Capítulo 4 [Narrado por Heikki]

martes, 18 de mayo de 2010

Desperté sobresaltado, una gota de sudor recorrió mi frente haciendo que me diera cuenta de que solo era una pesadilla, una macabra broma del destino, que jugaba a impedir que fuera feliz , una tortura que infundía miedo a mi corazón y fe a mi alma que me recordaba que no era más que un mortal en aquella vida que tan injusta había sido conmigo… Pero, a pesar de todo, parecía haber luz al final del túnel y el reencuentro después de tanto tiempo con mi hermano parecía ser la estrella polar que me indicaría el norte que debía seguir y que iluminaría mi camino, plagado de sombras y obstáculos, aunque tenía la esperanza de que llegaría el día en el gorrión correría tras el halcón.

Bajé los pies lentamente hasta sentir el frio tacto del suelo acosando mis pies, el reloj marcaba las 4:45, me senté sobre la cama aún adormilado para coger el vaso de agua de la mesita, al acabar de saciar mi sed sonó el busca, lo cogí intrigado, era un mensaje de Helena donde me detallaba de Verónica, la chica que entrara en la escena del crimen, y donde podíamos encontrarla para interrogar. Rápidamente cogí el móvil y llamé a Sabela.

-¿Sí?

-¿Estabas dormida?-Pregunté.

-No he logrado dormir en toda la noche. ¿Por?

-¿Tú tampoco?-Intentando que me contara algo de lo que me estaba ocultando.

-¿Qué querías?-dijo cambiando de tema.

-Helena me acaba de mandar un mensaje al busca. Verónica, ¿te acuerdas? La chavala que entró en la escena del crimen.

-Sí, me acuerdo. ¿Cómo no me voy a acordar?

-Ha vuelto a casa. Y parece ser que se aloja en la casa de la señora que nos alertó.

-¿Ha asumido la tutela?

-Ya tenía la tutela. E
s su abuela.

Comencé a cambiarme mientras sujetaba el teléfono entre la cabeza y el hombro.

-Curioso.-dijo.- ¿No crees que la nieta también vería algo?

-Eso es lo que quería que hiciésemos, preguntarle.

-Pero Heikki, son las 5 de la mañana.

-Por lo menos salimos de casa. Y podemos salir a dar un
paseo por Buño, que parece ser que es precioso.

-Está bien. ¿Dónde te recojo?

-En la comisaría. Tengo la casa a un paso.

-Ok, voy ahora.

Acabé de vestirme y me puse mi gabardina preferida que me recordaba a Sherlock Holmes y bajé corriendo a esperar a Sabela que aun tardó un rato en llegar.


-Por fin estás aquí.-grité.

-Chico, es que sólo a ti se te ocurre salir a las 5 de la mañana con una gabardina tan fina
.

-Pero… ¿mola o no?- dije entre risas.

-Anda, sube- me ordenó riéndose


Partimos entonces hacia Buño en la fría noche, mientras el frio aire del amanecer nos acariciaba la cara congelándonosla.

-¿Qué hacías, en vez de dormir?-pregunté


-¿Qué iba a hacer? Romperme la cabeza.

Llegamos al pueblo, Sabela aparcó al lado de un campo donde en el horizonte comenzaba a salir el sol perezoso siendo la única luz entre la oscuridad que lo engullía todo. Luego paseamos un poco por el bosque, hasta que llegamos a un monte que se encontr
aba en una gran elevación.

-¿Qué es ese monte que está ahí en lo alto?-pregunté.


-Se llama “Buenavista”, pero por aquí le llaman “Campo da Culpa”.-respondió, sin sacar las manos de los bolsillos, al igual que yo.

-Vaya nombre. ¿Crees que habrá alguna leyenda o algo chungo detrás?

-Probablemente. La verdad es que tiene toda la pinta.

Seguimos caminando hasta llegar ha la casa de las Castro, la majestuosa mansión firme y imponente, antigua y vieja, parecía poseer un aura que nos atraía hacia ella, como el néctar de las flores atrae a
las abejas, curiosas y exploradoras como nosotros , parecía estar pidiéndonos que desvelásemos el misterio que encerraba entre sus silenciosas y agrietadas paredes. Nos quedamos observándola la fachada de estilo modernista donde en una ventana colgaba un cartel que ponía “Se vende” y la puerta medio abierta parecía estar invitándonos a entrar. Sabela rompió el inquietante silencio.

-La verdad es que no encontramos los brazos de la víctima.-dijo.

-¿Sugieres que entremos?

-No sugerí nada, pero si te empeñas.

Empujó un poco la puerta, la cual estaba ya abierta, aunque con papeles puestos por la policía que impedían la entrada. Estaba todo completamente oscuro, tanto que no se podía distinguir dónde estábamos. Sabela sacó de su bolsillo un mechero.


-Con esto podremos guiarnos. ¿Tú no tienes ninguno?

-S…Sí, uno de propaganda de un bar.

-Valdrá.

Comenzamos a subir las viejas escaleras de madera que parecían que se iban a derrubar cada vez que dábamos un paso, mientras el miedo a lo misterioso y desconocido me invadía.

“Ñec”

-¿Qué ha sido eso?

-Tranquilo, fue es una escalera que crujió.

-¿Segura?

-S…Segurísima.

-Has titubeado.

-No he titubeado. Deja de decir chorradas.

-¿Y si el asesino sigue aquí?


-Sí, hombre, como en una peli de terror, no te jode. Está esperando para cogernos desprevenidos y…¡¡Ah!!

-¿Qué pasa, Sabela?


-Me han tocado… La muñeca…

-Fui yo. Es que me da un poco de yuy
u estar en este sitio.

-Vuelve a ponerme la mano encima y te arreo. ¿Entendido?

-Vale, vale.

Entramos en una habitación, la primera que vimos, a mano izquierda al terminar las escaleras. Allí encontramos las dos piernas y un brazo cortados en una esquina, con el suelo todo manchado de sangre.

-Ahí están.

-Joder, Sabela, qué puto asco. ¡Y qué olor! Creo que voy a vomitar…

-¿Pensabas que iba a oler a flores silvestres? Anda, respira hondo.

“Uf, uf, uf”

Avanzamos, intentando no volver a alumbrarlas con el mechero, aunque yo de un impulso, lo hice.

-Vámonos, esto no me gusta.


-No seas gallina. Falta el otro brazo. Seguramente ahora nos tiene preparada alguna sorpresita.

-¿S…Sorpresita?

-¿Por qué crees que lo ha aislado?

Entramos en otra habitación. Lo único que había en ella era un piano de madera, prácticamente destrozado por la carcoma. Encima de él había unos papeles, roídos por las ratas, las cuales todavía seguían con su trabajo, mirándonos con aquellos ojos negros y brillantes.

-Sabela, vámonos antes de que sea demasiado tarde.

-Tiene que estar cerca, Heikki, lo huelo.

-Yo también lo huelo, por eso vámonos. Además, esto está infe
stado de ratas.

-Tienes fuego, asústalas con él.

Fue en la habitación contigua
donde lo encontramos, junto a un charco de vómito donde se podía apreciar sangre.


-Esto es vómito. Parece llevar aquí años.-dijo Sabela.

-La madre que me parió.

-Dudo que sea del asesino. No creo que le hiciese mucho asco todo esto, sino no lo habría hecho. A él lo que le causa es placer.


-¿Y de quién es?

-Deberíamos llevar una muestra al laboratorio; podríamos sacar el ADN de la sangre.

Dicho esto se dio media vuelta y se quedó mirando fijamente el brazo amputado que permanecía tirado en el suelo como esperando a que alguien se dignara a recogerlo y darle sepultura. Le faltaban los dedos de la mano izquierda y no se veían tirados por ningún lado, ¿para querría el asesino llevarse los dedos de la mano de su victima? De repente levanté la vista, el rostro de Sabela reflejaba terror.

-¿Te pasa algo, Sabela? Estás pálida.

-No, estoy perfectamente. Ahora soy yo la que quiere largarse de aquí- contestó nerviosa.

-Pero mira. Le han quitado los dedos.

-Llamaremos ahora a la poli. Ahuecando.

Salimos de allí rápidamente. Sabela parecía haber visto al mismísimo demonio de lo pálida que estaba, yo moría de miedo. Ignoraba lo que le había provocado tanto terror, la verdad era que todo aquello, los dedos que le faltaban a la victima, el vómito, las extremidades esparcidas por la casa, aquello era algo más que un simple loco perturbado.


Seguimos paseando por Buño, intentando desviar nuestros pensamientos de aquella casa y todos los misterios que contenía. Llamamos a la policía en cuanto comenzó a hacerse de día, la cual llegó pronto para recoger los miembros, que creíamos desaparecidos, de la víctima para que sabela pudiese examinarlos. Cuando terminaron de hacerlo, ya eran las 7 y media, por lo que Sabela y y
o optamos por ir a casa de la señora que encontró el cuerpo, para poder hablar con Verónica.

Era una casa rústica de piedra ,
aunque estaba bien conservada se notaba que tenía por lo menos un siglo. Unas macetas en las que había plantadas unas hortensias daban un toque de color a la austera fachada. Golpeamos la puerta, pues no tenía instalado ningún timbre. “¡Xa vai!”. La voz de una señora. Escuchamos entonces unos pasos sordos que se dirigían a la entrada. Abrieron. Efectivamente, era la mujer que había descubierto el cadáver. Tendría aproximadamente 70 años, aunque se conservaba como si tuviese 50, posiblemente de joven habría sido modelo, su porte no era el de una mujer de aldea que trabaje en el campo, su cuerpo esbelto y delgado, las uñas pintadas y su vestimenta daban credibilidad a mi hipótesis. Lo que más llamaba la atención de su apariencia, sin embargo, eran sus ojos profundamente verdes.


-¿Desean algo?-preguntó, con un acento gallego bastante marcado.


-Somos Sabela Suárez y Heikki Waltari, de la policía.-respondí.

-Ya he hablado con la policía.-dijo, de malas maneras.

Seguramente estaba cansada de que estuviesen preguntándole una y otra vez sobre el horror que había visto.

-La verdad es que no queríamos hablar con usted, señora.-aclaró Sabela.- Queremos ver a su nieta Verónica.

En cuanto mencionó a la
chica, la ira de su rostro se convirtió en una gran preocupación. Abrió la boca, con intención de decirnos alguna excusa para no verla, pero Sabela pudo argumentar antes:

-Si no nos deja interrogarla, no tendremos más remedio que llevarla a la comisaría, y ninguno de nosotros quiere que pase, ¿no es cierto?

La señora no supo qué decir. Miró hacia los lados, como intentando buscar a su nieta en la niebla. Bajó entonces la cabeza.

-Síganme.

Nos condujo entonces por su largo pasillo, empapelado por una alfombra azul, hacia una habitación con la puerta de madera barnizada. El nombre “Verónica” estaba pintado en un cartel, adornado con mariposas de acuarela. Golpeó un par de veces la puerta sin llegar a obtener respuesta. La abrió sin más dilación.

La habitación era rosa, con las paredes coronadas de posters de películas de dibujos animados. Había una cómoda, en cuyos cajones se encontraría la ropa de la joven, y encima de ella había unas cuantas muñecas de porcelana, prácticamente destrozadas, y una fotografía. Seguramente había viv
ido en aquella casa desde pequeña. Quizás sus padres habían estado instalados allí. Verónica se encontraba sentada en la cama, acurrucada en una esquina, hecha una bolita, mirando fijamente un póster de “Alicia en el País de las Maravillas”. En cuanto percibió nuestra llegada, nos miró asustada y comenzó a gemir.

-Tranquila, cariño, son amigos míos. Vienen a hacerte unas preguntas.

Sabela se acercó a ella y sentó a su lado.

-¿Cómo estás, Verónica?-le preguntó.

La joven volvió a contemplar el póster.

-Quiero ser como Alicia.-dijo.- Alicia es bonita, es tan guapa…-comenzó entonces a tocarse la cara y a retorcerse las mejillas.- Es tan, tan, tan, tan, tan guapa…-entonces, y sin más previo aviso, se bajó de la cama y se arrastró como si fuese un gusano hacia mí, gritando:- Pero yo también lo so
y, ¿verdad? ¿Lo soy? ¿¡Lo soy!?- se agarró a mi pierna, sin dejar de mirarme a los ojos.- ¡Tengo que serlo! ¡Si no lo soy, me pisarán! ¡Dime que soy guapa! ¡¡Dime que soy guapa!!

Su última frase sonó con un tono casi amenazante. La situación me había pillado por sorpresa no sabía como actuar si apartarla o responderle, gracias a Dios la señora, que no se había ido de la habitación, agarró a Verónica por los hombros y la condujo a su cama de nuevo.

-Ya hemos hablado de esto.-le susurró.- Nadie es
más guapa que tú.

-Lo sabía.-mur
muraba ella.- Lo sabía.

-Mira, sabes que hubo un asesinato aquí al lado. ¿Recuerdas? ¿Viste algo?-preguntó Sabela

-Yo no vi nada, nada, nada, nada.-negó con la cabeza.

-¿Estabas con tu tía en casa aquel día?-pregunté.

-No… Sí… No…Sí… No sé…Bien- se me quedó mirando fijamente, con sus penetrantes ojos negros como si estuviera intentando leer mi pensamiento, luego esbozó una pequeña sonrisa de loca, pero en cuanto Sabela le hizo una pregunta, volvió a su expresión inicial.

-Vero, ¿quién está contigo en esta foto?

-Conmigo.-repitió.- Conmigo no hay nadie.

-No pasa nada porque me lo digas. No se lo voy a contar a nadie.

Comenzó entonces a hiperventilar. Vi que tenía las mejillas encarnadas y los ojos inyectados en sangre. Se aferró a aquella afirmación, como si fuese el cabello al que se aferraban entonces sus manos.

