Capítulo III (narrado por Sabela)

jueves, 7 de enero de 2010

Me levanté temprano. Tendría que ir al trabajo, pero opté por ir primero al tanatorio, para liberarme de aquel intenso dolor cuanto antes. Intenté no vestirme demasiado llamativa, sobre todo para no asustar a la familia del niño. Me puse un pantalón negro, una camiseta negra de cuello de barco y una gargantilla preciosa negra, en la que colgaba una lágrima de cristal roja. Cogí un bolso de “Pesadilla antes de navidad”, en el que introduje mi cazadora negra con la calavera, pues era lo suficientemente grande, y me fui.

El tanatorio “Santa Gloria” estaba relativamente cerca de mi casa. Llegué allí montada en mi moto, la cual dejé aparcada un poco escondida, para que no le viese nadie. Dentro de él, el silencio que había era desolador. Las paredes estaban pintadas de blanco, pero la oscuridad de la estancia las convertía en grises. Solamente había unas 5 personas aproximadamente, sin contar a los padres, que eran una pareja que se encontraba sentada en una esquina, cogidos de la mano. El féretro de madera se encontraba al fondo. Al verlo, un escalofrío recorrió mi columna. Su madre, una mujer de unos 40 o 50 años, que tenía los ojos rojos de tanto llorar, se levantó al verme. Se acercó a donde yo estaba, seguida de su marido.

-¿Es usted la chica de la fundación que cuidaba de mi niño?-preguntó.

-Sí, soy yo.

Al haberme identificado, me abrazó con fuerza. No me esperaba aquella reacción; aún así, yo también la abracé. Escuchaba su llanto en mi oído, sus sollozos desesperados, y sus lágrimas caían en mi hombro descubierto, lágrimas que escondían en su interior los pedazos palpitantes del corazón de una madre destrozada.

-Gracias por todo, gracias, gracias.-susurraba.

-Lleva toda la mañana preguntando por usted.-dijo el padre, con la voz apagada.- Le agradecemos enormemente que haya ayudado a mi hijo a pasar mejor los días, a estar más feliz.

-Eso intento, señor.-respondí.

-Venga a verlo.-me ordenó su madre, que se había separado de mí súbitamente y me agarraba por el brazo.

La seguí. Por una parte quería hacerlo, para darle su último adiós, pero por otra no soportaría ver su cuerpo muerto. Demasiado tarde. Ya me encontraba delante del ataúd. Tragué saliva y me atreví a mirar su interior. Allí estaba, el pequeño Damián, vestido con un traje negro y una camisa blanca. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, los ojitos dulcemente cerrados. Parecía un ángel. Un ángel que en aquel momento subía hacia el Cielo. Estaba idéntico a la última vez que lo había visto; su cadáver no se encontraba podrido ni amarillento. Era como si estuviese simplemente dormido y pudiese despertarse en cualquier momento. Me incliné hacia él y lo besé en la frente. ¡Qué fría estaba! Un par de lágrimas se deslizaron desde el centro de mis ojos, cayendo como lluvia en su rostro álgido. Rápidamente me erguí, intentando parecer lo menos afectada posible, sobre todo para no preocupar a su madre, que cruzaba las manos, como si estuviese rezando, y me miraba fijamente, inclinando la cabeza.

-Lo siento muchísimo, señora.-le dije, dándome la vuelta para colocarme de espaldas al féretro.

Ella simplemente asintió, agarrándose con fuerza al brazo de su marido. Me dispuse a marcharme cuanto antes de allí, cuando vi que Fanny entraba, con un abrigo negro y un sobrero del mismo color con un velo sobre los ojos. Me aproximé a ella.

-¿Fanny? ¿Qué haces aquí?

-Bueno, pensé en pasarme a darles el pésame a los padres en nombre de la fundación, pero veo que te me adelantaste.

Guardamos silencio un momento, mirando hacia el ataúd. Supongo que las dos nos sentíamos incómodas en aquel lugar, rodeadas de gente desconocida. Agradecí en mi interior las muestras de afecto de los padres de Damián, pero la sensación de opresión que me invadía en aquella sala era insoportable.

