Capítulo 4 [Narrado por Heikki]

martes, 18 de mayo de 2010

Desperté sobresaltado, una gota de sudor recorrió mi frente haciendo que me diera cuenta de que solo era una pesadilla, una macabra broma del destino, que jugaba a impedir que fuera feliz , una tortura que infundía miedo a mi corazón y fe a mi alma que me recordaba que no era más que un mortal en aquella vida que tan injusta había sido conmigo… Pero, a pesar de todo, parecía haber luz al final del túnel y el reencuentro después de tanto tiempo con mi hermano parecía ser la estrella polar que me indicaría el norte que debía seguir y que iluminaría mi camino, plagado de sombras y obstáculos, aunque tenía la esperanza de que llegaría el día en el gorrión correría tras el halcón.

Bajé los pies lentamente hasta sentir el frio tacto del suelo acosando mis pies, el reloj marcaba las 4:45, me senté sobre la cama aún adormilado para coger el vaso de agua de la mesita, al acabar de saciar mi sed sonó el busca, lo cogí intrigado, era un mensaje de Helena donde me detallaba de Verónica, la chica que entrara en la escena del crimen, y donde podíamos encontrarla para interrogar. Rápidamente cogí el móvil y llamé a Sabela.

-¿Sí?

-¿Estabas dormida?-Pregunté.

-No he logrado dormir en toda la noche. ¿Por?

-¿Tú tampoco?-Intentando que me contara algo de lo que me estaba ocultando.

-¿Qué querías?-dijo cambiando de tema.

-Helena me acaba de mandar un mensaje al busca. Verónica, ¿te acuerdas? La chavala que entró en la escena del crimen.

-Sí, me acuerdo. ¿Cómo no me voy a acordar?

-Ha vuelto a casa. Y parece ser que se aloja en la casa de la señora que nos alertó.

-¿Ha asumido la tutela?

-Ya tenía la tutela. E
s su abuela.

Comencé a cambiarme mientras sujetaba el teléfono entre la cabeza y el hombro.

-Curioso.-dijo.- ¿No crees que la nieta también vería algo?

-Eso es lo que quería que hiciésemos, preguntarle.

-Pero Heikki, son las 5 de la mañana.

-Por lo menos salimos de casa. Y podemos salir a dar un
paseo por Buño, que parece ser que es precioso.

-Está bien. ¿Dónde te recojo?

-En la comisaría. Tengo la casa a un paso.

-Ok, voy ahora.

Acabé de vestirme y me puse mi gabardina preferida que me recordaba a Sherlock Holmes y bajé corriendo a esperar a Sabela que aun tardó un rato en llegar.


-Por fin estás aquí.-grité.

-Chico, es que sólo a ti se te ocurre salir a las 5 de la mañana con una gabardina tan fina
.

-Pero… ¿mola o no?- dije entre risas.

-Anda, sube- me ordenó riéndose


Partimos entonces hacia Buño en la fría noche, mientras el frio aire del amanecer nos acariciaba la cara congelándonosla.

-¿Qué hacías, en vez de dormir?-pregunté


-¿Qué iba a hacer? Romperme la cabeza.

Llegamos al pueblo, Sabela aparcó al lado de un campo donde en el horizonte comenzaba a salir el sol perezoso siendo la única luz entre la oscuridad que lo engullía todo. Luego paseamos un poco por el bosque, hasta que llegamos a un monte que se encontr
aba en una gran elevación.

-¿Qué es ese monte que está ahí en lo alto?-pregunté.


-Se llama “Buenavista”, pero por aquí le llaman “Campo da Culpa”.-respondió, sin sacar las manos de los bolsillos, al igual que yo.

-Vaya nombre. ¿Crees que habrá alguna leyenda o algo chungo detrás?

-Probablemente. La verdad es que tiene toda la pinta.

Seguimos caminando hasta llegar ha la casa de las Castro, la majestuosa mansión firme y imponente, antigua y vieja, parecía poseer un aura que nos atraía hacia ella, como el néctar de las flores atrae a
las abejas, curiosas y exploradoras como nosotros , parecía estar pidiéndonos que desvelásemos el misterio que encerraba entre sus silenciosas y agrietadas paredes. Nos quedamos observándola la fachada de estilo modernista donde en una ventana colgaba un cartel que ponía “Se vende” y la puerta medio abierta parecía estar invitándonos a entrar. Sabela rompió el inquietante silencio.

-La verdad es que no encontramos los brazos de la víctima.-dijo.

-¿Sugieres que entremos?

-No sugerí nada, pero si te empeñas.

Empujó un poco la puerta, la cual estaba ya abierta, aunque con papeles puestos por la policía que impedían la entrada. Estaba todo completamente oscuro, tanto que no se podía distinguir dónde estábamos. Sabela sacó de su bolsillo un mechero.


-Con esto podremos guiarnos. ¿Tú no tienes ninguno?

-S…Sí, uno de propaganda de un bar.

-Valdrá.

Comenzamos a subir las viejas escaleras de madera que parecían que se iban a derrubar cada vez que dábamos un paso, mientras el miedo a lo misterioso y desconocido me invadía.

“Ñec”

-¿Qué ha sido eso?

-Tranquilo, fue es una escalera que crujió.

