Capítulo II (narrado por Sabela)

martes, 29 de diciembre de 2009

“Mujer, de 24 años, de raza blanca. El DNI que encontramos en el bolsillo de su vestido está a nombre de Julia Figueroa Martínez, y la foto parece corresponderse con el cadáver. La hora de la muerte fue entre las 7 y las 9 de la tarde de ayer, según revela la temperatura de su hígado. Los brazos y las piernas le fueron arrancados brutalmente, probablemente con una sierra eléctrica. Me dispongo a examinar el interior del cadáver.”

La verdad es que odio las grabadoras. Odio como suena mi voz en ellas. Aunque son normas del departamento, gravar cada paso de la autopsia para que no ocurra ninguna irregularidad. También había cámaras de seguridad en la sala de autopsias. Me pone nerviosa pensar que algún guardia morboso y necrófilo podría ver cómo ejecuto mi trabajo; por eso intento no pensarlo. Me puse los cascos de mi Ipod y subí el volumen al máximo. HIM sonaba.



“Would you die tonight for love?
Baby, join me in death”

Efectivamente moriría de amor aquella noche, si tuviese quién me acribillase a besos, quien me acuchillase con sus caricias, quien atravesase mi corazón con una lanza de pasión ardiendo. Pero sólo él habría podido hacerlo. Intenté centrarme en mi trabajo, por mucho que me invadiese la melancolía. Al abrir en canal a aquella pobre mujer, encontré algo en su cuello, rodeado de mucosidad. Lo agarré con las pinzas. Parecía un pañuelo. Volví a encender la grabadora:

“En su tráquea había un pañuelo de tela blanco, introducido a la fuerza, según sugieren las heridas de la zona. Acorde con los ojos en blanco, puedo asegurar que se murió ahogada por el susodicho pañuelo. Es blanco, de mujer y… Parece que tiene bordado un piano en lugar de las iniciales”.

Seguí examinando el cuerpo. Todos sus órganos tenían el peso adecuado. No había ningún órgano dañado. Observé, de hecho, que su corazón era bastante grande, y que tanto sus pectorales como sus abdominales se encontraban bastante desarrollados, señal de que hacía mucho deporte. No había restos de semen ni fibras que nos diesen pista alguna del asesino. Nos encontrábamos en un callejón sin salida. Mientras estaba examinando sus pulmones más detalladamente en una mesa aparte, tuve la sensación de no encontrarme sola en aquella habitación. No le di importancia y seguí a lo mío. De repente, sentí que alguien me tocaba la espalda. Mi corazón comenzó a latir tremendamente fuerte. Me giré y, en un impulso, le arreé una bofetada.

-¡Ah!-gritaron.

Era Heikki. Quité los cascos y pude escucharlo gritar a decibelios de concierto.

-¿Pero qué coño te pasa? ¡Te estoy llamando y no me haces ni puto caso, y además, me pegas!

-Lo siento, ¿vale? Estaba con la música. Me asustaste.-respondí, llevándome una mano al pecho. Todavía tenía el corazón desbocado- Ten más cuidado la próxima vez.

-Venía a traerte unas pistas buenísimas.

-Sigue investigando y me las dices a la salida. Vamos a tomar un café y te enseño también lo que descubrí yo. ¿Te parece bien?

-Vale, vale. –se notaba que estaba excitado por sus descubrimientos.

Volví al trabajo en cuanto él se marchó. Averigüé también lo que la víctima había comido. En sus estómago había restos de barritas energéticas prácticamente desintegradas, tortilla, empanada y alcohol. Estas últimas eran unas comidas que una fanática de la salud nunca tomaría, a no ser en ocasiones muy especiales. Sonó mi móvil esta vez. No pude escucharlo a causa de la música, pero lo vi vibrar en la mesa.

-¿Diga?

-Sabela, soy Fanny.

Fanny era la jefa de una ONG en la que participaba. Nuestra labor era gratificante, mas dura. Les llevábamos felicidad a niños enfermos terminales. No éramos payasos, ni nada parecido; simplemente les leíamos cuentos, jugábamos con ellos… Trabajaba en ella desde hacía bastante tiempo, y nos llevábamos bastante bien, además, estaba bastante contenta conmigo.

-Dime.-respondí.

-Me gustaría verte en mi despacho cuanto antes. ¿Estás en el trabajo?

-Sí, ¿te vendría bien a las 10?

Supongo que ella sabría que yo acabaría de trabajar antes, pero tenía que compartir mi información con Heikki.

-No hay problema.-dijo.- Te espero.

Acto seguido, colgó el teléfono. Me dejó bastante preocupada, pues su voz sonaba seria y apesadumbrada.

Me fui a las 8 a tomar algo con Heikki al bar que se encontraba enfrente de la comisaría. Él pidió un vodka negro con nestea; yo, en cambio, pedí un bloody mary. Después de que él me contase su impresionante información, comencé a relatarle lo que yo había descubierto.

-Ahora me toca a mí. Empezaré diciéndote que no murió desangrada, sino asfixiada.

-¿La asfixió?

-Efectivamente. Introduciéndole un pañuelo de tela por la garganta.

Sentí que Heikki se estremecía.

-Seguramente,-proseguí.- ella comenzó a gritar, al ser amputada, y él le hizo tragarse el pañuelo para hacer que se callara. Se lo metió a la fuerza, pues había heridas en la tráquea. Aunque, ¿sabes lo más curioso del pañuelo?

-¿Qué?

-Tenía un piano bordado. Un piano de cola, parecía.

-¿El asesino es pianista?

-Probablemente. ¡Ah! Y he encontrado indicios que me hacen pensar que la señorita Figueroa era una fanática de la salud. Sus músculos, corazón inclusive, estaban tremendamente desarrollados, y había ingerido una gran cantidad de barritas energéticas.

-Bien,-dijo Heikki, llevándose una mano a la barbilla, como un auténtico detective.- seguramente estaría inscrita en algún gimnasio. Allí podrán contarnos algo sobre ella.

-Aunque en su estómago también encontré tortilla, alcohol y empanada. Supongo que la asesinaron al salir de alguna fiesta.

-Probablemente. Se acerca la navidad, y con ella, las cenas de empresa. Por cierto, ¿haremos nosotros también cena de empresa?

-Los otros años se hizo. Aún así, le preguntaré a Jacinto, el jefazo.

-Jacinto…-repitió Heikki riéndose.

-Sí, no sé en qué estarían pensando sus padres cuando lo llamaron así. Ni lo quiero saber.

-Hemos descubierto bastantes cosas hoy.-dijo él, volviendo a encauzar el tema hacia el crimen.

-Todo lo que descubrimos hasta ahora es poco. No tenemos prácticamente pruebas sobre el asesino.

-Mujer, sé un poco más optimista.

-El optimismo lleva al fracaso en este tipo de casos. Muchas de las cosas que sabemos son conjeturas. Necesitamos pruebas tangibles para mañana.

Dicho esto, me levanté de la mesa. Eran las 10 menos cuatro. Tenía que ir corriendo a hablar con Fanny.

-¿A dónde vas?-preguntó.

-A hacer unas cosas. Nos vemos mañana a primera hora para seguir investigando.

-Creo que no voy a poder ni dormir esta noche.

-Ni yo.

Salí del bar apresuradamente y cogí la moto. La oficina de la ONG no estaba demasiado lejos, pero me hacía falta el tiempo; se encontraba en una zona bastante concurrida y siempre había mucho tráfico por allí. Aún así, no tardé demasiado en llegar. El despacho de Fanny era un poco pequeño y siempre estaba desordenado. Ella era gótica, al igual que yo. Iba ataviada con una falda morada hasta los pies y un corsé con flores bordadas en negro. En su pelo oscuro, corto y rizado yacían un par de horquillas que sugerían las manos de un esqueleto; yo tenía unas iguales. En cuanto me vio, su rostro volvió a tornarse serio.

-Siéntate Sabela.-me ordenó.

-¿Qué ha pasado?

-Es Damián. Ha fallecido esta noche, de una parada cardíaca. No pudieron hacer nada por él.

Cerré los ojos fuertemente, al borde de las lágrimas. Damián era el niño que me había sido asignado. Tenía sólo 10 años, y sufría una enfermedad cerebral degenerativa; era cuestión de días que muriese. Lo peor de aquel trabajo era eso. Les cogías tanto cariño, tanto… Y el día menos pensado, en el momento menos oportuno, se acababa todo. Su risa aún parecía resonar en mi mente en aquel momento, desgarrándome el alma.

-No…-dije, inconscientemente.

No podía soportar algo así. Había visto los cadáveres de muchísimas personas, se puede decir que trabajo mano a mano con la muerte; aún así, cuando un niño moría, cuando uno de esos niños, a los que les había dedicado tanto tiempo y amor, se moría con ellos una parte de mí. Fanny se levantó de su silla y se situó detrás de mí, para poder acariciarme el pelo.

-No te desesperes, Sabela. Ya sabes cómo funciona esto. Deberías sentirte orgullosa: muchos niños se curaron gracias a ti, al haber detectado un mal diagnóstico, o simplemente a lo buena que fuiste con ellos; y los que se han muerto, como es el caso de Damián… Gozaron de toda la ternura que les ofreciste, y eso es lo mejor que pudiste hacer.

Asentí. Me fui calmando poco a poco, aunque no había llegado a llorar.

-El velatorio es mañana, durante todo el día.-prosiguió, mirándome a los ojos.- Si quieres asistir, te doy la dirección del tanatorio.

-Sí, voy a ir.

Escribió la susodicha dirección en un papel con un bolígrafo negro que tenía una calaverita encima. Tras hacerlo, me la dio.

-Bien.-dijo.- Cambiando de tema, te hemos asignado otra niña. Podrás comenzar con ella al terminar la semana de duelo.

La semana de duelo era una especie de tradición de la ONG: cada vez que moría un niño, el que había sido su cuidador no volvía a trabajar allí hasta cumplirse una semana de su muerte; entonces, se le asignaba otro.

-¿Tan pronto?-pregunté.