-Por cierto,-dijo Fanny.- ¿pudiste echarle un vistazo al expediente de Olvido?

-Sí. Parece ser que nació bastante por debajo del peso medio de un recién nacido, y que durante toda su vida padeció problemas pulmonares. Fue ingresada en el hospital un par de veces cuando tenía 2 meses, aquejada de apnea, aunque todo se quedó en un susto y la mandaron para casa a los pocos días. A los 7 años de edad, hace apenas unos meses, le diagnosticaron un cáncer de pulmón. No se le administró la quimioterapia hasta que comenzó la metástasis y las posibilidades de curación eran mínimas, a pesar de haber diagnosticado el problema a tiempo. Ahora se encuentra ingresada en un hospital de aquí de Coruña: el “Hospital Santa Teresa”. Habitación 358.

-¡Vaya! Veo que te has hecho los deberes, cielo.

-¿Lo dudabas?

-Me alegro de que seas tan eficiente.

-Lo que me pregunto-dije, arqueando una ceja.- es por qué no se le administró el medicamento antes. En estos momentos podría estar curada.

-A mí que me registren, encanto,-respondió ella, levantando las manos, dando a indicar que no sabía nada del tema.- no he mediado palabra ni con ella, ni con sus médicos, ni con su padre. Tendrás que preguntarles.

-Necesito verla cuanto antes.

-Sabela, Sabela… Para el carro, ¿quieres? Comprendo que tengas curiosidad por saber más sobre esa niña, pero las normas son las normas.

-¿No podrías adelantar el final de la semana de duelo un par de días?

Fanny giró la cabeza, dándome a entender que no quería hacerme el favor. Insistí.

-A los padres de Damián no les importará; saben que tengo que ayudar a más niños como su hijo, y dudo que quieran que muera esa criatura.

-Es que no puedo, Sabela, en serio.

-Tú misma lo dijiste:-comenzaba a ponerme nerviosa.- Olvido podría pillar una depresión. ¡Necesito verla! ¿No lo entiendes? Podría angustiarse tanto que eso empeoraría su enfermedad.-me movía continuamente para poder alcanzar los ojos de Fanny, que me apartaba la cara.- ¿No puedes hacer la vista gorda por una maldita vez?

-Está bien,-cedió al fin.- veré si puedes saltarte la semana de duelo. Conste que lo hago porque es un caso especial, que no sirva de precedente. ¿Entendido?

En un arrebato de euforia, la abracé con fuerza, en medio de toda la apesadumbrada gente que se encontraba en el tanatorio. Intenté fingir que estaba llorando, para no llamar la atención, mientras susurraba:

-Gracias, Fanny, gracias, gracias.

-No hagas que me arrepienta.

-Descuida.

Inmediatamente después, me fui de allí y me encaminé al trabajo. Al llegar, Heikki me esperaba en mi despachito. No era muy grande, pero me servía para hacer allí mis investigaciones. Tenía las paredes pintadas de rojo, llenas de posters de grupos de metal y rock: Evanescence, Within Temptation, Avantasia, HIM… además de uno en el que aparecía un ovni y ponía “Quiero creer”, en homenaje a Expedientes X, una de mis series favoritas. Encima de la mesa había bastantes papeles esparcidos, la mayoría de ellos con dibujos hechos por mí, una calavera de cerámica que me servía para colocar mis bolígrafos en las cuencas de sus ojos, y una muñeca de Sally, de la película “Pesadilla antes de Navidad” que movía la cabecita hacia los lados cada vez que le daba el sol; aunque en aquella estancia apenas entraba el sol, sino que la penumbra la envolvía durante todo el día, y la única fuente de luz que había en ella era una lámpara de flexo que estaba encima de uno de los cajones en los que se amontonaban los archivos de las autopsias, hechas o no por mí, sin orden alguno.

-¿Qué haces en mi despacho?

-Esperando por la señorita a la que le dio por llegar tarde al trabajo. ¿Dónde estabas?

-Estaba atendiendo a unos asuntos personales.

