Desperté sobresaltado, una gota de sudor recorrió mi frente haciendo que me diera cuenta de que solo era una pesadilla, una macabra broma del destino, que jugaba a impedir que fuera feliz , una tortura que infundía miedo a mi corazón y fe a mi alma que me recordaba que no era más que un mortal en aquella vida que tan injusta había sido conmigo… Pero, a pesar de todo, parecía haber luz al final del túnel y el reencuentro después de tanto tiempo con mi hermano parecía ser la estrella polar que me indicaría el norte que debía seguir y que iluminaría mi camino, plagado de sombras y obstáculos, aunque tenía la esperanza de que llegaría el día en el gorrión correría tras el halcón.
Bajé los pies lentamente hasta sentir el frio tacto del suelo acosando mis pies, el reloj marcaba las 4:45, me senté sobre la cama aún adormilado para coger el vaso de agua de la mesita, al acabar de saciar mi sed sonó el busca, lo cogí intrigado, era un mensaje de Helena donde me detallaba de Verónica, la chica que entrara en la escena del crimen, y donde podíamos encontrarla para interrogar. Rápidamente cogí el móvil y llamé a Sabela.
-¿Sí?
-¿Estabas dormida?-Pregunté.
-No he logrado dormir en toda la noche. ¿Por?
-¿Tú tampoco?-Intentando que me contara algo de lo que me estaba ocultando.
-¿Qué querías?-dijo cambiando de tema.
-Helena me acaba de mandar un mensaje al busca. Verónica, ¿te acuerdas? La chavala que entró en la escena del crimen.
-Sí, me acuerdo. ¿Cómo no me voy a acordar?
-Ha vuelto a casa. Y parece ser que se aloja en la casa de la señora que nos alertó.
-¿Ha asumido la tutela?
-Ya tenía la tutela. Es su abuela.
Comencé a cambiarme mientras sujetaba el teléfono entre la cabeza y el hombro.
-Curioso.-dijo.- ¿No crees que la nieta también vería algo?
-Eso es lo que quería que hiciésemos, preguntarle.
-Pero Heikki, son las 5 de la mañana.
-Por lo menos salimos de casa. Y podemos salir a dar un paseo por Buño, que parece ser que es precioso.
-Está bien. ¿Dónde te recojo?
-En la comisaría. Tengo la casa a un paso.
-Ok, voy ahora.
Acabé de vestirme y me puse mi gabardina preferida que me recordaba a Sherlock Holmes y bajé corriendo a esperar a Sabela que aun tardó un rato en llegar.
-Por fin estás aquí.-grité.
-Chico, es que sólo a ti se te ocurre salir a las 5 de la mañana con una gabardina tan fina.
-Pero… ¿mola o no?- dije entre risas.
-Anda, sube- me ordenó riéndose
Partimos entonces hacia Buño en la fría noche, mientras el frio aire del amanecer nos acariciaba la cara congelándonosla.
-¿Qué hacías, en vez de dormir?-pregunté
-¿Qué iba a hacer? Romperme la cabeza.
Llegamos al pueblo, Sabela aparcó al lado de un campo donde en el horizonte comenzaba a salir el sol perezoso siendo la única luz entre la oscuridad que lo engullía todo. Luego paseamos un poco por el bosque, hasta que llegamos a un monte que se encontraba en una gran elevación.
-¿Qué es ese monte que está ahí en lo alto?-pregunté.
-Se llama “Buenavista”, pero por aquí le llaman “Campo da Culpa”.-respondió, sin sacar las manos de los bolsillos, al igual que yo.
-Vaya nombre. ¿Crees que habrá alguna leyenda o algo chungo detrás?
-Probablemente. La verdad es que tiene toda la pinta.
Seguimos caminando hasta llegar ha la casa de las Castro, la majestuosa mansión firme y imponente, antigua y vieja, parecía poseer un aura que nos atraía hacia ella, como el néctar de las flores atrae a las abejas, curiosas y exploradoras como nosotros , parecía estar pidiéndonos que desvelásemos el misterio que encerraba entre sus silenciosas y agrietadas paredes. Nos quedamos observándola la fachada de estilo modernista donde en una ventana colgaba un cartel que ponía “Se vende” y la puerta medio abierta parecía estar invitándonos a entrar. Sabela rompió el inquietante silencio.