-¡Conmigo no hay nadie!-chilló.


La señora fue a socorrerla, pues parecía ahogarse. Giró la cabeza y cerró los ojos, como para no verla.


-¡Váyanse!-nos ordenó la anciana.

Obedecimos. No teníamos nada que hacer allí. Al salir, éramos nosotros los que estábamos sonrojados.

-Recuérdame que no volvamos a interrogar a alguien así, anda.-dije.

-No lo hice con mala intención, solo fue curiosidad.

-No es por ti, es por ella. Esta loca.

-No, si eso ya se nota.

Se hizo un momento el silencio, mientras volvimos a echar a caminar.

- Seguramente era la madre quién aparecía, o algo similar.-concluyó Sabela.

-Supongo.


Nos encaminamos hacia la moto. Ansiábamos escapar de aquel lugar.

-¿Quieres parar a comer por el camino?-pregunté- Hay cerca de aquí un restaurante que es para chuparse los dedos.

-¿El restaurante? ¡Qué dieta tan rara tienes!-dijo entre risas.

-No finjas que no me entendiste.-respondí irónicamente.

Después de comer, volvimos a Coruña. Un viaje extraño, muy extraño y desconcertante. Buscábamos despejar dudas y nos habíamos encontrado con más interrogantes. El frío se me clavaba en la cara como las flechas que martirizaron a San Sebastián Asaetado, el viento acariciaba mi piel, veloz, con sus suaves manos y la adrenalina se extendía por mi cuerpo haciendo inolvidable, aquel, mi primer viaje en moto.

Por fin llegamos, Sabela me dejó junto a la comisaría. Luego me dirigí corriendo hasta mi piso, di de comer a Cuca y me tumbé en el sillón. Cogí el móvil, miré el móvil de mi hermano, habían pasado cuatro días desde mi encuentro con él, tenía ganas de saber, de obtener respuestas, de rescatar los restos de los recuerdos del pasado y aferrarme a ellos como lo único que me quedaba en el mundo. Opté por pulsar el botón de llamada, una canción sonó de “ya-voy”: “Craving your heart , oh”

Era una voz de mujer la que la interpretaba, me resultaba familiar como si ya la hubiera escuchado antes, acompañada por un solo de guitarra, seguramente el guitarrista sería mi hermano.

-¿Diga?-la música cesó y sonó una voz masculina.

-¿Daniel? Soy yo, Heikki, tu hermano.

-¡Hola, Heikki! ¿Qué tal?

-Bien ¿y tu?

-Yo de maravilla-dijo entre risas- ¿te apetece queda hoy, y hablamos con más tranquilidad?

-De acuerdo, ¿a las 9, te viene bien? ¿En el restaurante que hay junto al paseo marítimo, “Mirador de San Pedro”?

-De acuerdo, allí te veo.

-Hasta luego.

Luego el silencio lo cubrió todo, dejándome asolas con mis pensamientos me dí un placentero baño de agua caliente y vestí mi traje nuevo. Cuando el reloj marcó las nueve monté en mi “Mini” y me dirigí al restaurante. Dejé el coche junto al estadio de Riazor y proseuí el trayecto a pie por le paseo marítimo.La luna reflejada en el mar se apoderó de la noche, una noche tan eterna y tan fugaz como mis recuerdos rotos, mis sueños imposibles y mis deseos truncados. A lo lejos , en la arena, un joven tiraba piedrecitas al mar.

¡Tuomas!-grité saludando con la mano.

El chico giró la bruscamente cabeza sorprendido y dirigió la mirada al lugar de donde provenían los gritos hasta que me vio y respondió moviendo la mano.

¡Heikki!

Después de saludar a Tuomas proseguí mi camino, en el restaurante esperaba Daniel, vestido con una cazadora chupa marrón y una camisa blanca. Había escogido una acogedora mesa para dos personas con unas vistas preciosas al mar. Un vino blanco, el Ribeiro, reinaba en la mesa junto a dos copas vacías, la decoración era minimalista pero con una explosión de color.

-Buenas noches-saludó mi hermano.

-Hola- dije a la vez que me sentaba- ¿Te gusta el local?

-Si, has hecho una buena elección.

Daniel pidió - Arroz con Lubrigante y yo “Composición de Merluza y Pulpo en Red de Verduritas y Patatas Confitadas”

-Heikki, tengo que contarte algo-dijo muy serio.

-Dime.

-La verdad, es que no he llevado una vida muy correcta durante estos años, después de que nos separan me junté con malas compañías y acabé cayendo en las redes de la droga, estaba totalmente enganchado a esa mierda… Tenía 20 años cuando conocí a una chica que cantaba en un grupo, Amy se llamaba…

Amy, donde había oído yo ese nombre…-pensé

-Me ofreció trabajo de guitarrista, la verdad es que siempre se me dio bien tocar, se preocupó mucho por mí y me sacó de ese mundo. Acabé perdidamente enamorado de ella y me correspondía… Lo malo, tenía novio un tal Tobías, se casó y el grupo se desintegró la ultima vez que la ví nos besamos y me dio esto-dijo mostrando un collar de la mano que tenía la forma de una clave de sol- no la volví a ver más, solo sé que se convirtió en una pianista de éxito, también recibí la amarga noticia de que había muerto de cáncer. Cuanto lloré junto a su tumba.

Un silencio se hizo en la estancia, nos cruzamos las miradas, la de Daniel reflejaba melancolía y tristeza. Sus palabras volvieron a resonar en mis oídos, cansadas y pesadumbrosas.

-Volví a recaer, pero esta vez me metí de lleno hasta tal punto de estar al servicio del narco más poderoso de la Costa da Morte, Xulio Pombo, no lo puedo dejar o me sentenciará a muerte, ahora que eres policía necesito tu ayuda.

Miré a mi hermano, sus ojos llenos de arrepentimiento, dolor y miedo pedían ayuda desesperadamente, me partía el alma verlo en aquella situación.

-¡Nunca dejaré que eso ocurra, me oyes!- le dije agarrándolo por los hombros y lo abracé- Te sacaré de esa jodida mierda cueste lo que cueste. No te pienso volver a perder ahora que te e encontrado después de tanto tiempo, eres lo único que me queda.

Volví casa, la cabeza me daba vueltas, parecía como si una ola gigante me hubiera engullido y revuelto como a un trozo de madera, me sentía como un naufrago a la deriva en medio del océano Pacífico, me tumbé en la cama y me sumergí en un mundo de sueños, aquellos que veía tan lejanos.

Capítulo V (narrado por Sabela)

domingo, 16 de mayo de 2010


Luces bermejas como la sangre. El resto solo era oscuridad. Gárgolas de cartón piedra, con aspecto amenazante, se apiñaban en las paredes, advirtiéndonos que aquel no era un buen lugar. “Our Solemn Hour” de Within Temptation sonaba en el ambiente, cargándolo de misterio y convirtiendo aquel en un lugar más inquietante todavía. Las frases en latín que salían de los labios de la cantante, despedidas con ira, parecían introducirse en mis oídos, haciendo que una extraña sensación se asentase en mi mente. Supuse que aquel sería el miedo. Mujeres melancólicas, ataviadas con vestidos y corsés, y hombres siniestros y un tanto inquietantes vagaban como almas en pena por la estancia. Y yo era una de ellas.



Me senté en una silla enfrente a la barra, con cuidado de no arrugar demasiado mi falda negra. Se acercó a mí la atractiva Diana, camarera del garito, y clavó en mí sus lentillas rojas, apoyando sus pechos embutidos en una camiseta de cuero en el mostrador, como si fuese una sensual vampiresa.

-¿Qué te pongo, cielo?-preguntó, con aquella voz grave que la caracterizaba.

-Lo de siempre.-respondí, sonriendo forzadamente.

Miré fijamente cómo se alejaba para preparar mi bebida. Giré la cabeza un instante y vi a mi lado a un chico aproximadamente de mi misma edad bebiendo una copa de vino tinto. Tenía el pelo rubio, más o menos por la cintura, la piel pálida y los ojos blanquecinos; supuse que serían lentillas, al igual que las de Diana. Me miró, nos miramos. Al ver que tenía algo de interés en él, se acercó lentamente a mí, hasta el punto de llegar a escuchar su respiración en medio del barullo que había en el local.

-Hola guapa.-dijo, sin más rodeos.

-Hola guapo.

-Te noto muy pensativa, ¿te pasa algo?

-No, solamente estaba dándole vueltas a lo efímera que es la existencia humana.

Era cierto, el asunto de Amy me había hecho pensar en ello.

-Estoy de acuerdo contigo.-respondió.

Me di la vuelta, para poder verle con mayor claridad. Sabíamos que ambos estábamos allí por lo mismo: Pillar. ¿De qué serviría demorar lo evidente? Me agarré a su cuello y se lo mordí, dejando que él me acariciase las caderas. De repente, estando abrazada a él, abrí los ojos a su espalda y lo que vi se me quedó eternamente gravado. Un hombre. Estaba sentado detrás de la barra, en una de las mesas. Sus ojos profundamente verdes parecían querer atraparme en su interior, ahogarme sin piedad. Mechones de su cabello oscuro caían sobre sus hombros como fuentes de agua turbia. Emanaban grácilmente humo sus sensuales labios, protegidos por un bigote y una perilla. Un irrefrenable impulso me ordenaba acudir al encuentro de su piel mortecina, blanca como la Muerte, pero no debía. Tenía que acabar lo que había empezado con Blade; de lo contrario, quedaría como una vulgar puta delante de aquel bello desconocido, que me miraba fijamente. Sonrió, y en aquella sonrisa perfecta no existía ningún tipo de tara. Cerré los ojos. No podía caer en la tentación. Aquel Adán, que estaba buscado una Eva con la que compartir toda su vida, se había encontrado con una descarriada Lilit con la que compartiría una noche. O quizás él era el afortunado. Volví a abrirlos. Necesitaba volver a verle otra vez. Al hacerlo, comprobé que había desaparecido, se había desvanecido, como un hermoso espíritu, una ilusión, un delirio. ¿Sería solamente producto de mi imaginación? Eso temí.

Antes de que me diese cuenta, me encontraba en la entrada de mi casa, sintiendo las manos de Blade acariciar todo mi cuerpo y desabrochar, poco a poco, la cremallera de mi corsé. Cerré la puerta con un golpe seco de mis caderas y nos dirigimos a la habitación, dejando en el aire un sendero de besos. Me tumbó en la cama bruscamente y se situó encima de mí, en actitud dominante. Le desnudé, lo más rápido que pude, y dejé que me poseyera. Aunque, en cierto modo, no era él el que lo estaba haciendo, sino aquel misterioso desconocido de la Agnus Dei. No había dejado de pensar en él ni un solo momento desde que lo había visto, mirándome fijamente con aquellos ojos verdes. Me había obsesionado enfermizamente con una persona de la que desconocía mismo su propia existencia. Sentí que era él aquel que me acariciaba, me besaba, y mi placer se multiplicaba al hacerlo. Quise gritar su nombre, decirle lo muchísimo que lo necesitaba. Al no saberlo, de mi boca solamente se escapó un alarido, con el que parecía estar llamándole desesperadamente, sin obtener ningún tipo de respuesta. Luego, calma. Silencio.

Me desperté, sin necesidad de despertador. Estaba acostumbrada a levantarme a la misma hora siempre, aunque remolonease el fin de semana. Aparté las sábanas y me puse de pie, completamente desnuda. Giré la cabeza. Joaquín, Blade, dormía plácidamente. Sonreí levemente. Salí de la habitación, con el albornoz en la mano, provocando un sordo ruido al cerrar la puerta.

Me metí en la ducha. El agua que golpeaba mi piel estaba tan caliente como el fuego que con tanta fuerza había ardido aquella noche. Quise traer a mi mente, desnuda y lúbrica, la imagen de aquel hombre misterioso, mirándome fijamente con aquellos ojos verdes. Me había obsesionado enfermizamente con una persona de la que desconocía mismo su propia existencia. Sentí que era él aquel que me acariciaba, me besaba, y mi placer se multiplicaba al hacerlo. Quise gritar su nombre, decirle lo muchísimo que lo necesitaba. Al no saberlo, de mi boca solamente se escapó un alarido, con el que parecía estar llamándole desesperadamente, sin obtener ningún tipo de respuesta. Luego, calma. Silencio.

Me desperté, sin necesidad de despertador. Estaba acostumbrada a levantarme a la misma hora siempre, aunque remolonease el fin de semana. Aparté las sábanas y me puse de pie, completamente desnuda. Giré la cabeza. Joaquín, Blade, dormía plácidamente. Sonreí levemente. Salí de la habitación, con el albornoz en la mano, provocando un sordo ruido al cerrar la puerta.

Me metí en la ducha. El agua que golpeaba mi piel estaba tan caliente como el fuego que con tanta fuerza había ardido aquella noche. Quise traer a mi mente, desnuda y lúbrica, la imagen de aquel hombre misterioso, mirándome con aquellos ojos hechizantemente verdes, fumando con suavidad. ¡Y quien fuese humo para estar dentro de él, aunque solo fuese el breve instante que dura coger y expulsar aire! Rozar sus labios, deslizarme por su tráquea, acariciar sus pulmones grácilmente. Lo que habría dado por haber pasado con él la noche. Lo habría envuelto en mis brazos y le brindaría todos los placeres que pudiera imaginarse. Como si me tratase de una sensual diosa de la oscuridad. Sería el dueño total de mi cuerpo; mis ojos, mis labios, mi cuello, mis pechos, mi vientre, mi sexo… Le pertenecerían plenamente, y con ellos podría hacer lo que le antojase. Poco a poco, mi alma se iría convirtiendo en otra de sus muchas propiedades, y también podría jugar con ella. Podría excitarla, podría amarla, podría destrozarla, sin obtener por mi parte ni la más mínima queja. Todo mi ser, todo lo que soy, le pertenecerían, y ciertamente le pertenecían, a él. A mi fruto prohibido, a mi fantasma, a mi mayor tentación, a mi desconocido… A mi Adán.