-¿Asuntos personales?-preguntó Heikki, con curiosidad.

-No es de tu incumbencia, así que cierra el pico.

-Aún por encima de que tardas.-mientras decía esto, se sentó en mi mesa.

Con una de sus manos, inconscientemente, palpó la calavera. La miró, para descubrir qué estaba tocando, y comenzó a gritar, tirándola al suelo. Corrí para impedir que cayese, y afortunadamente pude cogerla antes de que tocase el parqué.

-¿Eres idiota? ¡Casi la rompes!

-Una…una calavera…-tartamudeó.

-¡Es de cerámica! ¿Tú crees que guardaría mis bolis en un cráneo humano de verdad?

Enmudeció, seguramente algo asustado por mi cabreo. Aunque no tardó demasiado en volver a hablar:

-¿Tienes la autopsia de Julia?

-Sí, la tengo.

Abrí uno de mis cajones predilectos, en que había una pegatina de un gatito. Comencé a rebuscar. Carmen Iglesias, Eduardo Pacheco, Dylan Thomas Parker, Yma Llirac, Tamara González… ¡Julia Figueroa!

-Aquí está.-clamé.

-¡A ver, a ver!

-Tampoco te pongas así, hombre, que solo es un informe.

-Es que nunca había visto el de una autopsia.-comenzó a ojearlo entonces, curioso. Dudo que entendiese todas las palabras de la jerga médica que había en él.

-¿Descubriste algo sobre el gimnasio?-pregunté, haciéndolo separarse de su ensoñación.

-Eh…sí, sí. Estaba apuntada en uno que está en las afueras, “Strong Bodies” se llama.

-Entonces vamos. Te llevo yo… Porque tendrás un casco, ¿no?

-Un… ¿casco?

-No querrás ir a pie, supongo.

Menos mal que, cerca de la comisaría había una tienda de motos. Pudimos ir a pie y comprar un casco. En el que primero se fijó fue en uno que tenía dibujado un perro de caza.

-¡Se parece a Cuca!-exclamó.

-¿Cuca?

-Mi perra; una basset hound. Es tan mona.

-Es que yo soy más de gatos, gracias.-dije, riéndome. Al ver que Heikki estaba deslumbrado por la belleza del dibujo, le propuse:- ¿Quieres ese? Venga, te lo regalo.

-R… ¿Regalo? No tienes por qué, de verdad.

-No me digas lo que tengo que hacer, anda.

Todavía no llego a comprender por qué lo hice; quizás era en agradecimiento por aguantarme, o porque la muerte de Damián me había ablandado el corazón, o quizás como premio por no llegar a romper mi calavera. Seguramente fue una mezcla de todo eso. Tampoco es que fuera muy caro, solamente 30€. Tras pagar, se lo entregué.

-Cada vez que vengas en mi moto, lo llevas, que no te pienso comprar otro.

-Gracias, de verdad. Si pudiese darte algo a cambio…

Puse una de mis manos en mi barbilla y me quedé un momento pensando en cómo podría compensarme.

-Con tal de que no vuelvas a entrar en mi despacho, me doy por satisfecha.-respondí.

-¡Hecho!

Salimos entonces de la tienda y volvimos al exterior de la comisaría, donde tenía aparcada mi moto. En cuanto Heikki la vio, se puso pálido.

-Sube.-le ordené, montándome en ella.

-Es que no me gustan las motos.

-¡Venga! Acabo de regalarte un casco. Pudiste habérmelo dicho antes.

Seguramente al verse comprometido, y al no querer perder aquel casco que acababa de agenciarse, suspiró y se montó detrás de mí.

-Iré despacio, verás cómo no es nada.

Dicho esto, arranqué. Llegamos un poco más tarde de lo previsto, pero por lo menos Heikki no se había quejado. El gimnasio parecía bastante pequeño visto desde fuera, y encima de la puerta tenía un cartel luminoso en el que figuraba el nombre.

-Parece un puticlub.-musité.

