá”, pero no me dijo nada. Comencé a gritar, la moví de un lado a otro, pero siguió sin decir nada. Ni siquiera le escuchaba respirar. Papá se despertó y me riñó. Yo le dije que mamá no estaba bien, que no me hacía caso. Papá también la movió, la cogió en brazos, le gritaba “Amy, Amy”. Pero ella no decía nada, no abría los ojos, no se movía, estaba muy quieta. Papá me mandó a la habitación gritando, pero yo no quería irme. Yo quería a mi mamá. Y mamá… Y…

La abracé con más fuerza todavía. Comprendí que necesitaba desahogarse, después de dos largos años. Debió ser un tremendo shock encontrar a su madre muerta en la cama. Temblaba en mis dedos, como si estuviese volviendo a revivir aquella escena. La besé en la frente. Quería que sintiese que no estaba sola.

-No llores, Olvido, no dejaré que te pase algo así otra vez nunca más. Te lo prometo.

Largo tiempo la tuve entre mis brazos, intentando devolverle el calor y la felicidad que había perdido, sustituyendo a Amy en su labor. Ella no se movía; necesitaba saber que yo sí estaba viva, que aunque cerrase mis ojos encharcados de lágrimas álgidas, todavía seguía latiendo mi corazón. Una enfermera vino a comunicarnos que ya no podía estar más allí. Olvido no pudo contener su llanto.

-No te vayas.-dijo.

-Volveré mañana a la misma hora. De verdad.

Me vi obligada a dejarla sola. Sola y triste de nuevo. Recordando a su pobre madre, rememorando el recuerdo más horrible que residía en su mente, aquel que la había hecho dejar de ser una niña. Crucé la puerta hacia el pasillo, y aquellos ojos grises que sufrían tanto se clavaron en lo más hondo de mí.

Llegué a casa y me encerré en el salón, donde tenía mi portátil afincado en una mesa de café. Lo encendí y conecté internet a través de un modem USB. Sentí la necesidad, al igual que la pequeña, de escuchar la voz de Amy. Entré en youtube. Mis dedos temblaban cuando tecleé “Amy Cargill” en el cuadro de búsqueda. “Sweet Breath” en acústico era como un bálsamo que paliaba mi dolor interno. Aquel piano parecía acariciar mi piel, con ternura, cuidadosamente, con el fin de no hacerme daño, y de que mis ojos sólo brotasen lágrimas dulces. Para mi sorpresa, en el rincón de vídeos relacionados había una especie de vídeo casero en cuya miniatura aparecía Amy con un bebé en brazos. Me estremecí. Lo puse. Miré la descripción mientras de cargaba:

Amy Cargill home video Sweet Breath w/ subtitles in English.


Description: There’s a vid of Amy singing S.B. to her daughter Olvido, recorded by Tobias. It’s so sweet U.u. I hope you all enjoy it.

¿Si Tobías lo había grabado, cómo había llegado a youtube? Supuse que quizás algún fan o familiar de alguno de los cónyuges lo había conseguido. Observé algunos de los comentarios, al ver que todavía no estaba del todo listo. No recuerdo el nombre de los usuarios que los habían escrito, pero sí su contenido.

“awwww, lovely!! But it’s made me cry. We don’t forget you, Amy”

“She was the kindest woman I’ve ever seen. Rest in Peace.”

“When she coughed, I felt my heart leaped. I can’t believe she’s not with us…”

“Amy was a huge inspiration to me. I miss her so much, but I hope she’s now in Heaven”

Y cosas por el estilo. Había muchísimos comentarios en aquel vídeo, 10.996 exactamente. Además de 25.860.496 reproducciones. ¿Quién habría podido matar a una persona así? Fue lo primero que se me pasó por la cabeza, a pesar de no saber si realmente había sido asesinada. De repente, comenzó a reproducirse el video.

La cámara se acercaba sigilosamente hacia una hermosa Amy, de cabello negro, largo. Su piel, estropeada por la mala calidad de la cinta, era blanca como la de un vampiro. En sus brazos sostenía a una niña, una niña sonriente que escuchaba, maravillada, la voz de su madre, buscando el calor que desprendía su cuerpo.

-Amy.-era la voz de un hombre.

Ella se asustó y miró hacia la cámara moviendo bruscamente la cámara. Al ver quién era, suspiró, cerrando suavemente los ojos.

-Me has asustado, Tobías.-giró la cabeza con delicadeza. Miró a la niña. Sonrió, y su sonrisa era como una fila de perlitas que desprendían un brillo nacarado.- Díselo, Olvido. “Papá, no asustes a mamá”.-Puso una voz extraña. La niña comenzó a reír.

-Canta algo, anda.

-No, Tob, no he calentado la garganta.

Se llevó una mano a la zona. A aquella delicada zona. Él insistió.

-Venga, por una canción de nada no te vas a morir.

Amy suspiró.

-En fin, como quieras.

Volvió la vista hacia su pequeña hija, a la cuál sostenía con muchísimo cariño en los brazos. Ella le retuvo la mirada, como si estuviese buscando algo dentro de los ojos de su madre.

-Vamos a cantar nuestra canción, ¿vale Olvido?

Sonrió. Comenzó entonces a entonarla suavemente.

-You are blood of my…

-¡Blood!-gritó la niña. Se oyó la risa de Tobías al otro lado de la cámara.

-You are bones of my…

-¡Bones!

-You are…

-Life of… of my life.

-¡La tienes adiestrada, Amy!

-Anda, calla.

Carraspeó un poco la garganta.

-‘Cause, my child, I want to hear your sweet… Sweet…

-“Sit” Breath.

-¡Muy bien!- sus padres le aplaudieron. Olvido sonrió feliz.

De repente, Amy comenzó a toser. Era una tos profunda, producto, sin duda, de sus problemas de garganta. Se llevó una mano a la boca. Su niña la miraba en sus brazos con curiosidad.

-Tobías, déjalo, me duele la garganta.-la tos había cesado, aunque su voz sonaba quebrada.

-Está bien.

La movió un poco, enfocando hacia la pared, intentando apagarla. Antes de cortarse el vídeo, pudo llegar a escucharse la voz, de nuevo, de la pequeña Olvido:

-Adió.

Después, sólo había barras gruesas de colores, que emanaban un chirrido enervante, durante el resto del vídeo.

Y pensar que aquella niña regordeta de mejillas rosaditas ya no podría volver a ver a su madre, volver a escucharla hablar, cantar, respirar. Y pensar que aquel marido al que ni siquiera se le veía la cara no volvería a captar nunca más la imagen de su bella y frágil mujer. Sus ojos grises, su piel pálida, su pelo negro como la más absoluta oscuridad nunca más volverían a ver la claridad del día. Era una realidad tan cruel. Quise evadirme, darme un respiro, no volver a pensar en Amy. Y sabía cuál era el lugar indicado.

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