-¡Aaaah!-un grito.

Me sobresalté. Era de un hombre, claramente. Al no escuchar más chillidos pensé que podrían haberle hecho algo a Blade. Salí de la ducha apresurada y me tapé con una toalla, a modo de vestido. Lo único que vi al llegar a la entrada, fuente de aquel ruido, fue que Blade se encontraba enfrente de la puerta abierta, completamente desnudo. El que estaba al otro lado era Heikki, que temblaba, con las mejillas pálidas.

-Heikki, ¿qué haces aquí?-le pregunté, tapándome con recelo.

-Ha… Ha habido otro asesinato.

-¿Dónde?-aquellas palabras me despertaron más que cualquier ducha o cualquier despertador del mundo.

-En la mansión de las Castro de nuevo. Dicen que vayamos de inmediato.

-De acuerdo, me voy a vestir enseguida.

-Y yo.-respondió esta vez Blade.

Nos dirigimos ambos a la habitación. Él se puso la ropa que había traído la otra noche. Yo, simplemente, me atavié con un pantalón negro con el símbolo del grupo HIM en un bolsillo trasero y el de Evanescence en el otro y una camiseta negra con unos gatitos. Salí apresurada, acompañada por los dos, y nos metimos en el ascensor. Heikki no le quitaba ojo a Blade, un poco horrorizado. Yo no me podía quitar aún de la mente a aquel desconocido, y clavaba la imagen en el espejo, como si su reflejo se me fuese a aparecer de un momento a otro.

Fuimos en el coche de Heikki a Buño. La verdad es que no me gusta mucho viajar en coche, pues me mareo, aunque abrí un poco la ventana. Vi como Blade se alejaba en dirección contraria al coche en marcha, con algo de resaca. Apenas hablé con Heikki en todo el viaje, solamente le pregunté cómo sabía dónde estaba mi casa.

-Me lo dijo Helena.-respondió.- Tuvo que mirar en tu expediente.

Luego, me puse los cascos y me perdí en la atmósfera de Evanescence. La cantante, con voz dulce, casi llorosa, me parecía relatar aquello que yo quería oír.



"Someday
We’ll be together again.
All just a dream in the end.
We’ll be together again."

Volveremos a estar juntos… Cerré los ojos. Quizás si lo deseaba con la suficiente fuerza… Me llamé a mí misma ingenua mil y una veces. Pero, ¿qué tenía de malo soñar?

Llegamos a Buño en poco más de media hora. Otra vez, la gente se aglomeraba en las calles, alrededor de la mansión, en busca de respuestas y cotilleos frescos. En la acera de enfrente había aparcada una ambulancia, en cuyo interior se encontraba una mujer de unos 40 y tantos años, vestida con ropa de deporte, temblando y rompiendo a llorar cada poco tiempo. Nos bajamos del coche, el cual aparcamos detrás de la ambulancia, y nos acercamos a la testigo.

-Señora,-dije- somos Sabela Suárez y Heikki Waltari, de la policía. ¿Puede contarnos cómo descubrió el cadáver?

Temí haber sido algo brusca, pero necesitaba saberlo cuanto antes. Dos muertes, en el mismo lugar y en tan poco tiempo era algo demasiado casual. Ella, sin mirarnos a los ojos, nos respondió entre lágrimas:

-Estaba paseando y la vi en la ventana…-señalaba hasta la parte más alta de la casa.-En la ventana….-volvió a echarse a llorar.

-¿Vio a alguien sospechoso por los alrededores?-intervino Heikki.

-Estaba yo sola. La vi a las 7 de la mañana. No había nadie despierto por aquí.

-¿Recuerda algo que le pareciera extraño, aparte de lo del cadáver?

-No…No lo sé, estoy confusa…


-No se preocupe.-dije, entregándole una tarjeta- Si recuerda algo más, llámenos a este número.
Ella aceptó mi ofrecimiento y la guardó en el bolsillo del chándal. Sonreí levemente, mientras me daba la vuelta, acercándome al lugar del crimen, seguida de Heikki, con mi maletín en la mano. Después de mostrarles nuestras identificaciones a los policías que custodiaban la puerta, nos dejaron entrar. Subimos las escaleras casi corriendo. Intacta se encontraba la escena del crimen. Una mujer pelirroja miraba por la ventana.

Al aproximarnos, vimos que sus manos se encontraban atadas a un par de clavos con dos hilos finos. Su cabeza se encontraba ladeada, cubierta de cabellos cobrizos que caían sobre la cornisa. Llevaba puesto un vestido de flores y encaje, estilo lolita. En sus pies, unos calcetines largos cubrían sus piernas, y relucían unos zapatitos negros, como de niña. Estaba de puntillas. La moví un poco. Grácilmente, como una princesa que luce su baile, la cuerda se estiró y la mujer nos mostró su rostro.

La estructura de un hilo negro cerraba sus dos labios rojos, impidiéndole soltar la menor expresión de dolor. Sus ojos eran de cristal brillante, azules. Era como si una muñeca de porcelana se los hubiese prestado, para saber cómo se veía a través de ellos. Una de sus manos no tenía dedos, al igual que con las otras víctimas. Su piel, extremadamente blanca, aún no había sido del todo presa del rigor mortis. Y permanecía mirándonos fijamente, esperando una respuesta, una frase, una palabra que resumiera su macabra belleza. Fue Heikki quien la pronunció, torciendo la cabeza:

-Es horrible.

Llamé al resto del equipo para bajarla de allí, después de sacarle unas cuantas fotografías. En cuanto estuvo acostada en el suelo, aun conservando los brazos levantados y los pies de puntillas, examiné su rostro.

-Parece que las suturas de la boca y la implantación de los ojos de cristal ocurrió pre-mortem, por lo que sugieren las heridas de alrededor.

-Ay, madre.-se quejó Heikki, dándose la vuelta.

-Oye,-le dije.- si ves qué tal, vete a otra habitación. Lo que faltaba ahora era que contaminaras esta escena del crimen también.

Me obedeció, en contra de lo que podía pensar. En cuanto me vi sola, le tomé la temperatura de hígado al cadáver. Había fallecido aproximadamente entre las 11 y 12 de aquella misma noche. La miré a los ojos. Vi en ella una expresión de dolor infinita, después de haber sufrido tan fatal tortura. Fue, por una noche, títere de un malnacido, y le dio vida a sus crueles perversiones. Aún así, era bella aquella especie de marioneta de la muerte. Ordené que se llevaran el cuerpo y examiné la habitación. Ni huellas, ni ADN. Solamente un rastro de sangre que había sido limpiada, y que pude apreciar con ayuda del Luminol, que me llevaba a la habitación contigua, donde estaba Heikki.

-¿Qué haces aquí?-me preguntó.

-Vine siguiendo un camino de sangre.-sonreí- Como Hansel y Gretel.

Le expliqué mi teoría. El asesino la había torturado en aquella habitación y la había arrastrado hasta donde había sido hallado el cuerpo. Posteriormente, aun con vida, fue atada a la ventana, donde murió.

-La causa de la muerte aún no la he determinado.-le confesé.- Aunque probablemente, y guiándome por la cantidad de sangre que había en el suelo, murió desangrada.

Nos dirigimos a la comisaría. Al llegar, me metí con diligencia a la sala de autopsias. Quería examinar el cadáver cuanto antes, a aquella hermosa Jane Doe. Cogí la grabadora y la acerqué a los labios.

“Desconocida número 1.174. Mujer de raza blanca de unos 20 años. La hora de la muerte se produjo entre las 11 y las 12 de la noche de ayer. Sus ojos han sido arrancados y sustituidos por unos de cristal. Sus labios se encuentran cosidos con un hilo negro, al igual que una herida producida por un objeto punzante en el pecho. Me dispongo a abrir con cuidado la boca de la víctima…”

Eso fue lo que hice. Cogí unas tijeras y comencé a cortar despacio, observando cómo se desprendía el hilo suavemente. Las pequeñas desgarraduras que había alrededor de los labios sugerían que la víctima había intentado gritar con la boca cosida. Contemplé horrorizada lo que había en su interior. Eran inconfundiblemente trozos de un músculo. ¿Le había hecho comer su propia carne? Le abrí el pecho posteriormente y allí hallé la respuesta: era su propio corazón el que residía en su boca. En su lugar, había una especie de agüilla nauseabunda y ensangrentada. Reelaboré mi hipótesis:

El asesino había torturado a la víctima en la habitación contigua, arrancándole los ojos y cosiéndole la boca, después de haberla vestido como una muñeca de porcelana. Quizás allí mismo le quitó el corazón, matándola en el acto, y se lo introdujo por los orificios que dejaban las puntadas. Luego, le cosió el agujero y la colocó en la ventana en aquella posición, a propósito para que la viésemos. Era como una provocación.

Cuando terminé de ejecutar la autopsia, era ya hora de comer. Me senté en el despacho, llamé a un restaurante chino que estaba cerca del Materno Belén, cuya publicidad me encontré en mi buzón, y pedí por teléfono unos tallarines con gambas, un rollito de primavera y ternera con bambú y setas. Esperando por la comida, me senté a releer el informe de Julia Figueroa, y a darle vueltas a la nueva víctima. Heikki dijo que se llevaría sus huellas digitales y una muestra de su ADN para cotejarlo con la base de datos. La comida llegó bastante pronto. Me la trajo la recepcionista, una chica bastante agradable llamada Raquel, de pelo castaño y piel morena. En cuanto tuve entre mis manos aquella humeante y sabrosa carne, depositada en un recipiente de plástico, volvió a mí parte del calor que había perdido en la sala de autopsias. Aquel lugar siempre lograba que descendiese la temperatura de mi cuerpo, como intentando que yo también me muriese. Cogí los palillos que había dentro de la bolsa y comencé a comer. Volví a pensar en aquel desconocido de nuevo. Deseé tenerle allí para calmar mi frío. Quise escuchar su voz por primera vez. ¿Cómo sería aquella voz? Seguramente acariciaría mi ser haciéndome vibrar como las cuerdas de un violín tocando su melodía más dulce. Esbocé una sonrisa. Tenía que ir a la Angus Dei de nuevo para reencontrarme con él. Le hablaría, le preguntaría qué tal está, su vida, su pasado. Compartiría con él vivencias y alcohol. Con suerte, Adán se rendiría a los encantos de la tentadora Lilit y podría pasar toda la noche a su lado, sintiendo su cuerpo caliente, palpitante, escuchando los latidos de su corazón, atentamente, rítmicos, potentes, suyos…

-Sabela… ¿Sabela? ¿Me oyes? ¡E-o!

-¿Eh?

Era Heikki. Por algún momento llegué a pensar que mi fantasía se había cumplido, pero no. Él ni se le parecía. Suspiré.

-¿Qué tienes?-pregunté, asqueada.

-Solo venía a decirte que ya he dejado todo en ADN. Me dijeron que cuando estuviera nos avisarían.

-Vale.-aparté la vista hacia el plato de tallarines.- ¿Quieres?-le ofrecí.

-¿Qué es?

-Tallarines con gambas. Están muy buenos, y apuesto a que no has comido.

-No, gracias. Es que a mí, la comida de los chinos…

Me encogí de hombros.

-Como quieras.-continué comiendo.

-Aunque gracias de todas formas.

-¿Cuántas veces piensas repetirlo?-sonreí.

Él también lo hizo. Aunque no tardó en cambiar de tema.

-Por cierto, Sabela. ¿Quién era el tipo aquel que estaba en tu casa esta mañana?

-Un ligue. No le des importancia.

-¿No tienes novio?-parecía sorprendido.

Recordé aquel día. La sangre. El cuerpo. El dolor. Palidecí.

-No, hace tiempo que no tengo novio. Aunque tampoco me interesa.-quise desviar el asunto. Pero Heikki insistió.

-¿Y por qué?

-Porque no.-le miré mal.

-Pues deberías, en lugar de andar por ahí con cualquiera, como una puta.

-¿Qué me has llamado?-dejé la comida en la mesa de un golpe.

No se atrevió a repetirlo.

-Por lo menos yo he follado, no como otros. Impotente.

-¿Impotente? ¡Que sepas que a mí se me pone tiesa cuando yo quiero!

-Eso no te lo crees ni tú.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Bueno,-interrumpí.- ¿Y si dejamos de discutir como críos?

-Podríamos hacer una cosa…

-¿Qué tienes en mente?

-Verás. Tú coges a una de tus amigas y yo a uno de mis amigos que creamos que nos viene mejor de novio y nos presentamos en una cena. ¿Qué te parece?

-Una cita a ciegas, vaya.

-Sí, algo parecido.

No sé por qué demonios accedí a hacer una gilipollez semejante.

-De acuerdo, pero si yo encuentro a tu chica ideal, me debes 50 euros.

-Lo mismo te digo.

-¿Este fin de semana entonces?-pregunté.

-Eso es pasado mañana.

-Cuanto antes, mejor.

-Hecho.

Con un buen apretón de manos sellamos nuestro trato. Era oficial: no podía caer más bajo.

Capítulo IV (narrado por Sabela)

domingo, 31 de enero de 2010






Me pasé buena parte de la noche leyendo “Hamlet”, mi libro favorito desde siempre. Quise encerrarme en la lectura, dejar que el relato me atrapase para no pensar más en todo aquello, en la niña, en los asesinatos. Y lo peor es que no tenía a nadie a quién llamar. Me había convertido en una Ofelia, marcada por un amor que no pudo llegar a cuajar, destrozada para siempre, ahogándome en un mar de soledad. Quizás Amy también lo era, y había dejado que su fama la anegase. O ni siquiera la fama, sino algo más complejo. Algo que escapase a mi comprensión, a la suya propia.

Heikki me llamó, por ahí de las 5 de la mañana.

-¿Sí?-pregunté.

-¿Estabas dormida?

-No he logrado dormir en toda la noche. ¿Por?

-¿Tú tampoco?

-¿Qué querías?-desvié el tema.

-Helena me acaba de mandar un mensaje al busca. Verónica, ¿te acuerdas? La chavala que entró en la escena del crimen.

-Sí, me acuerdo. ¿Cómo no me voy a acordar?

-Ha vuelto a casa. Y parece ser que se aloja en la casa de la señora que nos alertó.

-¿Ha asumido la tutela?

-Ya tenía la tutela. Es su abuela.

Ladeé la cabeza.

-Curioso.-dije.- ¿No crees que la nieta también vería algo?

-Eso es lo que quería que hiciésemos, preguntarle.

-Pero Heikki, son las 5 de la mañana.

-Por lo menos salimos de casa. Y podemos salir a dar un paseo por Buño, que parece ser que es precioso.

-Está bien. ¿Dónde te recojo?

-En la comisaría. Tengo la casa a un paso.

-Ok, voy ahora.

Me vestí, bastante abrigada, y me fui hacia donde él me había dicho, donde me esperaba tiritando.

-Por fin estás aquí.-bramó al verme.

-Chico, es que sólo a ti se te ocurre salir a las 5 de la mañana con una gabardina tan fina.

-Pero… ¿mola o no?

-Anda, sube.-le ordené, riéndome.

Partimos entonces hacia Buño en la fría noche, dejando que las ruedas de la moto se deslizasen en una carretera prácticamente congelada por el rocío.

-¿Qué hacías, en vez de dormir?-me preguntó Heikki, gritando.

-¿Qué iba a hacer? Romperme la cabeza.

Llegamos al pueblo por lo menos una hora después. Todavía estaba oscuro, pero en el horizonte, marcado por el apodado “Campo da Culpa”, relucían unos reflejos ambarinos que indicaban la inminente salida del Sol. Paseamos un rato por el bosque, a pesar de lo oscuro que estaba.

-¿Qué es ese monte que está ahí en lo alto?-preguntó él, señalándolo con la cabeza.

-Se llama “Buenavista”, pero por aquí le llaman “Campo da Culpa”.-respondí, sin sacar las manos de los bolsillos, al igual que mi compañero.

-Vaya nombre. ¿Crees que habrá alguna leyenda o algo chungo detrás?

-Probablemente. La verdad es que tiene toda la pinta.

De repente, y como si fuese el destino el que nos guiase, nos vimos enfrente de la mansión de las Castro. Nos detuvimos, mirando su majestuosa fachada, corroída por los años. En una de las ventanas que poseía, había un cartel que ponía “Se vende”. Las enredaderas estrangulaban las vallas que cercaban su vasto jardín y el moho se escondía entre las piedras, alimentándose de la humedad de la noche. Al igual que nuestros sueños rotos. Y nuestra curiosidad.

-La verdad es que no encontramos los brazos de la víctima.-dije.

-¿Sugieres que entremos?

-No sugerí nada, pero si te empeñas.

Empujé un poco la puerta, la cual estaba ya abierta, aunque con papeles puestos por la policía que impedían la entrada. Estaba todo completamente oscuro, tanto que no se podía distinguir dónde estábamos. Saqué de mi bolso un mechero y lo encendí.

-Con esto podremos guiarnos. ¿Tú no tienes ninguno?

-S…Sí, uno de propaganda de un bar.

-Valdrá.

Subimos despacio unas escaleras que había cerca de la entrada. El piso de arriba todavía no había sido examinado.

“Ñec”

-¿Qué ha sido eso?

-Tranquilo, fue es una escalera que crujió.

-¿Segura?

-S…Segurísima.

-Has titubeado.

-No he titubeado. Deja de decir chorradas.

-¿Y si el asesino sigue aquí?

-Sí, hombre, como en una peli de terror, no te jode. Está esperando para cogernos desprevenidos y…¡¡Ah!!

-¿Qué pasa, Sabela?

-Me han tocado… La muñeca…

-Fui yo. Es que me da un poco de yuyu estar en este sitio.

-Vuelve a ponerme la mano encima y te arreo. ¿Entendido?

-Vale, vale.

Entramos en una habitación, la primera que vimos, a mano izquierda al terminar las escaleras. Allí encontramos las dos piernas y un brazo cortados en una esquina, con el suelo todo manchado de sangre.

-Ahí están.

-Joder, Sabela, qué puto asco. ¡Y qué olor! Creo que voy a vomitar…

-¿Pensabas que iba a oler a flores silvestres? Anda, respira hondo.

“Uf, uf, uf”

Avanzamos, intentando no volver a alumbrarlas con el mechero. Heikki, en un impulso, lo hizo.

-Vámonos, esto no me gusta.

-No seas gallina. Falta el otro brazo. Seguramente ahora nos tiene preparada alguna sorpresita.

-¿S…Sorpresita?

-¿Por qué crees que lo ha aislado?

Entramos en otra habitación. Lo único que había en ella era un piano de madera, prácticamente destrozado por la carcoma. Encima de él había unos papeles, roídos por las ratas, las cuales todavía seguían con su trabajo, mirándonos con aquellos ojos negros y brillantes.

-Sabela, vámonos antes de que sea demasiado tarde.

-Tiene que estar cerca, Heikki, lo huelo.

-Yo también lo huelo, por eso vámonos. Además, esto está infestado de ratas.

-Tienes fuego, asústalas con él.

Fue en la habitación contigua donde lo encontramos, a la par que un charco de vómito, en el que se podían apreciar unos chorros de sangre.

-Esto es vómito. Parece llevar aquí años.

-La madre que me parió.

-Dudo que sea del asesino. No creo que le hiciese mucho asco todo esto, sino no lo habría hecho. A él lo que le causa es placer.

-¿Y de quién es?

-Deberíamos llevar una muestra al laboratorio; podríamos sacar el ADN de la sangre.

Me di la vuelta. El brazo arrancado estaba allí cerca. Me fijé con horror que no tenía dedos: habían sido separados. Recordé lo que ponía en la revista que había leído sobre la muerte de Amy; uno de los rumores que circulaban sobre su muerte era que no tenía dedos en la mano izquierda. La mano del lado del corazón. ¿Coincidencia? ¿Rumor? Comencé a dudarlo.

-¿Te pasa algo, Sabela? Estás pálida.

-No, estoy perfectamente.

¿Realmente lo estaba?

-Ahora soy yo la que quiere largarse de aquí.

-Pero mira. Le han quitado los dedos.

-Llamaremos ahora a la poli. Ahuecando.

Salimos de allí rápidamente. Heikki moría de miedo. Yo moría de terror. Si realmente era cierto el estado en el que se encontraba el brazo de Amy, no sólo significaría que fue asesinada, sino que por el mismo tipejo que estábamos intentando pillar. Las personas obsesivas suelen llevarse “premios” tras cometer los asesinatos, y una ristra de dedos de una pianista famosa me parece realmente irónico. El asesino en sí era irónico, la forma en la que mató a Julia. La deportista se quedó sin piernas para correr y sin brazos para levantar pesas. ¿Y el pañuelo? Para ahogarse en su propia sangre, probar su propia medicina, infectarse con su propio veneno. Quizás Julia le había hecho algo malo; aunque, sin lugar a dudas, lo peor que hizo fue ir a esa fiesta.

Seguimos paseando por Buño, intentando calmar los latidos de nuestro corazón. La verdad es que había salido buscando tranquilidad, y me había encontrado con más inquietud. Llamamos a la policía en cuanto comenzó a hacerse de día, la cual llegó pronto para recoger los miembros, que creíamos desaparecidos, de la víctima para que yo pudiese examinarlos en la sala de autopsias más tarde. Cuando terminaron de hacerlo, ya eran las 7 y media, por lo que Heikki y yo optamos por ir a casa de la señora que encontró el cuerpo, para poder hablar con Verónica.

La casa era bastante bonita, de piedra. Tenía unas macetas a cada lado de la puerta, con hortensias plantadas. Parecía construida hacía mucho tiempo, sobre todo por los materiales utilizados, pero el exterior de la casa era soberbio. Golpeamos la puerta, pues no tenía instalado ningún timbre. “¡Xa vai!”. La voz de una señora. Escuchamos entonces unos pasos sordos que se dirigían a la entrada. Abrieron. Efectivamente, era la mujer que había descubierto el cadáver. Tendría aproximadamente 70 años, aunque se conservaba como si tuviese 50. Tenía una larga melena gris, como si fuesen hilos de plata los que coronasen su cabeza. Su piel era pálida y cadavérica, aunque apenas surcada por arrugas. Su cuerpo, aunque envejecido, era esbelto y delgado. Lo que más llamaba la atención de su apariencia, sin embargo, eran sus ojos profundamente verdes.

-¿Desean algo?-preguntó, con un acento gallego bastante marcado, al igual que el mío.

-Somos Heikki Waltari y Sabela Suárez, de la policía.-respondió él.

-Ya he hablado con la policía.-dijo, de malas maneras.

Seguramente estaba cansada de que estuviesen preguntándole una y otra vez sobre el horror que había visto.

-La verdad es que no queríamos hablar con usted, señora.-aclaré.- Queremos ver a su nieta Verónica.

En cuanto le mencioné a la chica, la ira de su rostro se convirtió en una gran preocupación. Abrió la boca, con intención de decirnos alguna excusa para no verla, pero pude argumentar antes:

-Si no nos deja interrogarla, no tendremos más remedio que llevarla a la comisaría, y ninguno de nosotros quiere que pase, ¿no es cierto?

La señora no supo qué decir. Miró hacia los lados, como intentando buscar a su nieta en la niebla. Bajó entonces la cabeza.

-Síganme.

Nos condujo entonces por su largo pasillo, empapelado por una alfombra azul, hacia una habitación con la puerta de madera barnizada. El nombre “Verónica” estaba pintado en un cartel, adornado con mariposas de acuarela. Golpeó un par de veces la puerta sin llegar a obtener respuesta. La abrió sin más dilación.

La habitación era rosa, con las paredes coronadas de posters de películas de dibujos animados. Había una cómoda, en cuyos cajones se encontraría la ropa de la joven, y encima de ella había unas cuantas muñecas de porcelana, prácticamente destrozadas, y una fotografía. Supuse que había vivido en aquella casa desde pequeña. Quizás sus padres habían estado instalados allí. Verónica se encontraba sentada en la cama, acurrucada en una esquina, hecha una bolita, mirando fijamente un póster de “Alicia en el País de las Maravillas”. Sí, ella vivía también en un mundo extraño y paralelo, rodeado de incertidumbre, de rarezas, de elementos fantásticos y de locura. En cuanto percibió nuestra llegada, nos miró asustada y comenzó a gemir.

-Tranquila, cariño, son amigos míos. Vienen a hacerte unas preguntas.

Me acerqué a ella en un impulso, sin pensar en qué podría hacerme. Me senté a su lado.

-¿Cómo estás, Verónica?-pregunté, para intentar ganarme su confianza.

La joven volvió a contemplar el póster.

-Quiero ser como Alicia.-dijo.- Alicia es bonita, es tan guapa…-comenzó entonces a tocarse la cara y a retorcerse las mejillas.- Es tan, tan, tan, tan, tan guapa…-entonces, y sin más previo aviso, se bajó de la cama y se arrastró como si fuese un gusano hacia Heikki, gritando:- Pero yo también lo soy, ¿verdad? ¿Lo soy? ¿¡Lo soy!?- se agarró entonces a su pierna, sin dejar de mirarlo a los ojos.- ¡Tengo que serlo! ¡Si no lo soy, me pisarán! ¡Dime que soy guapa! ¡¡Dime que soy guapa!!

Su última frase sonó con un tono casi amenazante. Heikki estaba completamente amedrentado, lo noté enseguida. La señora, que no se había ido de la habitación, agarró a Verónica por los hombros y la condujo a su cama de nuevo.

-Ya hemos hablado de esto.-le susurró.- Nadie es más guapa que tú.

-Lo sabía.-murmuraba ella.- Lo sabía.

En cuanto se hubo sentado, opté por saltar al tema del asesinato, aún con el riesgo de que me saltase a la cara.

-Mira, sabes que hubo un asesinato aquí al lado. ¿Recuerdas? ¿Viste algo?

-Yo no vi nada, nada, nada, nada.-negó con la cabeza.

-¿Estabas con tu tía en casa aquel día?-preguntó Heikki.

-No… Sí… No…Sí… No sé…Bien.

Yo no presté apenas atención a esta pregunta. Me paré a observar la fotografía de la cómoda, medio escondida entre las muñecas. Me levanté para acercarme e ir a observarla mejor. En ella aparecía Verónica, con un aspecto jovial y saludable, mucho más hermosa que ahora, vestida con un lujoso vestido largo de color rojo. La otra mitad de la foto estaba rota, seguramente arrancada, y lo único que se conservaba de la persona de la foto que la acompañaba era una mano, la cual estaba posada en uno de los hombros de la joven.

-Vero, ¿quién está contigo en esta foto?-pregunté inocentemente.

-Conmigo.-repitió.- Conmigo no hay nadie.

-No pasa nada porque me lo digas. No se lo voy a contar a nadie.

Comenzó entonces a hiperventilar. Vi que tenía las mejillas encarnadas y los ojos inyectados en sangre. Se aferró a aquella afirmación, como si fuese el cabello al que se aferraban entonces sus manos.

-¡Conmigo no hay nadie!-chilló.