Entramos sin más interrupciones. Montones de tíos musculosos y mujeres forzudas ejecutaban ensimismados sus ejercicios, como si les fuese la vida en ello; aunque un par de personas rechonchas, acurrucadas en los rincones, intentaban bajar de peso. El olor del sudor se respiraba en el ambiente, y llegaba a ser insoportable. Había muchos aparatos extraños para hacer gimnasia, además de una esterilla para hacer yoga o estiramientos y algunas espalderas distribuidas por las paredes.

-¿Y ahora cómo sabemos quién es el hermano de la víctima?-preguntó Heikki.

-Fácil.-dicho esto, cogí aire y comencé a gritar:- ¿Alguno de ustedes es el hermano de Julia Figueroa? Julia Figueroa, ¿alguien la conoce?

El pobre Heikki comenzó a ponerse colorado por la vergüenza. De repente, un hombre, en muy buena forma, rubio con los ojos verdes, se acercó a nosotros.

-Soy yo.-dijo.- Samuel Figueroa Martínez.

-Somos Sabela Suárez y Heikki Waltari,-le respondí.- de la policía. Queremos hacerle unas preguntas acerca del asesinato de su hermana.

-¿Saben algo ya de ese bastardo? ¡Juro que como lo pille…!

Sin llegar a terminar la frase, le propinó un puñetazo fortísimo a una columna del gimnasio, haciéndola retumbar en el acto. Todos los que nos encontrábamos allí, nos quedamos perplejos.

-Esta visita comienza a ser bastante surrealista.-me susurró Heikki.

-Y que lo digas.-murmuré en respuesta.

Al ver que la cara de Samuel enrojecía, y estaba a punto de volver a golpear la columna, opté por decirle algo tranquilizador:

-Lo pillaremos nosotros, no se preocupe. Ahora, nos gustaría que nos respondiese a unas preguntas.

-De acuerdo.

Ya se le notaba un poco más calmado.

-¿Qué relación guardaban usted y su hermana?

-Nos llevábamos muy bien. Veníamos todos los días al gimnasio juntos. Yo le ayudaba a estirar los tríceps, sus delicados pero definidos tríceps, y ella me ayudaba con los deltoides. Todavía añoro esos momentos.

Parecía que no podía decir nada sin implicar a sus numerosos y desarrollados músculos.

-¿Había alguien que quisiera hacerle daño?-preguntó Heikki.

-En absoluto. Ella era una pianista muy respetada. Obtuvo un Grammy y todo. La adorábamos. En sus actuaciones, todos aplaudían, y yo lo hacía tan fuerte que mis bíceps temblaban. Hasta era amiga de la mismísima Amy Cargill, que en paz descanse.

Mi corazón comenzó a acelerarse de una manera asombrosa al escuchar otra vez ese nombre. Era como si estuviese destinada a ver la sombra de Amy en todos los sitios.

-¿Amy Cargill? ¿Quién es esa?-dijo Heikki.

-¡Mira que no saber quién es Amy Cargill!-bramó Samuel.- ¡Ignorante! Era una pianista excepcional, la mejor de todos los tiempos. Murió hace dos años, aquejada de una enfermedad muy grave. Mi hermana era una gran fan, además de una de sus mejores amigas. Yo también era fan suyo. Esa mujer hacía mover un músculo muy especial de mi cuerpo.

-¿El corazón?-preguntó él, inocente.

-No precisamente.-le contesté yo.

Acabó comprendiendo el meollo de la cuestión e hizo una mueca de asco.

-¿Tenía pareja estable?-pregunté.

-No, no la tenía. Estaba perdidamente enamorada de su cuerpo y su piano; no necesitaba a nadie más.

-¿Qué hizo usted anteayer a las 7 de la tarde?-prosiguió Heikki.

-¿¡Creen que yo la maté!?-Samuel comenzaba a alterarse de nuevo.-¡¡No podría hacer algo semejante!!

-Son preguntas rutinarias, señor Figueroa. No le estamos culpando de nada.

Aunque era un principiante, supo guardar la compostura en aquella ocasión.

-Todos los días a las 7 de la tarde me dispongo a hacer abdominales durante media hora, y flexiones la otra media. No me moví del gimnasio hasta las 10, como siempre.