-¿Segura?

-S…Segurísima.

-Has titubeado.

-No he titubeado. Deja de decir chorradas.

-¿Y si el asesino sigue aquí?


-Sí, hombre, como en una peli de terror, no te jode. Está esperando para cogernos desprevenidos y…¡¡Ah!!

-¿Qué pasa, Sabela?


-Me han tocado… La muñeca…

-Fui yo. Es que me da un poco de yuy
u estar en este sitio.

-Vuelve a ponerme la mano encima y te arreo. ¿Entendido?

-Vale, vale.

Entramos en una habitación, la primera que vimos, a mano izquierda al terminar las escaleras. Allí encontramos las dos piernas y un brazo cortados en una esquina, con el suelo todo manchado de sangre.

-Ahí están.

-Joder, Sabela, qué puto asco. ¡Y qué olor! Creo que voy a vomitar…

-¿Pensabas que iba a oler a flores silvestres? Anda, respira hondo.

“Uf, uf, uf”

Avanzamos, intentando no volver a alumbrarlas con el mechero, aunque yo de un impulso, lo hice.

-Vámonos, esto no me gusta.


-No seas gallina. Falta el otro brazo. Seguramente ahora nos tiene preparada alguna sorpresita.

-¿S…Sorpresita?

-¿Por qué crees que lo ha aislado?

Entramos en otra habitación. Lo único que había en ella era un piano de madera, prácticamente destrozado por la carcoma. Encima de él había unos papeles, roídos por las ratas, las cuales todavía seguían con su trabajo, mirándonos con aquellos ojos negros y brillantes.

-Sabela, vámonos antes de que sea demasiado tarde.

-Tiene que estar cerca, Heikki, lo huelo.

-Yo también lo huelo, por eso vámonos. Además, esto está infe
stado de ratas.

-Tienes fuego, asústalas con él.

Fue en la habitación contigua
donde lo encontramos, junto a un charco de vómito donde se podía apreciar sangre.


-Esto es vómito. Parece llevar aquí años.-dijo Sabela.

-La madre que me parió.

-Dudo que sea del asesino. No creo que le hiciese mucho asco todo esto, sino no lo habría hecho. A él lo que le causa es placer.


-¿Y de quién es?

-Deberíamos llevar una muestra al laboratorio; podríamos sacar el ADN de la sangre.

Dicho esto se dio media vuelta y se quedó mirando fijamente el brazo amputado que permanecía tirado en el suelo como esperando a que alguien se dignara a recogerlo y darle sepultura. Le faltaban los dedos de la mano izquierda y no se veían tirados por ningún lado, ¿para querría el asesino llevarse los dedos de la mano de su victima? De repente levanté la vista, el rostro de Sabela reflejaba terror.

-¿Te pasa algo, Sabela? Estás pálida.

-No, estoy perfectamente. Ahora soy yo la que quiere largarse de aquí- contestó nerviosa.

-Pero mira. Le han quitado los dedos.

-Llamaremos ahora a la poli. Ahuecando.

Salimos de allí rápidamente. Sabela parecía haber visto al mismísimo demonio de lo pálida que estaba, yo moría de miedo. Ignoraba lo que le había provocado tanto terror, la verdad era que todo aquello, los dedos que le faltaban a la victima, el vómito, las extremidades esparcidas por la casa, aquello era algo más que un simple loco perturbado.


Seguimos paseando por Buño, intentando desviar nuestros pensamientos de aquella casa y todos los misterios que contenía. Llamamos a la policía en cuanto comenzó a hacerse de día, la cual llegó pronto para recoger los miembros, que creíamos desaparecidos, de la víctima para que sabela pudiese examinarlos. Cuando terminaron de hacerlo, ya eran las 7 y media, por lo que Sabela y y
o optamos por ir a casa de la señora que encontró el cuerpo, para poder hablar con Verónica.

Era una casa rústica de piedra ,
aunque estaba bien conservada se notaba que tenía por lo menos un siglo. Unas macetas en las que había plantadas unas hortensias daban un toque de color a la austera fachada. Golpeamos la puerta, pues no tenía instalado ningún timbre. “¡Xa vai!”. La voz de una señora. Escuchamos entonces unos pasos sordos que se dirigían a la entrada. Abrieron. Efectivamente, era la mujer que había descubierto el cadáver. Tendría aproximadamente 70 años, aunque se conservaba como si tuviese 50, posiblemente de joven habría sido modelo, su porte no era el de una mujer de aldea que trabaje en el campo, su cuerpo esbelto y delgado, las uñas pintadas y su vestimenta daban credibilidad a mi hipótesis. Lo que más llamaba la atención de su apariencia, sin embargo, eran sus ojos profundamente verdes.


-¿Desean algo?-preguntó, con un acento gallego bastante marcado.


-Somos Sabela Suárez y Heikki Waltari, de la policía.-respondí.

-Ya he hablado con la policía.-dijo, de malas maneras.

Seguramente estaba cansada de que estuviesen preguntándole una y otra vez sobre el horror que había visto.

-La verdad es que no queríamos hablar con usted, señora.-aclaró Sabela.- Queremos ver a su nieta Verónica.

En cuanto mencionó a la
chica, la ira de su rostro se convirtió en una gran preocupación. Abrió la boca, con intención de decirnos alguna excusa para no verla, pero Sabela pudo argumentar antes:

-Si no nos deja interrogarla, no tendremos más remedio que llevarla a la comisaría, y ninguno de nosotros quiere que pase, ¿no es cierto?

La señora no supo qué decir. Miró hacia los lados, como intentando buscar a su nieta en la niebla. Bajó entonces la cabeza.

-Síganme.

Nos condujo entonces por su largo pasillo, empapelado por una alfombra azul, hacia una habitación con la puerta de madera barnizada. El nombre “Verónica” estaba pintado en un cartel, adornado con mariposas de acuarela. Golpeó un par de veces la puerta sin llegar a obtener respuesta. La abrió sin más dilación.

La habitación era rosa, con las paredes coronadas de posters de películas de dibujos animados. Había una cómoda, en cuyos cajones se encontraría la ropa de la joven, y encima de ella había unas cuantas muñecas de porcelana, prácticamente destrozadas, y una fotografía. Seguramente había viv
ido en aquella casa desde pequeña. Quizás sus padres habían estado instalados allí. Verónica se encontraba sentada en la cama, acurrucada en una esquina, hecha una bolita, mirando fijamente un póster de “Alicia en el País de las Maravillas”. En cuanto percibió nuestra llegada, nos miró asustada y comenzó a gemir.

-Tranquila, cariño, son amigos míos. Vienen a hacerte unas preguntas.

Sabela se acercó a ella y sentó a su lado.

-¿Cómo estás, Verónica?-le preguntó.

La joven volvió a contemplar el póster.

-Quiero ser como Alicia.-dijo.- Alicia es bonita, es tan guapa…-comenzó entonces a tocarse la cara y a retorcerse las mejillas.- Es tan, tan, tan, tan, tan guapa…-entonces, y sin más previo aviso, se bajó de la cama y se arrastró como si fuese un gusano hacia mí, gritando:- Pero yo también lo so
y, ¿verdad? ¿Lo soy? ¿¡Lo soy!?- se agarró a mi pierna, sin dejar de mirarme a los ojos.- ¡Tengo que serlo! ¡Si no lo soy, me pisarán! ¡Dime que soy guapa! ¡¡Dime que soy guapa!!

Su última frase sonó con un tono casi amenazante. La situación me había pillado por sorpresa no sabía como actuar si apartarla o responderle, gracias a Dios la señora, que no se había ido de la habitación, agarró a Verónica por los hombros y la condujo a su cama de nuevo.

-Ya hemos hablado de esto.-le susurró.- Nadie es
más guapa que tú.

-Lo sabía.-mur
muraba ella.- Lo sabía.

-Mira, sabes que hubo un asesinato aquí al lado. ¿Recuerdas? ¿Viste algo?-preguntó Sabela

-Yo no vi nada, nada, nada, nada.-negó con la cabeza.

-¿Estabas con tu tía en casa aquel día?-pregunté.

-No… Sí… No…Sí… No sé…Bien- se me quedó mirando fijamente, con sus penetrantes ojos negros como si estuviera intentando leer mi pensamiento, luego esbozó una pequeña sonrisa de loca, pero en cuanto Sabela le hizo una pregunta, volvió a su expresión inicial.

-Vero, ¿quién está contigo en esta foto?

-Conmigo.-repitió.- Conmigo no hay nadie.

-No pasa nada porque me lo digas. No se lo voy a contar a nadie.

Comenzó entonces a hiperventilar. Vi que tenía las mejillas encarnadas y los ojos inyectados en sangre. Se aferró a aquella afirmación, como si fuese el cabello al que se aferraban entonces sus manos.

-¡Conmigo no hay nadie!-chilló.


La señora fue a socorrerla, pues parecía ahogarse. Giró la cabeza y cerró los ojos, como para no verla.


-¡Váyanse!-nos ordenó la anciana.

Obedecimos. No teníamos nada que hacer allí. Al salir, éramos nosotros los que estábamos sonrojados.

-Recuérdame que no volvamos a interrogar a alguien así, anda.-dije.

-No lo hice con mala intención, solo fue curiosidad.

-No es por ti, es por ella. Esta loca.

-No, si eso ya se nota.

Se hizo un momento el silencio, mientras volvimos a echar a caminar.

- Seguramente era la madre quién aparecía, o algo similar.-concluyó Sabela.

-Supongo.


Nos encaminamos hacia la moto. Ansiábamos escapar de aquel lugar.

-¿Quieres parar a comer por el camino?-pregunté- Hay cerca de aquí un restaurante que es para chuparse los dedos.

-¿El restaurante? ¡Qué dieta tan rara tienes!-dijo entre risas.

-No finjas que no me entendiste.-respondí irónicamente.

Después de comer, volvimos a Coruña. Un viaje extraño, muy extraño y desconcertante. Buscábamos despejar dudas y nos habíamos encontrado con más interrogantes. El frío se me clavaba en la cara como las flechas que martirizaron a San Sebastián Asaetado, el viento acariciaba mi piel, veloz, con sus suaves manos y la adrenalina se extendía por mi cuerpo haciendo inolvidable, aquel, mi primer viaje en moto.

Por fin llegamos, Sabela me dejó junto a la comisaría. Luego me dirigí corriendo hasta mi piso, di de comer a Cuca y me tumbé en el sillón. Cogí el móvil, miré el móvil de mi hermano, habían pasado cuatro días desde mi encuentro con él, tenía ganas de saber, de obtener respuestas, de rescatar los restos de los recuerdos del pasado y aferrarme a ellos como lo único que me quedaba en el mundo. Opté por pulsar el botón de llamada, una canción sonó de “ya-voy”: “Craving your heart , oh”

Era una voz de mujer la que la interpretaba, me resultaba familiar como si ya la hubiera escuchado antes, acompañada por un solo de guitarra, seguramente el guitarrista sería mi hermano.

-¿Diga?-la música cesó y sonó una voz masculina.

-¿Daniel? Soy yo, Heikki, tu hermano.

-¡Hola, Heikki! ¿Qué tal?

-Bien ¿y tu?

-Yo de maravilla-dijo entre risas- ¿te apetece queda hoy, y hablamos con más tranquilidad?

-De acuerdo, ¿a las 9, te viene bien? ¿En el restaurante que hay junto al paseo marítimo, “Mirador de San Pedro”?

-De acuerdo, allí te veo.

-Hasta luego.

Luego el silencio lo cubrió todo, dejándome asolas con mis pensamientos me dí un placentero baño de agua caliente y vestí mi traje nuevo. Cuando el reloj marcó las nueve monté en mi “Mini” y me dirigí al restaurante. Dejé el coche junto al estadio de Riazor y proseuí el trayecto a pie por le paseo marítimo.La luna reflejada en el mar se apoderó de la noche, una noche tan eterna y tan fugaz como mis recuerdos rotos, mis sueños imposibles y mis deseos truncados. A lo lejos , en la arena, un joven tiraba piedrecitas al mar.

¡Tuomas!-grité saludando con la mano.

El chico giró la bruscamente cabeza sorprendido y dirigió la mirada al lugar de donde provenían los gritos hasta que me vio y respondió moviendo la mano.

¡Heikki!

Después de saludar a Tuomas proseguí mi camino, en el restaurante esperaba Daniel, vestido con una cazadora chupa marrón y una camisa blanca. Había escogido una acogedora mesa para dos personas con unas vistas preciosas al mar. Un vino blanco, el Ribeiro, reinaba en la mesa junto a dos copas vacías, la decoración era minimalista pero con una explosión de color.

-Buenas noches-saludó mi hermano.

-Hola- dije a la vez que me sentaba- ¿Te gusta el local?

-Si, has hecho una buena elección.

Daniel pidió - Arroz con Lubrigante y yo “Composición de Merluza y Pulpo en Red de Verduritas y Patatas Confitadas”

-Heikki, tengo que contarte algo-dijo muy serio.

-Dime.

-La verdad, es que no he llevado una vida muy correcta durante estos años, después de que nos separan me junté con malas compañías y acabé cayendo en las redes de la droga, estaba totalmente enganchado a esa mierda… Tenía 20 años cuando conocí a una chica que cantaba en un grupo, Amy se llamaba…

Amy, donde había oído yo ese nombre…-pensé

-Me ofreció trabajo de guitarrista, la verdad es que siempre se me dio bien tocar, se preocupó mucho por mí y me sacó de ese mundo. Acabé perdidamente enamorado de ella y me correspondía… Lo malo, tenía novio un tal Tobías, se casó y el grupo se desintegró la ultima vez que la ví nos besamos y me dio esto-dijo mostrando un collar de la mano que tenía la forma de una clave de sol- no la volví a ver más, solo sé que se convirtió en una pianista de éxito, también recibí la amarga noticia de que había muerto de cáncer. Cuanto lloré junto a su tumba.

Un silencio se hizo en la estancia, nos cruzamos las miradas, la de Daniel reflejaba melancolía y tristeza. Sus palabras volvieron a resonar en mis oídos, cansadas y pesadumbrosas.

-Volví a recaer, pero esta vez me metí de lleno hasta tal punto de estar al servicio del narco más poderoso de la Costa da Morte, Xulio Pombo, no lo puedo dejar o me sentenciará a muerte, ahora que eres policía necesito tu ayuda.

Miré a mi hermano, sus ojos llenos de arrepentimiento, dolor y miedo pedían ayuda desesperadamente, me partía el alma verlo en aquella situación.

-¡Nunca dejaré que eso ocurra, me oyes!- le dije agarrándolo por los hombros y lo abracé- Te sacaré de esa jodida mierda cueste lo que cueste. No te pienso volver a perder ahora que te e encontrado después de tanto tiempo, eres lo único que me queda.

Volví casa, la cabeza me daba vueltas, parecía como si una ola gigante me hubiera engullido y revuelto como a un trozo de madera, me sentía como un naufrago a la deriva en medio del océano Pacífico, me tumbé en la cama y me sumergí en un mundo de sueños, aquellos que veía tan lejanos.

Capítulo V (narrado por Sabela)

domingo, 16 de mayo de 2010


Luces bermejas como la sangre. El resto solo era oscuridad. Gárgolas de cartón piedra, con aspecto amenazante, se apiñaban en las paredes, advirtiéndonos que aquel no era un buen lugar. “Our Solemn Hour” de Within Temptation sonaba en el ambiente, cargándolo de misterio y convirtiendo aquel en un lugar más inquietante todavía. Las frases en latín que salían de los labios de la cantante, despedidas con ira, parecían introducirse en mis oídos, haciendo que una extraña sensación se asentase en mi mente. Supuse que aquel sería el miedo. Mujeres melancólicas, ataviadas con vestidos y corsés, y hombres siniestros y un tanto inquietantes vagaban como almas en pena por la estancia. Y yo era una de ellas.



Me senté en una silla enfrente a la barra, con cuidado de no arrugar demasiado mi falda negra. Se acercó a mí la atractiva Diana, camarera del garito, y clavó en mí sus lentillas rojas, apoyando sus pechos embutidos en una camiseta de cuero en el mostrador, como si fuese una sensual vampiresa.

-¿Qué te pongo, cielo?-preguntó, con aquella voz grave que la caracterizaba.

-Lo de siempre.-respondí, sonriendo forzadamente.

Miré fijamente cómo se alejaba para preparar mi bebida. Giré la cabeza un instante y vi a mi lado a un chico aproximadamente de mi misma edad bebiendo una copa de vino tinto. Tenía el pelo rubio, más o menos por la cintura, la piel pálida y los ojos blanquecinos; supuse que serían lentillas, al igual que las de Diana. Me miró, nos miramos. Al ver que tenía algo de interés en él, se acercó lentamente a mí, hasta el punto de llegar a escuchar su respiración en medio del barullo que había en el local.

-Hola guapa.-dijo, sin más rodeos.

-Hola guapo.

-Te noto muy pensativa, ¿te pasa algo?

-No, solamente estaba dándole vueltas a lo efímera que es la existencia humana.

Era cierto, el asunto de Amy me había hecho pensar en ello.

-Estoy de acuerdo contigo.-respondió.

Me di la vuelta, para poder verle con mayor claridad. Sabíamos que ambos estábamos allí por lo mismo: Pillar. ¿De qué serviría demorar lo evidente? Me agarré a su cuello y se lo mordí, dejando que él me acariciase las caderas. De repente, estando abrazada a él, abrí los ojos a su espalda y lo que vi se me quedó eternamente gravado. Un hombre. Estaba sentado detrás de la barra, en una de las mesas. Sus ojos profundamente verdes parecían querer atraparme en su interior, ahogarme sin piedad. Mechones de su cabello oscuro caían sobre sus hombros como fuentes de agua turbia. Emanaban grácilmente humo sus sensuales labios, protegidos por un bigote y una perilla. Un irrefrenable impulso me ordenaba acudir al encuentro de su piel mortecina, blanca como la Muerte, pero no debía. Tenía que acabar lo que había empezado con Blade; de lo contrario, quedaría como una vulgar puta delante de aquel bello desconocido, que me miraba fijamente. Sonrió, y en aquella sonrisa perfecta no existía ningún tipo de tara. Cerré los ojos. No podía caer en la tentación. Aquel Adán, que estaba buscado una Eva con la que compartir toda su vida, se había encontrado con una descarriada Lilit con la que compartiría una noche. O quizás él era el afortunado. Volví a abrirlos. Necesitaba volver a verle otra vez. Al hacerlo, comprobé que había desaparecido, se había desvanecido, como un hermoso espíritu, una ilusión, un delirio. ¿Sería solamente producto de mi imaginación? Eso temí.

Antes de que me diese cuenta, me encontraba en la entrada de mi casa, sintiendo las manos de Blade acariciar todo mi cuerpo y desabrochar, poco a poco, la cremallera de mi corsé. Cerré la puerta con un golpe seco de mis caderas y nos dirigimos a la habitación, dejando en el aire un sendero de besos. Me tumbó en la cama bruscamente y se situó encima de mí, en actitud dominante. Le desnudé, lo más rápido que pude, y dejé que me poseyera. Aunque, en cierto modo, no era él el que lo estaba haciendo, sino aquel misterioso desconocido de la Agnus Dei. No había dejado de pensar en él ni un solo momento desde que lo había visto, mirándome fijamente con aquellos ojos verdes. Me había obsesionado enfermizamente con una persona de la que desconocía mismo su propia existencia. Sentí que era él aquel que me acariciaba, me besaba, y mi placer se multiplicaba al hacerlo. Quise gritar su nombre, decirle lo muchísimo que lo necesitaba. Al no saberlo, de mi boca solamente se escapó un alarido, con el que parecía estar llamándole desesperadamente, sin obtener ningún tipo de respuesta. Luego, calma. Silencio.

Me desperté, sin necesidad de despertador. Estaba acostumbrada a levantarme a la misma hora siempre, aunque remolonease el fin de semana. Aparté las sábanas y me puse de pie, completamente desnuda. Giré la cabeza. Joaquín, Blade, dormía plácidamente. Sonreí levemente. Salí de la habitación, con el albornoz en la mano, provocando un sordo ruido al cerrar la puerta.

Me metí en la ducha. El agua que golpeaba mi piel estaba tan caliente como el fuego que con tanta fuerza había ardido aquella noche. Quise traer a mi mente, desnuda y lúbrica, la imagen de aquel hombre misterioso, mirándome fijamente con aquellos ojos verdes. Me había obsesionado enfermizamente con una persona de la que desconocía mismo su propia existencia. Sentí que era él aquel que me acariciaba, me besaba, y mi placer se multiplicaba al hacerlo. Quise gritar su nombre, decirle lo muchísimo que lo necesitaba. Al no saberlo, de mi boca solamente se escapó un alarido, con el que parecía estar llamándole desesperadamente, sin obtener ningún tipo de respuesta. Luego, calma. Silencio.

Me desperté, sin necesidad de despertador. Estaba acostumbrada a levantarme a la misma hora siempre, aunque remolonease el fin de semana. Aparté las sábanas y me puse de pie, completamente desnuda. Giré la cabeza. Joaquín, Blade, dormía plácidamente. Sonreí levemente. Salí de la habitación, con el albornoz en la mano, provocando un sordo ruido al cerrar la puerta.

Me metí en la ducha. El agua que golpeaba mi piel estaba tan caliente como el fuego que con tanta fuerza había ardido aquella noche. Quise traer a mi mente, desnuda y lúbrica, la imagen de aquel hombre misterioso, mirándome con aquellos ojos hechizantemente verdes, fumando con suavidad. ¡Y quien fuese humo para estar dentro de él, aunque solo fuese el breve instante que dura coger y expulsar aire! Rozar sus labios, deslizarme por su tráquea, acariciar sus pulmones grácilmente. Lo que habría dado por haber pasado con él la noche. Lo habría envuelto en mis brazos y le brindaría todos los placeres que pudiera imaginarse. Como si me tratase de una sensual diosa de la oscuridad. Sería el dueño total de mi cuerpo; mis ojos, mis labios, mi cuello, mis pechos, mi vientre, mi sexo… Le pertenecerían plenamente, y con ellos podría hacer lo que le antojase. Poco a poco, mi alma se iría convirtiendo en otra de sus muchas propiedades, y también podría jugar con ella. Podría excitarla, podría amarla, podría destrozarla, sin obtener por mi parte ni la más mínima queja. Todo mi ser, todo lo que soy, le pertenecerían, y ciertamente le pertenecían, a él. A mi fruto prohibido, a mi fantasma, a mi mayor tentación, a mi desconocido… A mi Adán.

-¡Aaaah!-un grito.

Me sobresalté. Era de un hombre, claramente. Al no escuchar más chillidos pensé que podrían haberle hecho algo a Blade. Salí de la ducha apresurada y me tapé con una toalla, a modo de vestido. Lo único que vi al llegar a la entrada, fuente de aquel ruido, fue que Blade se encontraba enfrente de la puerta abierta, completamente desnudo. El que estaba al otro lado era Heikki, que temblaba, con las mejillas pálidas.

-Heikki, ¿qué haces aquí?-le pregunté, tapándome con recelo.

-Ha… Ha habido otro asesinato.

-¿Dónde?-aquellas palabras me despertaron más que cualquier ducha o cualquier despertador del mundo.

-En la mansión de las Castro de nuevo. Dicen que vayamos de inmediato.

-De acuerdo, me voy a vestir enseguida.

-Y yo.-respondió esta vez Blade.

Nos dirigimos ambos a la habitación. Él se puso la ropa que había traído la otra noche. Yo, simplemente, me atavié con un pantalón negro con el símbolo del grupo HIM en un bolsillo trasero y el de Evanescence en el otro y una camiseta negra con unos gatitos. Salí apresurada, acompañada por los dos, y nos metimos en el ascensor. Heikki no le quitaba ojo a Blade, un poco horrorizado. Yo no me podía quitar aún de la mente a aquel desconocido, y clavaba la imagen en el espejo, como si su reflejo se me fuese a aparecer de un momento a otro.

Fuimos en el coche de Heikki a Buño. La verdad es que no me gusta mucho viajar en coche, pues me mareo, aunque abrí un poco la ventana. Vi como Blade se alejaba en dirección contraria al coche en marcha, con algo de resaca. Apenas hablé con Heikki en todo el viaje, solamente le pregunté cómo sabía dónde estaba mi casa.

-Me lo dijo Helena.-respondió.- Tuvo que mirar en tu expediente.

Luego, me puse los cascos y me perdí en la atmósfera de Evanescence. La cantante, con voz dulce, casi llorosa, me parecía relatar aquello que yo quería oír.



"Someday
We’ll be together again.
All just a dream in the end.
We’ll be together again."

Volveremos a estar juntos… Cerré los ojos. Quizás si lo deseaba con la suficiente fuerza… Me llamé a mí misma ingenua mil y una veces. Pero, ¿qué tenía de malo soñar?

Llegamos a Buño en poco más de media hora. Otra vez, la gente se aglomeraba en las calles, alrededor de la mansión, en busca de respuestas y cotilleos frescos. En la acera de enfrente había aparcada una ambulancia, en cuyo interior se encontraba una mujer de unos 40 y tantos años, vestida con ropa de deporte, temblando y rompiendo a llorar cada poco tiempo. Nos bajamos del coche, el cual aparcamos detrás de la ambulancia, y nos acercamos a la testigo.