La señora fue a socorrerla, pues parecía ahogarse. Giró la cabeza y cerró los ojos, como para no verla.

-¡Váyanse!-nos ordenó la anciana.

Obedecimos. No teníamos nada que hacer allí. Al salir, éramos nosotros los que estábamos sonrojados.

-Recuérdame que no volvamos a interrogar a alguien así, anda.-dijo Heikki.

-No lo hice con mala intención, solo fue curiosidad.

-No es por ti, es por ella. Esta loca.

-No, si eso ya se nota.

Se hizo un momento el silencio, mientras volvimos a echar a caminar.

- Seguramente era la madre quién aparecía, o algo similar.-sentencié.

-Supongo.

Nos encaminamos hacia la moto. Ansiábamos escapar de aquel lugar.

-¿Quieres paras a comer por el camino?-preguntó Heikki.- Hay cerca de aquí un restaurante que es para chuparse los dedos.

-¿El restaurante? ¡Qué dieta tan rara tienes!-dije, riéndome.

-No finjas que no me entendiste.-respondió él irónicamente.

Después de comer, volvimos a Coruña. Un viaje largo, pero bastante gratificante. Adoro viajar en moto, sentir el viento golpear contra mi cara, mis brazos, mi pecho, y hacerme sentir como si estuviese luchando con él. Quizás disfruté tanto este viaje porque sabía lo que me encontraría al llegar a mi destino.

Dejé a Heikki en la comisaría y me encaminé al hospital. Todavía eran las 5 de la tarde, aún así, no iría a trabajar. Seguramente no. Ya había tenido demasiadas emociones. Aunque tenía que pasarme a examinar las extremidades de la víctima, pero lo haría más tarde. Lo único que deseaba era quitarme el asunto de Olvido de encima. Poder verla al fin, estar con ella y olvidarme de la muerte de Amy. Olvidarme de los asesinatos, de Julia, de su hermano, de todo, aunque fuese durante un solo instante; en el que pudiese sentirla, moribunda, débil y falta de cariño, en mis brazos. Aparqué la moto en la entrada. No tenía demasiadas ganas de caminar. Andar hacía que mis pensamientos pastasen libremente por mi mente y me atormentasen.

-¿Cuál es la habitación de Olvido Costa-Cargill?-le pregunté a la enfermera que se encontraba en la recepción. La verdad es que me lo sabía, pero en aquel momento no lo recordaba.

-Es la 358.-me miró de arriba abajo, mascando con ahínco un chicle, y añadió:- ¿Tú eres la chica de la fundación, por casualidad?

-Sí, por casualidad.

-Ah…

Seguramente en su cerrada y limitada mente no cabía la posibilidad de que una mujer gótica pudiese estar haciendo una buena obra, sólo por el mero hecho de gustarle lo que le gustaba y de ser lo que era. Me dirigí entonces a donde me había indicado. Me movía en aquel hospital como si fuese la palma de mi mano. Entré.

Asomé un poco la cabeza por la puerta y me mantuve quieta. Olvido estaba acostada en la cama, mirando hacia la ventana. ¿En qué estaría pensando? ¿Qué se le pasaba por la cabeza al mirar la hierba, los coches pasar, los árboles? Su mirada estaba orientada hacia el cielo. Su expresión mostraba mucha seriedad. Quizás la inmensidad del firmamento le recordaba a su madre, quien fue un ángel en vida y sería un ángel en la muerte. Su cabecita, en otro tiempo coronada por una hermosa melena rubia, se encontraba desprotegida ante el frío del invierno, y sus ojos, grises como un cielo repleto de nubes, me recordaban a los de Amy. Opté por acercarme a ella, ya que no había percibido mi presencia. En cuanto lo hizo, me miró con curiosidad.

-Hola, Olvido.-le dije, encorvando ligeramente la espalda para poder mirarla a los ojos.

-¿Quién eres?

-Voy a ser tu compañera de juegos.

Sonreí. Ella también me sonrió. Su inocente dulzura infantil me calentó el corazón. Volvió a mirar hacia la ventana.

-¿Qué miras?

-Las nubes. Tienen formas raras.

Observé yo también aquellos pequeños fragmentos de algodón ficticio.

-¡Mira!-gritó Olvido, señalando con el dedo.- ¡Ahí hay una princesa y un príncipe!

Era cierto. En el cielo flotaban dos figuras antropomorfas. Una parecía realmente una mujer, con un vestido blanco largo y vaporoso, como si perteneciese a la época victoriana. El otro, que semejaba un hombre, era como un auténtico galán de película. Ambos se acercaban lentamente uno al otro, como si fuesen a estrellarse. Primero, su cara, y luego sus cuerpos, se fundían y se convertían en una sola nube, que comenzó a surcar el cielo.

-Se han casado.-dijo ella.

-Pues sí, e irán a vivir a su castillo de nubes.

-¡Mira allí, un barco!-señaló entonces a otro cúmulo que hacía exactamente aquella forma.

-Ya comprendo. Eso es que el príncipe y la princesa se fueron a un crucero por su luna de miel.

Olvido se rió, y esa risa resonaba en mi cabeza como si fuese una amorosa caricia.

-¿Y esa ovejita?-ahora unas nubes cercanas lo parecían.

-Ah, ¿eso? Verás, es que a la princesa le gustan mucho las ovejitas, y por eso el príncipe, por cumplirle el caprichito más que nada, se la compró, como regalo de bodas.

-¿Y la tienen en el castillo?-preguntó, riéndose a carcajadas.

-¡Claro! Y le tienen una cestita donde duerme en la habitación. Aunque lo malo de la ovejita es que no deja de comerles el tapizado de los sofás, pensando que es hierva.

Olvido se moría de risa. Pensé que no me la encontraría así. Aunque su rostro cambió radicalmente, y volvió a tornarse serio, cuando me dijo:

-Hace mucho tiempo que no me cuentan cuentos.

-¿Tu mamá no te los contaba? ¿Ni tu papá?

Lo negó con la cabeza.

-Papá siempre está ocupado y nunca me hace caso.-bajó la mirada.- Mamá me cantaba. Cantaba muy bien. Por mi cumpleaños me regalaron un MP3 y tengo en él todas sus canciones. Cuando las enfermeras no me ven, las pongo. Es como si volviese a estar aquí.-susurró.

Comenzó ella entonces a entonar una canción con un tremendo virtuosismo en la voz. Sonaba cristalina, clara, melancólica, triste. Reconocí al instante aquella canción. Era “Sweet Breath”.

You’re blood of my blood.
You’re bones of my bones.
You’re life of my life.
My child, I want to hear
Your sweet, sweet breath.
‘Cause I’ll be always by your side.

Me quedé impresionada, nunca, salvo a Amy, había oído cantar a nadie de aquella manera. Y eso que muchos fans versionaban sus canciones en youtube, pero su actuación había sido sencillamente sublime. Olvido se echó a llorar. La abracé.

-No llores, mi vida.

-Quiero ver a mamá.-sollozaba.- Quiero ver a mamá.

-Ella siempre estará contigo, Olvido. ¿No lo has oído en la canción? Nunca te va a abandonar.

Seguramente su padre la había engatusado con cosas como “mamá está en el Cielo”, y no era plan de no seguirle la corriente. Yo, la verdad es que no comparto la visión dualista del ser humano ni, desde luego, la concepción de Cielo e Infierno; pero es cierto que Amy estaba allí. Su presencia era claramente perceptible. Desde que había comenzado aquella investigación me parecía tenerla siempre a mi lado, rogándome ayuda. ¿Ayuda? ¿En qué podía ayudarla? La niña siguió abrazada a mí, apoyada en mi pecho, agarrándome, con toda la fuerza que sus frágiles dedos podían alcanzar, la chaqueta.

-Era de noche aquel día.-comenzó a relatarme, con voz temblorosa.- Tuve una pesadilla muy fea. Tenía mucho miedo, y quise ir a la cama de papá y mamá. Estaba oscuro. Intenté llegar tocando las paredes y procurando guiarme por mis ojos. Pronto me vi allí, enfrente de la cama. Dormían. Papá roncaba. Me acerqué a mamá. La miré. Tenía los ojos cerrados, la boca cerrada. La moví por un brazo. Le dije “mamá”, pero no me dijo nada. Volví a decirle “mamá”, pero no me dijo nada. Comencé a gritar, la moví de un lado a otro, pero siguió sin decir nada. Ni siquiera le escuchaba respirar. Papá se despertó y me riñó. Yo le dije que mamá no estaba bien, que no me hacía caso. Papá también la movió, la cogió en brazos, le gritaba “Amy, Amy”. Pero ella no decía nada, no abría los ojos, no se movía, estaba muy quieta. Papá me mandó a la habitación gritando, pero yo no quería irme. Yo quería a mi mamá. Y mamá… Y…

La abracé con más fuerza todavía. Comprendí que necesitaba desahogarse, después de dos largos años. Debió ser un tremendo shock encontrar a su madre muerta en la cama. Temblaba en mis dedos, como si estuviese volviendo a revivir aquella escena. La besé en la frente. Quería que sintiese que no estaba sola.

-No llores, Olvido, no dejaré que te pase algo así otra vez nunca más. Te lo prometo.

Largo tiempo la tuve entre mis brazos, intentando devolverle el calor y la felicidad que había perdido, sustituyendo a Amy en su labor. Ella no se movía; necesitaba saber que yo sí estaba viva, que aunque cerrase mis ojos encharcados de lágrimas álgidas, todavía seguía latiendo mi corazón. Una enfermera vino a comunicarnos que ya no podía estar más allí. Olvido no pudo contener su llanto.

-No te vayas.-dijo.

-Volveré mañana a la misma hora. De verdad.

Me vi obligada a dejarla sola. Sola y triste de nuevo. Recordando a su pobre madre, rememorando el recuerdo más horrible que residía en su mente, aquel que la había hecho dejar de ser una niña. Crucé la puerta hacia el pasillo, y aquellos ojos grises que sufrían tanto se clavaron en lo más hondo de mí.

Llegué a casa y me encerré en el salón, donde tenía mi portátil afincado en una mesa de café. Lo encendí y conecté internet a través de un modem USB. Sentí la necesidad, al igual que la pequeña, de escuchar la voz de Amy. Entré en youtube. Mis dedos temblaban cuando tecleé “Amy Cargill” en el cuadro de búsqueda. “Sweet Breath” en acústico era como un bálsamo que paliaba mi dolor interno. Aquel piano parecía acariciar mi piel, con ternura, cuidadosamente, con el fin de no hacerme daño, y de que mis ojos sólo brotasen lágrimas dulces. Para mi sorpresa, en el rincón de vídeos relacionados había una especie de vídeo casero en cuya miniatura aparecía Amy con un bebé en brazos. Me estremecí. Lo puse. Miré la descripción mientras de cargaba:

Amy Cargill home video Sweet Breath w/ subtitles in English.


Description: There’s a vid of Amy singing S.B. to her daughter Olvido, recorded by Tobias. It’s so sweet U.u. I hope you all enjoy it.

¿Si Tobías lo había grabado, cómo había llegado a youtube? Supuse que quizás algún fan o familiar de alguno de los cónyuges lo había conseguido. Observé algunos de los comentarios, al ver que todavía no estaba del todo listo. No recuerdo el nombre de los usuarios que los habían escrito, pero sí su contenido.

“awwww, lovely!! But it’s made me cry. We don’t forget you, Amy”

“She was the kindest woman I’ve ever seen. Rest in Peace.”

“When she coughed, I felt my heart leaped. I can’t believe she’s not with us…”

“Amy was a huge inspiration to me. I miss her so much, but I hope she’s now in Heaven”

Y cosas por el estilo. Había muchísimos comentarios en aquel vídeo, 10.996 exactamente. Además de 25.860.496 reproducciones. ¿Quién habría podido matar a una persona así? Fue lo primero que se me pasó por la cabeza, a pesar de no saber si realmente había sido asesinada. De repente, comenzó a reproducirse el video.

La cámara se acercaba sigilosamente hacia una hermosa Amy, de cabello negro, largo. Su piel, estropeada por la mala calidad de la cinta, era blanca como la de un vampiro. En sus brazos sostenía a una niña, una niña sonriente que escuchaba, maravillada, la voz de su madre, buscando el calor que desprendía su cuerpo.

-Amy.-era la voz de un hombre.

Ella se asustó y miró hacia la cámara moviendo bruscamente la cámara. Al ver quién era, suspiró, cerrando suavemente los ojos.

-Me has asustado, Tobías.-giró la cabeza con delicadeza. Miró a la niña. Sonrió, y su sonrisa era como una fila de perlitas que desprendían un brillo nacarado.- Díselo, Olvido. “Papá, no asustes a mamá”.-Puso una voz extraña. La niña comenzó a reír.

-Canta algo, anda.

-No, Tob, no he calentado la garganta.

Se llevó una mano a la zona. A aquella delicada zona. Él insistió.

-Venga, por una canción de nada no te vas a morir.

Amy suspiró.

-En fin, como quieras.

Volvió la vista hacia su pequeña hija, a la cuál sostenía con muchísimo cariño en los brazos. Ella le retuvo la mirada, como si estuviese buscando algo dentro de los ojos de su madre.

-Vamos a cantar nuestra canción, ¿vale Olvido?

Sonrió. Comenzó entonces a entonarla suavemente.

-You are blood of my…

-¡Blood!-gritó la niña. Se oyó la risa de Tobías al otro lado de la cámara.

-You are bones of my…

-¡Bones!

-You are…

-Life of… of my life.

-¡La tienes adiestrada, Amy!

-Anda, calla.

Carraspeó un poco la garganta.

-‘Cause, my child, I want to hear your sweet… Sweet…

-“Sit” Breath.

-¡Muy bien!- sus padres le aplaudieron. Olvido sonrió feliz.