-La verdad es que no encontramos los brazos de la víctima.-dijo.
-¿Sugieres que entremos?
-No sugerí nada, pero si te empeñas.
Empujó un poco la puerta, la cual estaba ya abierta, aunque con papeles puestos por la policía que impedían la entrada. Estaba todo completamente oscuro, tanto que no se podía distinguir dónde estábamos. Sabela sacó de su bolsillo un mechero.
-Con esto podremos guiarnos. ¿Tú no tienes ninguno?
-S…Sí, uno de propaganda de un bar.
-Valdrá.
Comenzamos a subir las viejas escaleras de madera que parecían que se iban a derrubar cada vez que dábamos un paso, mientras el miedo a lo misterioso y desconocido me invadía.
“Ñec”
-¿Qué ha sido eso?
-Tranquilo, fue es una escalera que crujió.
-¿Segura?
-S…Segurísima.
-Has titubeado.
-No he titubeado. Deja de decir chorradas.
-¿Y si el asesino sigue aquí?
-Sí, hombre, como en una peli de terror, no te jode. Está esperando para cogernos desprevenidos y…¡¡Ah!!
-¿Qué pasa, Sabela?
-Me han tocado… La muñeca…
-Fui yo. Es que me da un poco de yuyu estar en este sitio.
-Vuelve a ponerme la mano encima y te arreo. ¿Entendido?
-Vale, vale.
Entramos en una habitación, la primera que vimos, a mano izquierda al terminar las escaleras. Allí encontramos las dos piernas y un brazo cortados en una esquina, con el suelo todo manchado de sangre.
-Ahí están.
-Joder, Sabela, qué puto asco. ¡Y qué olor! Creo que voy a vomitar…
-¿Pensabas que iba a oler a flores silvestres? Anda, respira hondo.
“Uf, uf, uf”
Avanzamos, intentando no volver a alumbrarlas con el mechero, aunque yo de un impulso, lo hice.
-Vámonos, esto no me gusta.
-No seas gallina. Falta el otro brazo. Seguramente ahora nos tiene preparada alguna sorpresita.
-¿S…Sorpresita?
-¿Por qué crees que lo ha aislado?
Entramos en otra habitación. Lo único que había en ella era un piano de madera, prácticamente destrozado por la carcoma. Encima de él había unos papeles, roídos por las ratas, las cuales todavía seguían con su trabajo, mirándonos con aquellos ojos negros y brillantes.
-Sabela, vámonos antes de que sea demasiado tarde.
-Tiene que estar cerca, Heikki, lo huelo.
-Yo también lo huelo, por eso vámonos. Además, esto está infestado de ratas.
-Tienes fuego, asústalas con él.
Fue en la habitación contigua donde lo encontramos, junto a un charco de vómito donde se podía apreciar sangre.
-Esto es vómito. Parece llevar aquí años.-dijo Sabela.
-La madre que me parió.
-Dudo que sea del asesino. No creo que le hiciese mucho asco todo esto, sino no lo habría hecho. A él lo que le causa es placer.
-¿Y de quién es?
-Deberíamos llevar una muestra al laboratorio; podríamos sacar el ADN de la sangre.
Dicho esto se dio media vuelta y se quedó mirando fijamente el brazo amputado que permanecía tirado en el suelo como esperando a que alguien se dignara a recogerlo y darle sepultura. Le faltaban los dedos de la mano izquierda y no se veían tirados por ningún lado, ¿para querría el asesino llevarse los dedos de la mano de su victima? De repente levanté la vista, el rostro de Sabela reflejaba terror.
-¿Te pasa algo, Sabela? Estás pálida.
-No, estoy perfectamente. Ahora soy yo la que quiere largarse de aquí- contestó nerviosa.
-Pero mira. Le han quitado los dedos.
-Llamaremos ahora a la poli. Ahuecando.