-Señora,-dije- somos Sabela Suárez y Heikki Waltari, de la policía. ¿Puede contarnos cómo descubrió el cadáver?

Temí haber sido algo brusca, pero necesitaba saberlo cuanto antes. Dos muertes, en el mismo lugar y en tan poco tiempo era algo demasiado casual. Ella, sin mirarnos a los ojos, nos respondió entre lágrimas:

-Estaba paseando y la vi en la ventana…-señalaba hasta la parte más alta de la casa.-En la ventana….-volvió a echarse a llorar.

-¿Vio a alguien sospechoso por los alrededores?-intervino Heikki.

-Estaba yo sola. La vi a las 7 de la mañana. No había nadie despierto por aquí.

-¿Recuerda algo que le pareciera extraño, aparte de lo del cadáver?

-No…No lo sé, estoy confusa…


-No se preocupe.-dije, entregándole una tarjeta- Si recuerda algo más, llámenos a este número.
Ella aceptó mi ofrecimiento y la guardó en el bolsillo del chándal. Sonreí levemente, mientras me daba la vuelta, acercándome al lugar del crimen, seguida de Heikki, con mi maletín en la mano. Después de mostrarles nuestras identificaciones a los policías que custodiaban la puerta, nos dejaron entrar. Subimos las escaleras casi corriendo. Intacta se encontraba la escena del crimen. Una mujer pelirroja miraba por la ventana.

Al aproximarnos, vimos que sus manos se encontraban atadas a un par de clavos con dos hilos finos. Su cabeza se encontraba ladeada, cubierta de cabellos cobrizos que caían sobre la cornisa. Llevaba puesto un vestido de flores y encaje, estilo lolita. En sus pies, unos calcetines largos cubrían sus piernas, y relucían unos zapatitos negros, como de niña. Estaba de puntillas. La moví un poco. Grácilmente, como una princesa que luce su baile, la cuerda se estiró y la mujer nos mostró su rostro.

La estructura de un hilo negro cerraba sus dos labios rojos, impidiéndole soltar la menor expresión de dolor. Sus ojos eran de cristal brillante, azules. Era como si una muñeca de porcelana se los hubiese prestado, para saber cómo se veía a través de ellos. Una de sus manos no tenía dedos, al igual que con las otras víctimas. Su piel, extremadamente blanca, aún no había sido del todo presa del rigor mortis. Y permanecía mirándonos fijamente, esperando una respuesta, una frase, una palabra que resumiera su macabra belleza. Fue Heikki quien la pronunció, torciendo la cabeza:

-Es horrible.

Llamé al resto del equipo para bajarla de allí, después de sacarle unas cuantas fotografías. En cuanto estuvo acostada en el suelo, aun conservando los brazos levantados y los pies de puntillas, examiné su rostro.

-Parece que las suturas de la boca y la implantación de los ojos de cristal ocurrió pre-mortem, por lo que sugieren las heridas de alrededor.

-Ay, madre.-se quejó Heikki, dándose la vuelta.

-Oye,-le dije.- si ves qué tal, vete a otra habitación. Lo que faltaba ahora era que contaminaras esta escena del crimen también.

Me obedeció, en contra de lo que podía pensar. En cuanto me vi sola, le tomé la temperatura de hígado al cadáver. Había fallecido aproximadamente entre las 11 y 12 de aquella misma noche. La miré a los ojos. Vi en ella una expresión de dolor infinita, después de haber sufrido tan fatal tortura. Fue, por una noche, títere de un malnacido, y le dio vida a sus crueles perversiones. Aún así, era bella aquella especie de marioneta de la muerte. Ordené que se llevaran el cuerpo y examiné la habitación. Ni huellas, ni ADN. Solamente un rastro de sangre que había sido limpiada, y que pude apreciar con ayuda del Luminol, que me llevaba a la habitación contigua, donde estaba Heikki.

-¿Qué haces aquí?-me preguntó.

-Vine siguiendo un camino de sangre.-sonreí- Como Hansel y Gretel.

Le expliqué mi teoría. El asesino la había torturado en aquella habitación y la había arrastrado hasta donde había sido hallado el cuerpo. Posteriormente, aun con vida, fue atada a la ventana, donde murió.

-La causa de la muerte aún no la he determinado.-le confesé.- Aunque probablemente, y guiándome por la cantidad de sangre que había en el suelo, murió desangrada.

Nos dirigimos a la comisaría. Al llegar, me metí con diligencia a la sala de autopsias. Quería examinar el cadáver cuanto antes, a aquella hermosa Jane Doe. Cogí la grabadora y la acerqué a los labios.