De repente, Amy comenzó a toser. Era una tos profunda, producto, sin duda, de sus problemas de garganta. Se llevó una mano a la boca. Su niña la miraba en sus brazos con curiosidad.

-Tobías, déjalo, me duele la garganta.-la tos había cesado, aunque su voz sonaba quebrada.

-Está bien.

La movió un poco, enfocando hacia la pared, intentando apagarla. Antes de cortarse el vídeo, pudo llegar a escucharse la voz, de nuevo, de la pequeña Olvido:

-Adió.

Después, sólo había barras gruesas de colores, que emanaban un chirrido enervante, durante el resto del vídeo.

Y pensar que aquella niña regordeta de mejillas rosaditas ya no podría volver a ver a su madre, volver a escucharla hablar, cantar, respirar. Y pensar que aquel marido al que ni siquiera se le veía la cara no volvería a captar nunca más la imagen de su bella y frágil mujer. Sus ojos grises, su piel pálida, su pelo negro como la más absoluta oscuridad nunca más volverían a ver la claridad del día. Era una realidad tan cruel. Quise evadirme, darme un respiro, no volver a pensar en Amy. Y sabía cuál era el lugar indicado.

Capitulo III [Narrado por Heikki]

sábado, 30 de enero de 2010

Me levanté a las 11:00 de la mañana, tenía la mañana libre, asique decidí ir a la piscina municipal a nadar, el único deporte que practicaba y que disfrutaba haciéndolo, había sido campeón varias veces en estilo mariposa y braza cuando era niño y nunca había parado de entrenar. Desayuné, me puse un chándal y salí a despejar mi cabeza y a intentar relajarme, el día anterior había tenido demasiadas sorpresas como para asimilarlas todas de una vez. Cuando llegué no había casi nadie, todo estaba tranquilo, entré en el vestuario en el que había dos ancianos de una edad no muy avanzada que debían de venir a algún curso para la tercera edad, parecía que estaban discutiendo sobre algo pero no hice caso y me comencé a cambiar.

Al acabar, me dirigí a la ducha al otro lado se podía oír a los viejecitos y escuchaba perfectamente lo que estaban hablando:

-¡A dónde vamos ir a parar!- soltó uno de ellos que llevaba unas bermudas rojas-la gente ahora está loca, en nuestros tiempos no pasaban estas cosas.

-Y que lo digas-respondió el otro lucía un slip como si tuviera dieciséis años mientras me dirigía una mirada inquisitiva-los jóvenes de hoy en día ya no tiene respeto por nada, han perdido muchos valores, ni siquiera van a misa.

-Lo que me pregunto es porqué un crimen así solo salió en el periódico y no en el telediario.

-Pues no sé, la verdad es que es demasiado extraño- respondió el segundo haciéndose el detective- Dicen que en Buño ha causado mucha expectación y que el ayuntamiento ha tenido que dejarlo en manos de la diputación.

¡¿Buño?! ¡No podía ser! Como había llegado esa información a un periódico si los únicos informados del suceso eran la familia, la policía y algunos vecinos de Buño que habían prometido no decir nada para respetar la voluntad de la familia. Quizás alguno se había ido de la lengua y le estaba filtrando información a la prensa.

-Está todo bajo secreto de sumario hasta que la policía resuelva el caso-comentó el primero-Que pena… una chica tan joven, en la flor de la vida, asesinada de esa manera.

-Primero al asfixiaron con un pañuelo por la garganta y luego la descuartizaron con al parecer una moto sierra…

Dejé a aquellos hombres charlando sobre la información del caso que supuestamente solo conocía la policía y me dirigí al agua para deshacerme por un momento de aquel caso que parecía perseguirme por todos los sitios.

Salté con ímpetu desde el trampolín mientras bajaba a gran velocidad sentía como mi alma se liberaba de mi cuerpo y se hundía en el agua creando un nuevo vínculo y reforzando el antiguo, era como un soplo de aire fresco en medio del desierto, sentía un relax y un placer al mismo tiempo que me puso la piel de gallina, comencé a mover los brazos y las piernas al unísono mientras ponía la mente en blanco. Hice unos 3.000 metros luego entré en el baño turco donde casi me quedo dormido. Salí de allí medio mareado de tanto tragar vapor de agua, pasé de nuevo al lado de la piscina en dirección, mientras caminaba miraba la gente que nadaba de un lado al otro de la piscina, estaba distraído cuando de repente choqué con alguien acto seguido resbalé y caí de cabeza al agua.

Salí rápidamente a la superficie para ver quién había sido el artífice de mi caída y me encontré la mano de una mujer ofreciéndome ayuda:

-¿Te encuentras bien?-preguntó una voz.

Yo alcé la vista y le mire al rostro a la muchacha, era una de las monitoras, tenía el pelo largo y negro, era guapísima y en su cara sobresalían unos llamativos ojos azules, sus labios encarnados completaban aquella celestial figura con una sonrisa; sus senos grandes y enhiestos se marcaban con el bañador.

-S…si-titubeé

-Tienes que perdonarme, no estaba mirando hacia delante.

-No, perdóname tú también yo tampoco iba atento. Me llamo Heikki, encantado de conocerte.

-Yo soy Aldara, encantada.-dijo mientras me tendía la mano, una mano delicada y blanca pero al mismo tiempo firme y segura.

Yo se la estreché y creo que me puse colorado, pero intenté disimularlo diciendo:

-Que calor hace aquí…

-¿De verdad tienes calor? Estamos a 18 grados… -Dicho esto se echó a reír.

Yo la imité.

-Bueno tengo que irme el deber me reclama, hasta otra.

-Yo también, hasta pronto.

Tan pronto dije eso di media vuelta, rojo como un tomate, y me volví a los vestuarios.

Al salir de la piscina me fui a la comisaría, allí pregunté a un policía por Sabela que me informó de que aun no había venido, asique decidí ir a esperarla a su despacho.
Las paredes rojas estaban cubiertas de posters de grupos de metal y rock, me fijé en uno en el que aparecía un ovni y ponía “Quiero creer” y que recordaba a Expedientes X, supuse que sería por eso. Me apoyé en su mesa a esperar mientras ojeaba algunos de los dibujos hechos ,seguramente, por Sabela. Unos 10 minutos después entró ella con cara de ajetreada.
,
-¿Qué haces en mi despacho?-preguntó

-Esperando por la señorita a la que le dio por llegar tarde al trabajo. ¿Dónde estabas?-dije mientras bajaba de la mesa.

-Estaba atendiendo a unos asuntos personales.

-¿Asuntos personales?-pregunté Heikki, con curiosidad.

-No es de tu incumbencia, así que cierra el pico.

-Aún por encima de que tardas.-mientras decía esto, me volví a sentar en su mesa.

Con una de mis manos palpé algo redondo similar a una pelota pero muy dura. La miré, para descubrir qué estaba tocando, y vi una calavera humana, del susto le di un golpe con la mano, tirándola al suelo. En el instante antes de que chocara contra el suelo, Sabela logró cogerla ágilmente.
-¿Eres idiota? ¡Casi la rompes!-gritó

-Una…una calavera…-tartamudeé.

-¡Es de cerámica! ¿Tú crees que guardaría mis bolis en un cráneo humano de verdad?

Callé durante un momento esperando a que se le pasara el enfado pero al poco tiempo comencé ha hablar de nuevo:
-¿Tienes la autopsia de Julia?

-Sí, la tengo.-me confirmó
Abrió un cajón de, en el que había una pegatina de un gatito. Comenzó a rebuscar.

-Aquí está.-clamó

-¡A ver, a ver!-dije impaciente.

-Tampoco te pongas así, hombre, que solo es un informe.

-Es que nunca había visto el de una autopsia.-comencé a ojearlo entonces, curioso. Aunque había palabras de médicos que no entendía pude comprender el informe:

“…La hora de la muerte fue entre las 7 y las 9 de la tarde de ayer, según revela la temperatura de su hígado. Los brazos y las piernas le fueron arrancados brutalmente, probablemente con una sierra eléctrica…”

-¿Descubriste algo sobre el gimnasio?-preguntó Sabela.

-Eh…sí, sí. Estaba apuntada en uno que está en las afueras, “Strong Bodies” se llama.

-Entonces vamos. Te llevo yo… Porque tendrás un casco, ¿no?

-Un… ¿casco?

-No querrás ir a pie, supongo.
Luego me llevó a una tienda de motos. Allí compramos el casco, el que primero me llamó la atención fue uno que tenía un Basset Hound retratado.
-¡Se parece a Cuca!-exclamé.

-¿Cuca?

-Mi perra; una basset hound. Es tan mona.

-Es que yo soy más de gatos, gracias.-dijo, riéndose-¿Quieres ese? Venga, te lo regalo.

-R… ¿Regalo? No tienes por qué, de verdad.-dije sorprendido, era la primera vez desde que era mayor de edad que alguien me regalaba algo.

-No me digas lo que tengo que hacer, anda.

Desconcertado y por no llevarle la contraria a la iracunda Sabela dejé que me regalara aquel bonito casco.

-Cada vez que vengas en mi moto, lo llevas, que no te pienso comprar otro.

-Gracias, de verdad. Si pudiese darte algo a cambio…

-Con tal de que no vuelvas a entrar en mi despacho, me doy por satisfecha.-respondió

-¡Hecho!-dije sonriente.

Salimos entonces de la tienda y volvimos al exterior de la comisaría, donde Sabela tenía aparcada su moto. Lo que no sabía ella era que le tenía pánico a las motos.

-Sube.-me ordenó a la vez que se montaba en ella.

-Es que no me gustan las motos.

-¡Venga! Acabo de regalarte un casco. Pudiste habérmelo dicho antes.-dijo indignada.
Como no me quedaba otra suspiré y me monté de mala gana.
-Iré despacio, verás cómo no es nada.

Dicho esto, arrancó. Llegamos un poco más tarde de lo previsto, pero por lo menos Sabela no había ido demasiado rápido. El gimnasio parecía bastante pequeño visto desde fuera, y encima de la puerta tenía un cartel luminoso en el que figuraba el nombre.
¡Por fin hemos llegado¡-exclamé

-Parece un puticlub.-comentó Sabela.

Entramos sin más preámbulos. Montones de tíos cachas y mujeres forzudas se dejaban el alma ejecutando sus duros ejercicios y un desagradable olor a sudor cargaba el ambiente ; también había un grupito de personas gorditas, en las cintas de correr y en las bicicletas, intentando bajar de peso. Y se veía a un grupo de mujeres, ya entradas en carnes, sentadas en estirillas haciendo yoga y ejercicios de relajación.

-¿Y ahora cómo sabemos quién es el hermano de la víctima?-pregunté.

-Fácil.-dicho esto, Sabela cogió aire y comenzó a gritar:- ¿Alguno de ustedes es el hermano de Julia Figueroa? Julia Figueroa, ¿alguien la conoce?

Sorprendido por aquel ridículo comencé a ponerme colorado por la vergüenza. De repente, un hombre, en muy buena forma, rubio con los ojos verdes, se acercó a nosotros.

-Soy yo.-dijo.- Samuel Figueroa Martínez.

-Somos Sabela Suárez y Heikki Waltari,- respondió Sabela.- de la policía. Queremos hacerle unas preguntas acerca del asesinato de su hermana.

-¿Saben algo ya de ese bastardo? ¡Juro que como lo pille…!

Sin llegar a terminar la frase, le propinó un puñetazo fortísimo a una columna del gimnasio, haciéndola retumbar en el acto. Todos los que nos encontrábamos allí, nos quedamos perplejos.

-Esta visita comienza a ser bastante surrealista.-le susurré a Sabela.

-Y que lo digas.-respondió.

La cara de Samuel enrojecía, y estaba a punto de volver a golpear la columna, pero Sabela lo interrumpió intentando tranquilizarle:

-Lo pillaremos nosotros, no se preocupe. Ahora, nos gustaría que nos respondiese a unas preguntas.

-De acuerdo.

Parecía que se había calmado algo.

-¿Qué relación guardaban usted y su hermana?-comenzó Sabela el interrogatorio.

-Nos llevábamos muy bien. Veníamos todos los días al gimnasio juntos. Yo le ayudaba a estirar los tríceps, sus delicados pero definidos tríceps, y ella me ayudaba con los deltoides. Todavía añoro esos momentos.

Estaba bastante obsesionado con sus músculos, hasta el punto de ser desesperante.

-¿Había alguien que quisiera hacerle daño?-pregunté.

-En absoluto. Ella era una pianista muy respetada. Obtuvo un Grammy y todo. La adorábamos. En sus actuaciones, todos aplaudían, y yo lo hacía tan fuerte que mis bíceps temblaban. Hasta era amiga de la mismísima Amy Cargill, que en paz descanse.

-¿Amy Cargill? ¿Quién es esa?-dije.

-¡Mira que no saber quién es Amy Cargill!-bramó Samuel.- ¡Ignorante! Era una pianista excepcional, la mejor de todos los tiempos. Murió hace dos años, aquejada de una enfermedad muy grave. Mi hermana era una gran fan, además de una de sus mejores amigas. Yo también era fan suyo. Esa mujer hacía mover un músculo muy especial de mi cuerpo.

-¿El corazón?-pregunté sin pensar en que el hombre era salido.

-No precisamente.-contestó Sabela.

Acabé comprendiendo las fantasías de aquel individuo e hice una mueca de asco.

-¿Tenía pareja estable?-preguntó mi compañera.

-No, no la tenía. Estaba perdidamente enamorada de su cuerpo y su piano; no necesitaba a nadie más.

-¿Qué hizo usted anteayer a las 7 de la tarde?-proseguí.

-¿¡Creen que yo la maté!?-Samuel comenzaba a alterarse de nuevo.-¡¡No podría hacer algo semejante!!

-Son preguntas rutinarias, señor Figueroa. No le estamos culpando de nada.-dije calmadamente.

-Todos los días a las 7 de la tarde me dispongo a hacer abdominales durante media hora, y flexiones la otra media. No me moví del gimnasio hasta las 10, como siempre.

-¿Le dice algo la mansión de las Castro, en Buño?-interrogó Sabela.

-¿Buño? ¿Qué es eso?

Se notaba que aquel hombre no ejercitaba mucho su cerebro a diferencia de sus otros músculos.

-Déjelo entonces.-dijo Sabela dándose por vencía

-¿Y qué me dice de la frase “Abyssus abyssum invocat”?-pregunté.

Samuel levantó la vista, como si hubiera revivido algo.

-Me suena.-contestó.

Siguió pensando, y este acto le llevó a comenzar a tararear una canción entre dientes, vagamente. Sabela yo nos miramos, diciéndonos uno al otro con los ojos: “Este tío quiere tomarnos el pelo”. Cerró los ojos como si tuviera migrañas y se llevó una mano a la cabeza como si estuviera buscando en su memoria.

-No recuerdo… de qué… pero me suena.

-Antes de irnos, señor Figueroa, me gustaría hacerle una última pregunta.-dijo Sabela.- ¿Su hermana había ido a algún tipo de cena el día en que fue asesinada?

-Sí, sí que fue. Acababa de sacar su nuevo disco “Diamonds”, y su equipo y ella decidieron hacer una fiesta, por los éxitos futuros. No asistí, pues esas cosas engordan, ya sabe, pero parece ser que había de todo: empanadas de todas las clases, tortillas, churrasco… En fin, un paraíso de calorías.

-Gracias por su colaboración. Si recuerda algo más no dude en llamarnos-concluyó cortésmente.

Acto seguido, salimos del gimnasio, un poco aturdidos.

-¡Vaya espécimen!-exclamé.- Pensé que personas así sólo existían en los dibujos animados.

-Dudo que fuese él.-afirmó Sabela, con tono seguro.

-¿Por? Recuerda que no se debe excluir a nadie sin estar tremendamente seguros.

-¡Oh, vamos! ¿Es que no lo has visto? Se preocupa más de sus músculos que de su hermana, contando que ni sabe dónde está Buño.

-Podría estarnos mintiendo.

-El asesino al que no enfrentamos es tremendamente meticuloso, Heikki. Meticuloso y sádico. Una persona de ese calibre no es tan transparente. Aunque tienes razón, será mejor no precipitarse.

Nos volvimos a la comisaría de nuevo en su moto, allí me dejo Sabela y luego se marchó. Entré en la comisaría y para recoger los archivos del caso, de camino a mi despacho me encontré con Elena que se disponía ha marchar.

-¿Donde te has metido hoy chiquillo? No se te ha visto el pelo en todo el día.

-Es que tenía la mañana libre y tuve que hacer un interrogatorio durante toda la tarde.

-Ha pues ha venido una chica muy guapa preguntando por ti. Estas hecho todo un rompecorazones ¿eh?- dijo mientras me guiñaba un ojo.

-¿Una chica? ¿Y que quería?- pregunté intrigado.

-Pues que te habías dejado olvidada la cartera en la piscina. ¡Eres un desastre! Aquí tienes anda.

Dicho esto me despedí y cogí la cartera. Seguramente había sido la chica con la que había chocado, que atenta había sido al molestarse en traerme la cartera. Seguí andando hasta el despacho cogí mi maletín y el diario que habíamos encontrado y decidí parar en una pizzería cercana para cenar, luego cansado me dirigí a mi piso subí le heche de comer a Cuca que me esperaba hambrienta, me duché y me tumbé en la cama mientras sonaba la canción de “Vivi nell aria” de Gabry Ponte. Así me quede enfrascado en mis sueños.

Capítulo III (narrado por Sabela)

jueves, 7 de enero de 2010

Me levanté temprano. Tendría que ir al trabajo, pero opté por ir primero al tanatorio, para liberarme de aquel intenso dolor cuanto antes. Intenté no vestirme demasiado llamativa, sobre todo para no asustar a la familia del niño. Me puse un pantalón negro, una camiseta negra de cuello de barco y una gargantilla preciosa negra, en la que colgaba una lágrima de cristal roja. Cogí un bolso de “Pesadilla antes de navidad”, en el que introduje mi cazadora negra con la calavera, pues era lo suficientemente grande, y me fui.

El tanatorio “Santa Gloria” estaba relativamente cerca de mi casa. Llegué allí montada en mi moto, la cual dejé aparcada un poco escondida, para que no le viese nadie. Dentro de él, el silencio que había era desolador. Las paredes estaban pintadas de blanco, pero la oscuridad de la estancia las convertía en grises. Solamente había unas 5 personas aproximadamente, sin contar a los padres, que eran una pareja que se encontraba sentada en una esquina, cogidos de la mano. El féretro de madera se encontraba al fondo. Al verlo, un escalofrío recorrió mi columna. Su madre, una mujer de unos 40 o 50 años, que tenía los ojos rojos de tanto llorar, se levantó al verme. Se acercó a donde yo estaba, seguida de su marido.

-¿Es usted la chica de la fundación que cuidaba de mi niño?-preguntó.

-Sí, soy yo.

Al haberme identificado, me abrazó con fuerza. No me esperaba aquella reacción; aún así, yo también la abracé. Escuchaba su llanto en mi oído, sus sollozos desesperados, y sus lágrimas caían en mi hombro descubierto, lágrimas que escondían en su interior los pedazos palpitantes del corazón de una madre destrozada.

-Gracias por todo, gracias, gracias.-susurraba.

-Lleva toda la mañana preguntando por usted.-dijo el padre, con la voz apagada.- Le agradecemos enormemente que haya ayudado a mi hijo a pasar mejor los días, a estar más feliz.

-Eso intento, señor.-respondí.

-Venga a verlo.-me ordenó su madre, que se había separado de mí súbitamente y me agarraba por el brazo.

La seguí. Por una parte quería hacerlo, para darle su último adiós, pero por otra no soportaría ver su cuerpo muerto. Demasiado tarde. Ya me encontraba delante del ataúd. Tragué saliva y me atreví a mirar su interior. Allí estaba, el pequeño Damián, vestido con un traje negro y una camisa blanca. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, los ojitos dulcemente cerrados. Parecía un ángel. Un ángel que en aquel momento subía hacia el Cielo. Estaba idéntico a la última vez que lo había visto; su cadáver no se encontraba podrido ni amarillento. Era como si estuviese simplemente dormido y pudiese despertarse en cualquier momento. Me incliné hacia él y lo besé en la frente. ¡Qué fría estaba! Un par de lágrimas se deslizaron desde el centro de mis ojos, cayendo como lluvia en su rostro álgido. Rápidamente me erguí, intentando parecer lo menos afectada posible, sobre todo para no preocupar a su madre, que cruzaba las manos, como si estuviese rezando, y me miraba fijamente, inclinando la cabeza.

-Lo siento muchísimo, señora.-le dije, dándome la vuelta para colocarme de espaldas al féretro.

Ella simplemente asintió, agarrándose con fuerza al brazo de su marido. Me dispuse a marcharme cuanto antes de allí, cuando vi que Fanny entraba, con un abrigo negro y un sobrero del mismo color con un velo sobre los ojos. Me aproximé a ella.

-¿Fanny? ¿Qué haces aquí?

-Bueno, pensé en pasarme a darles el pésame a los padres en nombre de la fundación, pero veo que te me adelantaste.

Guardamos silencio un momento, mirando hacia el ataúd. Supongo que las dos nos sentíamos incómodas en aquel lugar, rodeadas de gente desconocida. Agradecí en mi interior las muestras de afecto de los padres de Damián, pero la sensación de opresión que me invadía en aquella sala era insoportable.

-Por cierto,-dijo Fanny.- ¿pudiste echarle un vistazo al expediente de Olvido?

-Sí. Parece ser que nació bastante por debajo del peso medio de un recién nacido, y que durante toda su vida padeció problemas pulmonares. Fue ingresada en el hospital un par de veces cuando tenía 2 meses, aquejada de apnea, aunque todo se quedó en un susto y la mandaron para casa a los pocos días. A los 7 años de edad, hace apenas unos meses, le diagnosticaron un cáncer de pulmón. No se le administró la quimioterapia hasta que comenzó la metástasis y las posibilidades de curación eran mínimas, a pesar de haber diagnosticado el problema a tiempo. Ahora se encuentra ingresada en un hospital de aquí de Coruña: el “Hospital Santa Teresa”. Habitación 358.

-¡Vaya! Veo que te has hecho los deberes, cielo.

-¿Lo dudabas?

-Me alegro de que seas tan eficiente.

-Lo que me pregunto-dije, arqueando una ceja.- es por qué no se le administró el medicamento antes. En estos momentos podría estar curada.

-A mí que me registren, encanto,-respondió ella, levantando las manos, dando a indicar que no sabía nada del tema.- no he mediado palabra ni con ella, ni con sus médicos, ni con su padre. Tendrás que preguntarles.

-Necesito verla cuanto antes.

-Sabela, Sabela… Para el carro, ¿quieres? Comprendo que tengas curiosidad por saber más sobre esa niña, pero las normas son las normas.

-¿No podrías adelantar el final de la semana de duelo un par de días?

Fanny giró la cabeza, dándome a entender que no quería hacerme el favor. Insistí.

-A los padres de Damián no les importará; saben que tengo que ayudar a más niños como su hijo, y dudo que quieran que muera esa criatura.

-Es que no puedo, Sabela, en serio.

-Tú misma lo dijiste:-comenzaba a ponerme nerviosa.- Olvido podría pillar una depresión. ¡Necesito verla! ¿No lo entiendes? Podría angustiarse tanto que eso empeoraría su enfermedad.-me movía continuamente para poder alcanzar los ojos de Fanny, que me apartaba la cara.- ¿No puedes hacer la vista gorda por una maldita vez?

-Está bien,-cedió al fin.- veré si puedes saltarte la semana de duelo. Conste que lo hago porque es un caso especial, que no sirva de precedente. ¿Entendido?

En un arrebato de euforia, la abracé con fuerza, en medio de toda la apesadumbrada gente que se encontraba en el tanatorio. Intenté fingir que estaba llorando, para no llamar la atención, mientras susurraba:

-Gracias, Fanny, gracias, gracias.

-No hagas que me arrepienta.

-Descuida.

Inmediatamente después, me fui de allí y me encaminé al trabajo. Al llegar, Heikki me esperaba en mi despachito. No era muy grande, pero me servía para hacer allí mis investigaciones. Tenía las paredes pintadas de rojo, llenas de posters de grupos de metal y rock: Evanescence, Within Temptation, Avantasia, HIM… además de uno en el que aparecía un ovni y ponía “Quiero creer”, en homenaje a Expedientes X, una de mis series favoritas. Encima de la mesa había bastantes papeles esparcidos, la mayoría de ellos con dibujos hechos por mí, una calavera de cerámica que me servía para colocar mis bolígrafos en las cuencas de sus ojos, y una muñeca de Sally, de la película “Pesadilla antes de Navidad” que movía la cabecita hacia los lados cada vez que le daba el sol; aunque en aquella estancia apenas entraba el sol, sino que la penumbra la envolvía durante todo el día, y la única fuente de luz que había en ella era una lámpara de flexo que estaba encima de uno de los cajones en los que se amontonaban los archivos de las autopsias, hechas o no por mí, sin orden alguno.

-¿Qué haces en mi despacho?

-Esperando por la señorita a la que le dio por llegar tarde al trabajo. ¿Dónde estabas?

-Estaba atendiendo a unos asuntos personales.

-¿Asuntos personales?-preguntó Heikki, con curiosidad.

-No es de tu incumbencia, así que cierra el pico.

-Aún por encima de que tardas.-mientras decía esto, se sentó en mi mesa.

Con una de sus manos, inconscientemente, palpó la calavera. La miró, para descubrir qué estaba tocando, y comenzó a gritar, tirándola al suelo. Corrí para impedir que cayese, y afortunadamente pude cogerla antes de que tocase el parqué.

-¿Eres idiota? ¡Casi la rompes!

-Una…una calavera…-tartamudeó.

-¡Es de cerámica! ¿Tú crees que guardaría mis bolis en un cráneo humano de verdad?

Enmudeció, seguramente algo asustado por mi cabreo. Aunque no tardó demasiado en volver a hablar:

-¿Tienes la autopsia de Julia?

-Sí, la tengo.

Abrí uno de mis cajones predilectos, en que había una pegatina de un gatito. Comencé a rebuscar. Carmen Iglesias, Eduardo Pacheco, Dylan Thomas Parker, Yma Llirac, Tamara González… ¡Julia Figueroa!

-Aquí está.-clamé.

-¡A ver, a ver!

-Tampoco te pongas así, hombre, que solo es un informe.

-Es que nunca había visto el de una autopsia.-comenzó a ojearlo entonces, curioso. Dudo que entendiese todas las palabras de la jerga médica que había en él.

-¿Descubriste algo sobre el gimnasio?-pregunté, haciéndolo separarse de su ensoñación.

-Eh…sí, sí. Estaba apuntada en uno que está en las afueras, “Strong Bodies” se llama.

-Entonces vamos. Te llevo yo… Porque tendrás un casco, ¿no?

-Un… ¿casco?

-No querrás ir a pie, supongo.

Menos mal que, cerca de la comisaría había una tienda de motos. Pudimos ir a pie y comprar un casco. En el que primero se fijó fue en uno que tenía dibujado un perro de caza.

-¡Se parece a Cuca!-exclamó.

-¿Cuca?

-Mi perra; una basset hound. Es tan mona.

-Es que yo soy más de gatos, gracias.-dije, riéndome. Al ver que Heikki estaba deslumbrado por la belleza del dibujo, le propuse:- ¿Quieres ese? Venga, te lo regalo.

-R… ¿Regalo? No tienes por qué, de verdad.

-No me digas lo que tengo que hacer, anda.

Todavía no llego a comprender por qué lo hice; quizás era en agradecimiento por aguantarme, o porque la muerte de Damián me había ablandado el corazón, o quizás como premio por no llegar a romper mi calavera. Seguramente fue una mezcla de todo eso. Tampoco es que fuera muy caro, solamente 30€. Tras pagar, se lo entregué.

-Cada vez que vengas en mi moto, lo llevas, que no te pienso comprar otro.

-Gracias, de verdad. Si pudiese darte algo a cambio…

Puse una de mis manos en mi barbilla y me quedé un momento pensando en cómo podría compensarme.

-Con tal de que no vuelvas a entrar en mi despacho, me doy por satisfecha.-respondí.

-¡Hecho!

Salimos entonces de la tienda y volvimos al exterior de la comisaría, donde tenía aparcada mi moto. En cuanto Heikki la vio, se puso pálido.

-Sube.-le ordené, montándome en ella.

-Es que no me gustan las motos.

-¡Venga! Acabo de regalarte un casco. Pudiste habérmelo dicho antes.

Seguramente al verse comprometido, y al no querer perder aquel casco que acababa de agenciarse, suspiró y se montó detrás de mí.

-Iré despacio, verás cómo no es nada.

Dicho esto, arranqué. Llegamos un poco más tarde de lo previsto, pero por lo menos Heikki no se había quejado. El gimnasio parecía bastante pequeño visto desde fuera, y encima de la puerta tenía un cartel luminoso en el que figuraba el nombre.

-Parece un puticlub.-musité.

Entramos sin más interrupciones. Montones de tíos musculosos y mujeres forzudas ejecutaban ensimismados sus ejercicios, como si les fuese la vida en ello; aunque un par de personas rechonchas, acurrucadas en los rincones, intentaban bajar de peso. El olor del sudor se respiraba en el ambiente, y llegaba a ser insoportable. Había muchos aparatos extraños para hacer gimnasia, además de una esterilla para hacer yoga o estiramientos y algunas espalderas distribuidas por las paredes.

-¿Y ahora cómo sabemos quién es el hermano de la víctima?-preguntó Heikki.

-Fácil.-dicho esto, cogí aire y comencé a gritar:- ¿Alguno de ustedes es el hermano de Julia Figueroa? Julia Figueroa, ¿alguien la conoce?

El pobre Heikki comenzó a ponerse colorado por la vergüenza. De repente, un hombre, en muy buena forma, rubio con los ojos verdes, se acercó a nosotros.

-Soy yo.-dijo.- Samuel Figueroa Martínez.

-Somos Sabela Suárez y Heikki Waltari,-le respondí.- de la policía. Queremos hacerle unas preguntas acerca del asesinato de su hermana.

-¿Saben algo ya de ese bastardo? ¡Juro que como lo pille…!

Sin llegar a terminar la frase, le propinó un puñetazo fortísimo a una columna del gimnasio, haciéndola retumbar en el acto. Todos los que nos encontrábamos allí, nos quedamos perplejos.

-Esta visita comienza a ser bastante surrealista.-me susurró Heikki.

-Y que lo digas.-murmuré en respuesta.

Al ver que la cara de Samuel enrojecía, y estaba a punto de volver a golpear la columna, opté por decirle algo tranquilizador:

-Lo pillaremos nosotros, no se preocupe. Ahora, nos gustaría que nos respondiese a unas preguntas.

-De acuerdo.

Ya se le notaba un poco más calmado.

-¿Qué relación guardaban usted y su hermana?

-Nos llevábamos muy bien. Veníamos todos los días al gimnasio juntos. Yo le ayudaba a estirar los tríceps, sus delicados pero definidos tríceps, y ella me ayudaba con los deltoides. Todavía añoro esos momentos.

Parecía que no podía decir nada sin implicar a sus numerosos y desarrollados músculos.

-¿Había alguien que quisiera hacerle daño?-preguntó Heikki.

-En absoluto. Ella era una pianista muy respetada. Obtuvo un Grammy y todo. La adorábamos. En sus actuaciones, todos aplaudían, y yo lo hacía tan fuerte que mis bíceps temblaban. Hasta era amiga de la mismísima Amy Cargill, que en paz descanse.

Mi corazón comenzó a acelerarse de una manera asombrosa al escuchar otra vez ese nombre. Era como si estuviese destinada a ver la sombra de Amy en todos los sitios.

-¿Amy Cargill? ¿Quién es esa?-dijo Heikki.

-¡Mira que no saber quién es Amy Cargill!-bramó Samuel.- ¡Ignorante! Era una pianista excepcional, la mejor de todos los tiempos. Murió hace dos años, aquejada de una enfermedad muy grave. Mi hermana era una gran fan, además de una de sus mejores amigas. Yo también era fan suyo. Esa mujer hacía mover un músculo muy especial de mi cuerpo.

-¿El corazón?-preguntó él, inocente.

-No precisamente.-le contesté yo.

Acabó comprendiendo el meollo de la cuestión e hizo una mueca de asco.

-¿Tenía pareja estable?-pregunté.

-No, no la tenía. Estaba perdidamente enamorada de su cuerpo y su piano; no necesitaba a nadie más.

-¿Qué hizo usted anteayer a las 7 de la tarde?-prosiguió Heikki.

-¿¡Creen que yo la maté!?-Samuel comenzaba a alterarse de nuevo.-¡¡No podría hacer algo semejante!!

-Son preguntas rutinarias, señor Figueroa. No le estamos culpando de nada.

Aunque era un principiante, supo guardar la compostura en aquella ocasión.

-Todos los días a las 7 de la tarde me dispongo a hacer abdominales durante media hora, y flexiones la otra media. No me moví del gimnasio hasta las 10, como siempre.

-¿Le dice algo la mansión de las Castro, en Buño?-interrogué.

-¿Buño? ¿Qué es eso?

Había quedado demostrado que lo único que no había ejercitado aquel chaval era el cerebro.

-Déjelo entonces.-suspiré.

-¿Y qué me dice de la frase “Abyssus abyssum invocat”?

Samuel levantó la vista, como si estuviese intentando mirar sus propias entrañas.

-Me suena.-contestó.

Siguió pensando, y este acto le llevó a comenzar a tararear una canción entre dientes, vagamente. Heikki y yo nos miramos, diciéndonos uno al otro con los ojos: “Este tío quiere tomarnos el pelo”. Al ver que no era capaz de crear la conexión entre lo que cantaba y la frase, se llevó una mano a la cabeza y cerró los ojos, como si le doliese.

-No recuerdo… de qué… pero me suena.

-Antes de irnos, señor Figueroa, me gustaría hacerle una última pregunta.-dije.- ¿Su hermana había ido a algún tipo de cena el día en que fue asesinada?

-Sí, sí que fue. Acababa de sacar su nuevo disco “Diamonds”, y su equipo y ella decidieron hacer una fiesta, por los éxitos futuros. No asistí, pues esas cosas engordan, ya sabe, pero parece ser que había de todo: empanadas de todas las clases, tortillas, churrasco… En fin, un paraíso de calorías.

-Gracias por su colaboración. Si recuerda algo más no dude en llamarnos.

Acto seguido, salimos del gimnasio, un poco aturdidos.

-¡Vaya espécimen!-exclamó Heikki.- Pensé que personas así sólo existían en los dibujos animados.

-Dudo que fuese él.-afirmé, bastante convencida.

-¿Por? Recuerda que no se debe excluir a nadie sin estar tremendamente seguros.

-¡Oh, vamos! ¿Es que no lo has visto? Se preocupa más de sus músculos que de su hermana, contando que ni sabe dónde está Buño.

-Podría estarnos mintiendo.

-El asesino al que no enfrentamos es tremendamente meticuloso, Heikki. Meticuloso y sádico. Una persona de ese calibre no es tan transparente. Aunque tienes razón, será mejor no precipitarse.

Nos montamos en la moto y volvimos a la comisaría. Lo dejé allí a él y yo me dispuse a irme a casa. Al llegar, me tiré en la cama como si fuese un saco vacío, una muñeca a la que arrojan a la papelera. Me puse a pensar. El nombre de Amy Cargill estaba comenzando a salir bastantes veces en esta investigación. ¿Es que ella quería, desde el Cielo, el Infierno, o donde quiera que estuviese, que la ayudase? ¿Ayudarla a qué? Recordé que guardaba el ejemplar de una revista del corazón en el que hablaba de su muerte. No recuerdo muy bien por qué lo hice, pero sentí deseos de ojearla. En él, salía una foto de Amy en su último concierto, sonriendo enfrente del piano. Una buena imagen para recordarla. Lo leí.

El mundo de la música llora por la trágica pérdida de la artista ganadora de 9 Grammys, Amy Cargill.

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EL CIELO HA GANADO UN ÁNGEL
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A los 27 años de edad, Amy no pudo superar la batalla más dura de su vida contra la enfermedad que la había tenido durante mucho tiempo contra las cuerdas.

Hace varios meses, le habían diagnosticado un cáncer de páncreas. El día 29 de marzo, ingresaba en el CHUAC (Centro Hospitalario Universitario de A Coruña), para ser trasladada, pasados pocos días, a Houston, donde, según decía su marido, “la están atendiendo los mejores médicos de todos los Estados Unidos”. Hacía apenas un par de semanas que Amy había vuelto a España, a su casa, respaldada por el cariño de los suyos. Pudo sacar un nuevo disco, “Bittersweet tears”, el cual alcanzó un grandísimo éxito de ventas, con canciones que había compuesto en el hospital, mientras atravesaba el momento más duro de su vida. Estas canciones, todas simplemente ejecutadas con su majestuoso piano, reflejaban esa amargura, esa tristeza, esa incertidumbre por encontrarse en el limbo entre la vida y la muerte. Seguramente ella se temía lo que vendría después.

A las 4 de la madrugada del 13 de diciembre, en su domicilio de A Coruña, su corazón dejó de latir. Este incidente pasó apenas un día después de que la cantante diese una rueda de prensa tras lo que pasó a ser su último concierto, en el teatro del Liceo de Barcelona. “Si voy a morir, por lo menos que no se diga que no he luchado” decía, a punto de romper a llorar “Gocé durante toda mi vida del amor de los míos, hice todo lo que siempre quise hacer. Ahora, que pase lo que tenga que pasar”.

A las 4 y media, poco después de que la ambulancia llegase a la casa, una página web (todonoticias.com) informaba de la fatídica noticia. Desde ese momento, radios, televisiones y otros medios de comunicación se desplazaban al lugar de los hechos, donde pudieron captar las imágenes de la ambulancia que se llevaba el cuerpo.

Según Tobías Costa López, el marido de la víctima, quién nos lo narró con lágrimas en los ojos, los hechos acaecieron de la siguiente manera: “Estábamos todos durmiendo. Mi hija quiso despertar a Amy porque había tenido una pesadilla, pero no… No abría los ojos. Le tomé el pulso, estaba muerta, aunque todavía estaba caliente. Llamé a una ambulancia de inmediato. Quise reanimarla, pero… ya era demasiado tarde.” “Murió rodeada del cariño de su familia,” añadió”y eso es lo que ella habría querido”.

Existen, sin embargo, rumores de que Amy fue asesinada. Testigos presenciales afirman haber visto que tenía una mano con los dedos desgajados. Para desmentirlos, los abogados de la familia mandaron a todos los medios un comunicado, en el que decía que, efectivamente y sin duda alguna, confirmado por los forenses, Amy Cargill había muerto de cáncer. Se apunta, de todos modos, a que, como en el caso de Michael Jackson, se le pueda practicar una segunda autopsia.

El cuerpo de la apodada “Ángel de marfil”, se trasladó al tanatorio a las 6 de la madrugada. Poco después, los medios de comunicación pudieron ver cómo llegaban allí su marido y su hija. “Estoy muy apenado por la muerte de mi esposa” nos comentó Tobías “Todavía no puedo creerme que haya pasado esto. Que Dios esté contigo, mi amor”. Pocas horas después llegó José Álvarez, amigo íntimo de la pianista, quien, parece ser, fue informado por su hermana, Bethanie Cargill. El guitarrista no quiso hacer declaraciones, pero se le veía muy afectado por la noticia. La madre de Amy, viuda, llegó en un coche algo después, ataviada completamente de negro y con un pañuelo cubriendo sus ojos. “Confío en que descanse en paz ahora” afirmó.

Se instalará en una capilla ardiente en el cementerio de San Amaro, en A Coruña, para velar a la fallecida, durante dos días. Después lo trasladarán a Londres, su ciudad natal, para poder enterrarla en el famoso cementerio Highgate.

En las próximas páginas haremos un repaso por la vida y la carrera de una artista sensacional como lo era Amy Cargill.


Y toda esta parafernalia acompañada de fotos de la ambulancia y de la familia a todo color, como jactándose de poseer unas imágenes tan horribles. En una de ellas se podía distinguir a Olvido en brazos de su padre, aunque tenía la cara borrosa, pues no les está permitido a estas revistas mostrar la cara de los niños sin consentimiento. Me extrañaron aquellos rumores de que había sido asesinada, y de que le faltaban los dedos de una mano. No quise leer el resto del reportaje. No me veía capaz. Lo único que quise pensar es que, como bien decía su madre, ahora descasaba en paz. Aunque, ¿realmente existía tanta paz en su sueño eterno? Estuve toda la noche sin dormir, dándole vueltas a la cabeza, que todavía retenía aquella fotografía en la que aparecía la blanca sonrisa de Amy. Me pregunto a quién se la dedicaría.