Salimos de allí rápidamente. Sabela parecía haber visto al mismísimo demonio de lo pálida que estaba, yo moría de miedo. Ignoraba lo que le había provocado tanto terror, la verdad era que todo aquello, los dedos que le faltaban a la victima, el vómito, las extremidades esparcidas por la casa, aquello era algo más que un simple loco perturbado.
Seguimos paseando por Buño, intentando desviar nuestros pensamientos de aquella casa y todos los misterios que contenía. Llamamos a la policía en cuanto comenzó a hacerse de día, la cual llegó pronto para recoger los miembros, que creíamos desaparecidos, de la víctima para que sabela pudiese examinarlos. Cuando terminaron de hacerlo, ya eran las 7 y media, por lo que Sabela y yo optamos por ir a casa de la señora que encontró el cuerpo, para poder hablar con Verónica.
Era una casa rústica de piedra , aunque estaba bien conservada se notaba que tenía por lo menos un siglo. Unas macetas en las que había plantadas unas hortensias daban un toque de color a la austera fachada. Golpeamos la puerta, pues no tenía instalado ningún timbre. “¡Xa vai!”. La voz de una señora. Escuchamos entonces unos pasos sordos que se dirigían a la entrada. Abrieron. Efectivamente, era la mujer que había descubierto el cadáver. Tendría aproximadamente 70 años, aunque se conservaba como si tuviese 50, posiblemente de joven habría sido modelo, su porte no era el de una mujer de aldea que trabaje en el campo, su cuerpo esbelto y delgado, las uñas pintadas y su vestimenta daban credibilidad a mi hipótesis. Lo que más llamaba la atención de su apariencia, sin embargo, eran sus ojos profundamente verdes.
-¿Desean algo?-preguntó, con un acento gallego bastante marcado.
-Somos Sabela Suárez y Heikki Waltari, de la policía.-respondí.
-Ya he hablado con la policía.-dijo, de malas maneras.
Seguramente estaba cansada de que estuviesen preguntándole una y otra vez sobre el horror que había visto.
-La verdad es que no queríamos hablar con usted, señora.-aclaró Sabela.- Queremos ver a su nieta Verónica.
En cuanto mencionó a la chica, la ira de su rostro se convirtió en una gran preocupación. Abrió la boca, con intención de decirnos alguna excusa para no verla, pero Sabela pudo argumentar antes:
-Si no nos deja interrogarla, no tendremos más remedio que llevarla a la comisaría, y ninguno de nosotros quiere que pase, ¿no es cierto?
La señora no supo qué decir. Miró hacia los lados, como intentando buscar a su nieta en la niebla. Bajó entonces la cabeza.
-Síganme.
Nos condujo entonces por su largo pasillo, empapelado por una alfombra azul, hacia una habitación con la puerta de madera barnizada. El nombre “Verónica” estaba pintado en un cartel, adornado con mariposas de acuarela. Golpeó un par de veces la puerta sin llegar a obtener respuesta. La abrió sin más dilación.
La habitación era rosa, con las paredes coronadas de posters de películas de dibujos animados. Había una cómoda, en cuyos cajones se encontraría la ropa de la joven, y encima de ella había unas cuantas muñecas de porcelana, prácticamente destrozadas, y una fotografía. Seguramente había vivido en aquella casa desde pequeña. Quizás sus padres habían estado instalados allí. Verónica se encontraba sentada en la cama, acurrucada en una esquina, hecha una bolita, mirando fijamente un póster de “Alicia en el País de las Maravillas”. En cuanto percibió nuestra llegada, nos miró asustada y comenzó a gemir.
-Tranquila, cariño, son amigos míos. Vienen a hacerte unas preguntas.
Sabela se acercó a ella y sentó a su lado.
-¿Cómo estás, Verónica?-le preguntó.
La joven volvió a contemplar el póster.
-Quiero ser como Alicia.-dijo.- Alicia es bonita, es tan guapa…-comenzó entonces a tocarse la cara y a retorcerse las mejillas.- Es tan, tan, tan, tan, tan guapa…-entonces, y sin más previo aviso, se bajó de la cama y se arrastró como si fuese un gusano hacia mí, gritando:- Pero yo también lo soy, ¿verdad? ¿Lo soy? ¿¡Lo soy!?- se agarró a mi pierna, sin dejar de mirarme a los ojos.- ¡Tengo que serlo! ¡Si no lo soy, me pisarán! ¡Dime que soy guapa! ¡¡Dime que soy guapa!!
Su última frase sonó con un tono casi amenazante. La situación me había pillado por sorpresa no sabía como actuar si apartarla o responderle, gracias a Dios la señora, que no se había ido de la habitación, agarró a Verónica por los hombros y la condujo a su cama de nuevo.
-Ya hemos hablado de esto.-le susurró.- Nadie es más guapa que tú.
-Lo sabía.-murmuraba ella.- Lo sabía.
-Mira, sabes que hubo un asesinato aquí al lado. ¿Recuerdas? ¿Viste algo?-preguntó Sabela
-Yo no vi nada, nada, nada, nada.-negó con la cabeza.
-¿Estabas con tu tía en casa aquel día?-pregunté.
-No… Sí… No…Sí… No sé…Bien- se me quedó mirando fijamente, con sus penetrantes ojos negros como si estuviera intentando leer mi pensamiento, luego esbozó una pequeña sonrisa de loca, pero en cuanto Sabela le hizo una pregunta, volvió a su expresión inicial.
-Vero, ¿quién está contigo en esta foto?
-Conmigo.-repitió.- Conmigo no hay nadie.
-No pasa nada porque me lo digas. No se lo voy a contar a nadie.
Comenzó entonces a hiperventilar. Vi que tenía las mejillas encarnadas y los ojos inyectados en sangre. Se aferró a aquella afirmación, como si fuese el cabello al que se aferraban entonces sus manos.
-¡Conmigo no hay nadie!-chilló.
La señora fue a socorrerla, pues parecía ahogarse. Giró la cabeza y cerró los ojos, como para no verla.
-¡Váyanse!-nos ordenó la anciana.
Obedecimos. No teníamos nada que hacer allí. Al salir, éramos nosotros los que estábamos sonrojados.
-Recuérdame que no volvamos a interrogar a alguien así, anda.-dije.
-No lo hice con mala intención, solo fue curiosidad.
-No es por ti, es por ella. Esta loca.
-No, si eso ya se nota.
Se hizo un momento el silencio, mientras volvimos a echar a caminar.
- Seguramente era la madre quién aparecía, o algo similar.-concluyó Sabela.
-Supongo.
Nos encaminamos hacia la moto. Ansiábamos escapar de aquel lugar.
-¿Quieres parar a comer por el camino?-pregunté- Hay cerca de aquí un restaurante que es para chuparse los dedos.
-¿El restaurante? ¡Qué dieta tan rara tienes!-dijo entre risas.
-No finjas que no me entendiste.-respondí irónicamente.
Después de comer, volvimos a Coruña. Un viaje extraño, muy extraño y desconcertante. Buscábamos despejar dudas y nos habíamos encontrado con más interrogantes. El frío se me clavaba en la cara como las flechas que martirizaron a San Sebastián Asaetado, el viento acariciaba mi piel, veloz, con sus suaves manos y la adrenalina se extendía por mi cuerpo haciendo inolvidable, aquel, mi primer viaje en moto.
Por fin llegamos, Sabela me dejó junto a la comisaría. Luego me dirigí corriendo hasta mi piso, di de comer a Cuca y me tumbé en el sillón. Cogí el móvil, miré el móvil de mi hermano, habían pasado cuatro días desde mi encuentro con él, tenía ganas de saber, de obtener respuestas, de rescatar los restos de los recuerdos del pasado y aferrarme a ellos como lo único que me quedaba en el mundo. Opté por pulsar el botón de llamada, una canción sonó de “ya-voy”: “Craving your heart , oh”
Era una voz de mujer la que la interpretaba, me resultaba familiar como si ya la hubiera escuchado antes, acompañada por un solo de guitarra, seguramente el guitarrista sería mi hermano.
-¿Diga?-la música cesó y sonó una voz masculina.
-¿Daniel? Soy yo, Heikki, tu hermano.