“Desconocida número 1.174. Mujer de raza blanca de unos 20 años. La hora de la muerte se produjo entre las 11 y las 12 de la noche de ayer. Sus ojos han sido arrancados y sustituidos por unos de cristal. Sus labios se encuentran cosidos con un hilo negro, al igual que una herida producida por un objeto punzante en el pecho. Me dispongo a abrir con cuidado la boca de la víctima…”

Eso fue lo que hice. Cogí unas tijeras y comencé a cortar despacio, observando cómo se desprendía el hilo suavemente. Las pequeñas desgarraduras que había alrededor de los labios sugerían que la víctima había intentado gritar con la boca cosida. Contemplé horrorizada lo que había en su interior. Eran inconfundiblemente trozos de un músculo. ¿Le había hecho comer su propia carne? Le abrí el pecho posteriormente y allí hallé la respuesta: era su propio corazón el que residía en su boca. En su lugar, había una especie de agüilla nauseabunda y ensangrentada. Reelaboré mi hipótesis:

El asesino había torturado a la víctima en la habitación contigua, arrancándole los ojos y cosiéndole la boca, después de haberla vestido como una muñeca de porcelana. Quizás allí mismo le quitó el corazón, matándola en el acto, y se lo introdujo por los orificios que dejaban las puntadas. Luego, le cosió el agujero y la colocó en la ventana en aquella posición, a propósito para que la viésemos. Era como una provocación.

Cuando terminé de ejecutar la autopsia, era ya hora de comer. Me senté en el despacho, llamé a un restaurante chino que estaba cerca del Materno Belén, cuya publicidad me encontré en mi buzón, y pedí por teléfono unos tallarines con gambas, un rollito de primavera y ternera con bambú y setas. Esperando por la comida, me senté a releer el informe de Julia Figueroa, y a darle vueltas a la nueva víctima. Heikki dijo que se llevaría sus huellas digitales y una muestra de su ADN para cotejarlo con la base de datos. La comida llegó bastante pronto. Me la trajo la recepcionista, una chica bastante agradable llamada Raquel, de pelo castaño y piel morena. En cuanto tuve entre mis manos aquella humeante y sabrosa carne, depositada en un recipiente de plástico, volvió a mí parte del calor que había perdido en la sala de autopsias. Aquel lugar siempre lograba que descendiese la temperatura de mi cuerpo, como intentando que yo también me muriese. Cogí los palillos que había dentro de la bolsa y comencé a comer. Volví a pensar en aquel desconocido de nuevo. Deseé tenerle allí para calmar mi frío. Quise escuchar su voz por primera vez. ¿Cómo sería aquella voz? Seguramente acariciaría mi ser haciéndome vibrar como las cuerdas de un violín tocando su melodía más dulce. Esbocé una sonrisa. Tenía que ir a la Angus Dei de nuevo para reencontrarme con él. Le hablaría, le preguntaría qué tal está, su vida, su pasado. Compartiría con él vivencias y alcohol. Con suerte, Adán se rendiría a los encantos de la tentadora Lilit y podría pasar toda la noche a su lado, sintiendo su cuerpo caliente, palpitante, escuchando los latidos de su corazón, atentamente, rítmicos, potentes, suyos…

-Sabela… ¿Sabela? ¿Me oyes? ¡E-o!

-¿Eh?

Era Heikki. Por algún momento llegué a pensar que mi fantasía se había cumplido, pero no. Él ni se le parecía. Suspiré.

-¿Qué tienes?-pregunté, asqueada.

-Solo venía a decirte que ya he dejado todo en ADN. Me dijeron que cuando estuviera nos avisarían.

-Vale.-aparté la vista hacia el plato de tallarines.- ¿Quieres?-le ofrecí.

-¿Qué es?

-Tallarines con gambas. Están muy buenos, y apuesto a que no has comido.

-No, gracias. Es que a mí, la comida de los chinos…

Me encogí de hombros.

-Como quieras.-continué comiendo.

-Aunque gracias de todas formas.

-¿Cuántas veces piensas repetirlo?-sonreí.

Él también lo hizo. Aunque no tardó en cambiar de tema.

-Por cierto, Sabela. ¿Quién era el tipo aquel que estaba en tu casa esta mañana?

-Un ligue. No le des importancia.

-¿No tienes novio?-parecía sorprendido.

Recordé aquel día. La sangre. El cuerpo. El dolor. Palidecí.

-No, hace tiempo que no tengo novio. Aunque tampoco me interesa.-quise desviar el asunto. Pero Heikki insistió.

-¿Y por qué?

-Porque no.-le miré mal.

-Pues deberías, en lugar de andar por ahí con cualquiera, como una puta.

-¿Qué me has llamado?-dejé la comida en la mesa de un golpe.

No se atrevió a repetirlo.

-Por lo menos yo he follado, no como otros. Impotente.

-¿Impotente? ¡Que sepas que a mí se me pone tiesa cuando yo quiero!

-Eso no te lo crees ni tú.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Impotente.

-Puta.

-Bueno,-interrumpí.- ¿Y si dejamos de discutir como críos?

-Podríamos hacer una cosa…

-¿Qué tienes en mente?

-Verás. Tú coges a una de tus amigas y yo a uno de mis amigos que creamos que nos viene mejor de novio y nos presentamos en una cena. ¿Qué te parece?

-Una cita a ciegas, vaya.

-Sí, algo parecido.

No sé por qué demonios accedí a hacer una gilipollez semejante.

-De acuerdo, pero si yo encuentro a tu chica ideal, me debes 50 euros.

-Lo mismo te digo.

-¿Este fin de semana entonces?-pregunté.

-Eso es pasado mañana.

-Cuanto antes, mejor.

-Hecho.

Con un buen apretón de manos sellamos nuestro trato. Era oficial: no podía caer más bajo.