-Esa niña necesita ayuda cuanto antes. Se pasa sola en su habitación todo el tiempo. El padre no le hace ni puto caso. Los médicos temen que coja una depresión.

-¿Y quién es?

Fanny se sentó de nuevo en su escritorio y sacó un expediente de un cajón.

-Se llama Olvido Costa-Cargill.-dijo, entregándomelo.

-Me suena…

-A todo el mundo le suena. Es hija de Amy Cargill, la pianista, ¿sabes quién te digo?

-¡Claro! Aquella que murió de cáncer hace dos años, inglesa ella, vivía aquí desde antes de casarse. Era realmente buena, tengo algunos de sus discos.

-Veo que tú también ojeas las revistas del corazón…

-No leo revistas del corazón.-dije, indignada.- Pero cuando murió estuvieron todo el día con la noticia en la tele. Fue casi tan sonada aquella muerte como la de Michael Jackson.

-Bueno, vale.-dijo Fanny, riéndose.- Yo también tengo sus discos. “Eternity of the Remorse” es mi favorito.

Era uno de sus mejores discos, sin duda. El título en español significa “La eternidad del sufrimiento”.

-Y el mío,-afirmé tajantemente.- desde siempre.

-La niña también estaba en el mundillo de la música.-prosiguió Fanny, desviando el tema.- Iba a ir a Eurojunior y todo. Era buenísima, como la madre. Tiene una voz alucinante, y un talento innato.

-Con lo poco que cantaba la madre.

Amy tenía, parece ser, ciertos problemas de garganta que le impedían forzar demasiado la voz, por lo que sólo sacó, en toda su carrera, 2 discos cantando, y ambos la llevaron a numerosos premios y reconocimientos, entre ellos, 4 Grammys.

-Ya, pero lo poco que canta, lo hace bien; y la niña igual. Cayó enferma hace poco, pocos antes del festival. Una pena.

-¿Qué tiene?

-Cáncer, como Amy. Es una macabra coincidencia.

-Joder…-murmuré.

-Tienes toda la información necesaria en el expediente. Ya te lo lees con calma cuando tengas tiempo y ya me contarás.

-Vale, gracias Fanny.

Me levanté y abrí la puerta para irme, con el archivo en la mano. De repente, ella me habló:

-Descansa y recupérate. ¡Ah! Y lo siento por Damián.

-No pasa nada. Adiós.

-Adiós, nena.

Llegué a casa empapada por la lluvia que estaba cayendo. Magnus y Lucifer me esperaban, maullando para que les echase de comer. En cuanto lo hice, me metí en la ducha. El agua ardiendo que caía de la alcachofa parecía querer quemar mi piel salvajemente. Salí pronto. Me puse el pijama y me sequé el pelo con el secador. Después, me tiré en mi cama, acompañada por mis gatos, y comencé a leer el expediente de Olvido.


La información general parecía en orden. Me estremecí, sin embargo, al leer su edad. No me podía creer que tuviese ese tipo de enfermedad, tan pequeña. El resto del expediente hablaba simplemente de cosas del ámbito médico: peso y estatura en todas las edades de su vida, vacunas que se puso, enfermedades que poseía, radiografías, resultado de análisis de sangre… Parecía ser una persona con los pulmones débiles, todos los meses la llevaban al neumólogo, en ocasiones incluso varias veces; de ahí que contrajese aquella enfermedad. No poseía seguridad social, sino un seguro carísimo, que cubría cualquier necesidad dentro del ámbito médico por un precio realmente elevado; esa era la forma que su madre tenía de protegerla tras la muerte.

Retorné a la primera página del expediente. Había una foto de la pequeña en la parte superior derecha de la hoja. Tenía una melena ondulada rubia, los ojos grises, y la piel tan pálida y translúcida que dejaba que se asomasen unas tímidas venas azules. Aún así, tenía los mofletes coloraditos, y sonreía. ¡Qué sonrisa! Hizo que se me calentase el corazón. Esa era la sonrisa que quería sonsacarle, o quizás una mucho más bonita. Y pensar que en aquel momento estaría sufriendo, muriéndose de dolor, llorando… Sin una madre que pudiese brindarle el calor de su abrazo, sin un padre que estuviese velando por ella… Sola y angustiada.

Me levanté y saqué de una de mis estanterías uno de los discos de su madre: “Sweet breath”, “Dulce aliento” en español, y lo introduje en mi reproductor de CDs. El título indicaba que lo había escrito pensando en su niña, al igual que todo el disco. Aquel piano misterioso, dirigido por las manos virtuosas de Amy, comenzó a sonar. Parecía encerrarme en su melodía, atraparme como si fuese una celda. Una cárcel de marfil. Un infierno particular. Una canción gloriosa y épica, triste y desgarradora a la vez. Parecía estar pidiendo auxilio.

-Y pensar que ahora tengo que cuidar yo de esa criatura.-reflexioné.

Un aura extraña parecía despertar mi interés sobre Olvido, como si fuese el espíritu de su madre, que intentaba que continuase con su labor. Me quedé dormida sobre la cama, arrullada por el cadente vals que Amy había compuesto: “Forgotten vals”.

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