-¡Hola, Heikki! ¿Qué tal?
-Bien ¿y tu?
-Yo de maravilla-dijo entre risas- ¿te apetece queda hoy, y hablamos con más tranquilidad?
-De acuerdo, ¿a las 9, te viene bien? ¿En el restaurante que hay junto al paseo marítimo, “Mirador de San Pedro”?
-De acuerdo, allí te veo.
-Hasta luego.
Luego el silencio lo cubrió todo, dejándome asolas con mis pensamientos me dí un placentero baño de agua caliente y vestí mi traje nuevo. Cuando el reloj marcó las nueve monté en mi “Mini” y me dirigí al restaurante. Dejé el coche junto al estadio de Riazor y proseuí el trayecto a pie por le paseo marítimo.La luna reflejada en el mar se apoderó de la noche, una noche tan eterna y tan fugaz como mis recuerdos rotos, mis sueños imposibles y mis deseos truncados. A lo lejos , en la arena, un joven tiraba piedrecitas al mar.
¡Tuomas!-grité saludando con la mano.
El chico giró la bruscamente cabeza sorprendido y dirigió la mirada al lugar de donde provenían los gritos hasta que me vio y respondió moviendo la mano.
¡Heikki!
Después de saludar a Tuomas proseguí mi camino, en el restaurante esperaba Daniel, vestido con una cazadora chupa marrón y una camisa blanca. Había escogido una acogedora mesa para dos personas con unas vistas preciosas al mar. Un vino blanco, el Ribeiro, reinaba en la mesa junto a dos copas vacías, la decoración era minimalista pero con una explosión de color.
-Buenas noches-saludó mi hermano.
-Hola- dije a la vez que me sentaba- ¿Te gusta el local?
-Si, has hecho una buena elección.
Daniel pidió - Arroz con Lubrigante y yo “Composición de Merluza y Pulpo en Red de Verduritas y Patatas Confitadas”
-Heikki, tengo que contarte algo-dijo muy serio.
-Dime.
-La verdad, es que no he llevado una vida muy correcta durante estos años, después de que nos separan me junté con malas compañías y acabé cayendo en las redes de la droga, estaba totalmente enganchado a esa mierda… Tenía 20 años cuando conocí a una chica que cantaba en un grupo, Amy se llamaba…
Amy, donde había oído yo ese nombre…-pensé
-Me ofreció trabajo de guitarrista, la verdad es que siempre se me dio bien tocar, se preocupó mucho por mí y me sacó de ese mundo. Acabé perdidamente enamorado de ella y me correspondía… Lo malo, tenía novio un tal Tobías, se casó y el grupo se desintegró la ultima vez que la ví nos besamos y me dio esto-dijo mostrando un collar de la mano que tenía la forma de una clave de sol- no la volví a ver más, solo sé que se convirtió en una pianista de éxito, también recibí la amarga noticia de que había muerto de cáncer. Cuanto lloré junto a su tumba.
Un silencio se hizo en la estancia, nos cruzamos las miradas, la de Daniel reflejaba melancolía y tristeza. Sus palabras volvieron a resonar en mis oídos, cansadas y pesadumbrosas.
-Volví a recaer, pero esta vez me metí de lleno hasta tal punto de estar al servicio del narco más poderoso de la Costa da Morte, Xulio Pombo, no lo puedo dejar o me sentenciará a muerte, ahora que eres policía necesito tu ayuda.
Miré a mi hermano, sus ojos llenos de arrepentimiento, dolor y miedo pedían ayuda desesperadamente, me partía el alma verlo en aquella situación.
-¡Nunca dejaré que eso ocurra, me oyes!- le dije agarrándolo por los hombros y lo abracé- Te sacaré de esa jodida mierda cueste lo que cueste. No te pienso volver a perder ahora que te e encontrado después de tanto tiempo, eres lo único que me queda.
Volví casa, la cabeza me daba vueltas, parecía como si una ola gigante me hubiera engullido y revuelto como a un trozo de madera, me sentía como un naufrago a la deriva en medio del océano Pacífico, me tumbé en la cama y me sumergí en un mundo de sueños, aquellos que veía tan lejanos.