-¿Le dice algo la mansión de las Castro, en Buño?-interrogué.

-¿Buño? ¿Qué es eso?

Había quedado demostrado que lo único que no había ejercitado aquel chaval era el cerebro.

-Déjelo entonces.-suspiré.

-¿Y qué me dice de la frase “Abyssus abyssum invocat”?

Samuel levantó la vista, como si estuviese intentando mirar sus propias entrañas.

-Me suena.-contestó.

Siguió pensando, y este acto le llevó a comenzar a tararear una canción entre dientes, vagamente. Heikki y yo nos miramos, diciéndonos uno al otro con los ojos: “Este tío quiere tomarnos el pelo”. Al ver que no era capaz de crear la conexión entre lo que cantaba y la frase, se llevó una mano a la cabeza y cerró los ojos, como si le doliese.

-No recuerdo… de qué… pero me suena.

-Antes de irnos, señor Figueroa, me gustaría hacerle una última pregunta.-dije.- ¿Su hermana había ido a algún tipo de cena el día en que fue asesinada?

-Sí, sí que fue. Acababa de sacar su nuevo disco “Diamonds”, y su equipo y ella decidieron hacer una fiesta, por los éxitos futuros. No asistí, pues esas cosas engordan, ya sabe, pero parece ser que había de todo: empanadas de todas las clases, tortillas, churrasco… En fin, un paraíso de calorías.

-Gracias por su colaboración. Si recuerda algo más no dude en llamarnos.

Acto seguido, salimos del gimnasio, un poco aturdidos.

-¡Vaya espécimen!-exclamó Heikki.- Pensé que personas así sólo existían en los dibujos animados.

-Dudo que fuese él.-afirmé, bastante convencida.

-¿Por? Recuerda que no se debe excluir a nadie sin estar tremendamente seguros.

-¡Oh, vamos! ¿Es que no lo has visto? Se preocupa más de sus músculos que de su hermana, contando que ni sabe dónde está Buño.

-Podría estarnos mintiendo.

-El asesino al que no enfrentamos es tremendamente meticuloso, Heikki. Meticuloso y sádico. Una persona de ese calibre no es tan transparente. Aunque tienes razón, será mejor no precipitarse.

Nos montamos en la moto y volvimos a la comisaría. Lo dejé allí a él y yo me dispuse a irme a casa. Al llegar, me tiré en la cama como si fuese un saco vacío, una muñeca a la que arrojan a la papelera. Me puse a pensar. El nombre de Amy Cargill estaba comenzando a salir bastantes veces en esta investigación. ¿Es que ella quería, desde el Cielo, el Infierno, o donde quiera que estuviese, que la ayudase? ¿Ayudarla a qué? Recordé que guardaba el ejemplar de una revista del corazón en el que hablaba de su muerte. No recuerdo muy bien por qué lo hice, pero sentí deseos de ojearla. En él, salía una foto de Amy en su último concierto, sonriendo enfrente del piano. Una buena imagen para recordarla. Lo leí.

El mundo de la música llora por la trágica pérdida de la artista ganadora de 9 Grammys, Amy Cargill.

------------------------------
EL CIELO HA GANADO UN ÁNGEL
-----------------------
-----------------------

A los 27 años de edad, Amy no pudo superar la batalla más dura de su vida contra la enfermedad que la había tenido durante mucho tiempo contra las cuerdas.

Hace varios meses, le habían diagnosticado un cáncer de páncreas. El día 29 de marzo, ingresaba en el CHUAC (Centro Hospitalario Universitario de A Coruña), para ser trasladada, pasados pocos días, a Houston, donde, según decía su marido, “la están atendiendo los mejores médicos de todos los Estados Unidos”. Hacía apenas un par de semanas que Amy había vuelto a España, a su casa, respaldada por el cariño de los suyos. Pudo sacar un nuevo disco, “Bittersweet tears”, el cual alcanzó un grandísimo éxito de ventas, con canciones que había compuesto en el hospital, mientras atravesaba el momento más duro de su vida. Estas canciones, todas simplemente ejecutadas con su majestuoso piano, reflejaban esa amargura, esa tristeza, esa incertidumbre por encontrarse en el limbo entre la vida y la muerte. Seguramente ella se temía lo que vendría después.

A las 4 de la madrugada del 13 de diciembre, en su domicilio de A Coruña, su corazón dejó de latir. Este incidente pasó apenas un día después de que la cantante diese una rueda de prensa tras lo que pasó a ser su último concierto, en el teatro del Liceo de Barcelona. “Si voy a morir, por lo menos que no se diga que no he luchado” decía, a punto de romper a llorar “Gocé durante toda mi vida del amor de los míos, hice todo lo que siempre quise hacer. Ahora, que pase lo que tenga que pasar”.

A las 4 y media, poco después de que la ambulancia llegase a la casa, una página web (todonoticias.com) informaba de la fatídica noticia. Desde ese momento, radios, televisiones y otros medios de comunicación se desplazaban al lugar de los hechos, donde pudieron captar las imágenes de la ambulancia que se llevaba el cuerpo.

Según Tobías Costa López, el marido de la víctima, quién nos lo narró con lágrimas en los ojos, los hechos acaecieron de la siguiente manera: “Estábamos todos durmiendo. Mi hija quiso despertar a Amy porque había tenido una pesadilla, pero no… No abría los ojos. Le tomé el pulso, estaba muerta, aunque todavía estaba caliente. Llamé a una ambulancia de inmediato. Quise reanimarla, pero… ya era demasiado tarde.” “Murió rodeada del cariño de su familia,” añadió”y eso es lo que ella habría querido”.

Existen, sin embargo, rumores de que Amy fue asesinada. Testigos presenciales afirman haber visto que tenía una mano con los dedos desgajados. Para desmentirlos, los abogados de la familia mandaron a todos los medios un comunicado, en el que decía que, efectivamente y sin duda alguna, confirmado por los forenses, Amy Cargill había muerto de cáncer. Se apunta, de todos modos, a que, como en el caso de Michael Jackson, se le pueda practicar una segunda autopsia.

El cuerpo de la apodada “Ángel de marfil”, se trasladó al tanatorio a las 6 de la madrugada. Poco después, los medios de comunicación pudieron ver cómo llegaban allí su marido y su hija. “Estoy muy apenado por la muerte de mi esposa” nos comentó Tobías “Todavía no puedo creerme que haya pasado esto. Que Dios esté contigo, mi amor”. Pocas horas después llegó José Álvarez, amigo íntimo de la pianista, quien, parece ser, fue informado por su hermana, Bethanie Cargill. El guitarrista no quiso hacer declaraciones, pero se le veía muy afectado por la noticia. La madre de Amy, viuda, llegó en un coche algo después, ataviada completamente de negro y con un pañuelo cubriendo sus ojos. “Confío en que descanse en paz ahora” afirmó.

Se instalará en una capilla ardiente en el cementerio de San Amaro, en A Coruña, para velar a la fallecida, durante dos días. Después lo trasladarán a Londres, su ciudad natal, para poder enterrarla en el famoso cementerio Highgate.

En las próximas páginas haremos un repaso por la vida y la carrera de una artista sensacional como lo era Amy Cargill.


Y toda esta parafernalia acompañada de fotos de la ambulancia y de la familia a todo color, como jactándose de poseer unas imágenes tan horribles. En una de ellas se podía distinguir a Olvido en brazos de su padre, aunque tenía la cara borrosa, pues no les está permitido a estas revistas mostrar la cara de los niños sin consentimiento. Me extrañaron aquellos rumores de que había sido asesinada, y de que le faltaban los dedos de una mano. No quise leer el resto del reportaje. No me veía capaz. Lo único que quise pensar es que, como bien decía su madre, ahora descasaba en paz. Aunque, ¿realmente existía tanta paz en su sueño eterno? Estuve toda la noche sin dormir, dándole vueltas a la cabeza, que todavía retenía aquella fotografía en la que aparecía la blanca sonrisa de Amy. Me pregunto a quién se la dedicaría.


0 comentarios: